Pasan por los caminos de la tierra personas necesitadas desnudas, vergonzadas, en condiciones que da pena. Son ancianos abandonados, inválidos por enfermedades o desgracias, leprosos que por la bondad del Señor regresan a la vida, viudas cargadas de hijos, personas a quienes un infortunio ha privado de todo lo que significa comodidad, o huerfanitos inocentes. Si tiendo mi mirada por la vasta tierra, por todas partes veo personas desnudas o cubiertas de andrajos que apenas si resguardan la decencia y no amparan del frío; y estas personas miran con ojos descorazonados a los ricos que pasan envueltos en esponjosas vestiduras, cubiertos sus pies con suave calzado: descorazonados con bondad, los buenos; con odio, los menos buenos. ¿Por qué no aligeráis su desaliento, y los hacéis mejores si ya son buenos o destruís el odio si son menos buenos, con vuestro amor?.
No digáis: «Sólo me alcanza para mí». Como para el pan, siempre hay algo más de lo necesario en la mesa y en los armarios de quien no es un completo desvalido.
Entre los que me estáis escuchando hay más de uno que ha sabido, de un vestido que ya no se usaba por estar deteriorado, sacar un vestidito para un huérfano o para un niño pobre, y de una sábana vieja hacer pañales para un inocente que no los tenía; y hay uno que, siendo él un pordiosero, supo compartir durante años el pan mendigado trabajosamente con quien, por la lepra, no podía ir extendiendo la mano por las puertas de los ricos. Pues bien, en verdad os digo que estos misericordiosos no han de buscarse entre los poseedores de bienes, sino entre las humildes huestes de los pobres, que, por serlo, saben lo penosa que es la pobreza.
También en este caso, como para el agua y el pan, pensad que la lana y el lino con que os vestís provienen de animales y plantas creadas por el Padre no sólo para los hombres ricos, sino para todos los hombres. Porque Dios ha dado una sola riqueza al hombre, la suya, que es la riqueza de la Gracia, de la salud, de la inteligencia. No la contaminada riqueza del oro, que habéis elevado -de metal no más bonito que los demás, y mucho menos útil que el hierro, con el cual se hacen layas y arados, gradas y hoces, cinceles, martillos, sierras, cepillos para los carpinteros, las santas herramientas del santo trabajo- a metal noble; lo habéis elevado a una nobleza inútil, engañosa, por instigación de Satanás, que, de hijos de Dios, os ha reducido a seres salvajes como fieras. ¡La riqueza de lo santo os había puesto en condiciones de santificaros cada vez más! ¡No esta riqueza que tanta sangre y lágrimas hace brotar!
Dad como se os ha dado. Dad en nombre del Señor, sin temor a quedaros desnudos. Mejor sería morir de frío por haberse desnudado en favor del mendigo, que congelar el corazón, aun estando cubierto por esponjosas vestiduras, por falta de caridad.
El suave calor del bien cumplido es más dulce que el de un manto de purísima lana, y la carne vestida del pobre habla a Dios y dice: «Bendice a quien nos ha cubierto».
Poema del Hombre Dios, María Valtorta.