El alma sufre tres fases.
La primera es de creación; la segunda, de nueva creación; la tercera, de perfección.
La primera es común a todos los hombres. La segunda es propia de los justos que con su voluntad llevan a su alma hacia un renacimiento más lleno, uniendo sus buenas acciones a la bondad de la obra de Dios; edifican, por tanto, un alma que ya es espiritualmente más perfecta que la primera: son, así, eslabón entre la primera y la tercera. Ésta, la tercera, es propia de los beatos, o santos si lo preferís, los cuales han superado en miles de grados a su alma inicial, adecuada sólo al hombre, y han hecho de ella una cosa que puede descansar en Dios.
¿Y cuál es el modo de dar espacio, libertad y elevación al alma?-Derribando las cosas inútiles que tenéis en vuestro yo; liberándolo de todas las ideas erradas; construyendo, con los fragmentos resultantes de la demolición, la elevación para el templo soberano. Se ha de conducir al alma cada vez más arriba subiendo los tres peldaños. ¡Oh, a vosotros, romanos, os gustan los símbolos! Ved los tres peldaños a la luz del símbolo. Os pueden decir sus nombres: penitencia, paciencia, constancia; o: humildad, pureza, justicia; o: sabiduría, generosidad, misericordia; o, en fin, el trinomio espléndido: fe, esperanza, caridad. Fijaos qué simbolizan los muros que, ornamentados y al mismo tiempo resistentes, rodean el área del templo.
Es necesario saber circundar al alma, reina del cuerpo, templo del Espíritu eterno, con una barrera que la defienda, sin quitarle la luz, y no agobiarla con la visión de cosas inmundas. Sea muralla segura, y cincelada con el deseo del amor para, quitando las esquirlas de lo que es inferior, la carne y la sangre, formar lo superior, el espíritu. Cincelar con la voluntad: eliminar aristas, desportilladuras, manchas, vetas de debilidad, del mármol de nuestro yo, para que sea perfecto en torno al alma. Al mismo tiempo, hacer, de la muralla que habrá de proteger al templo, misericordioso refugio para los desdichados que no conocen lo que es Caridad. ¿Y los pórticos?: la expansión del amor, la piedad, el deseo de que otros vayan a Dios; son semejantes a amorosos brazos que se extienden para amparar la cuna de un huérfano.
En el interior del recinto están, como ofrenda al Creador, los más bellos y olorosos árboles. Sembrad en el terreno que antes estaba desnudo, cultivad luego estos árboles, que son las virtudes de todo tipo, segundo círculo protector, vivo y florido, en torno al sagrario; y, entre los árboles, entre las virtudes, las fuentes (que son también amor, purificación), antes de acercarse al propileo, junto al cual, antes de subir al altar, se debe cumplir el sacrificio de la carnalidad, vaciarse de toda lujuria.
Luego, continuar más adentro, hasta el altar, para depositar la ofrenda, y seguir, atravesando el vestíbulo, hasta la celda de Dios. ¿Qué será esta morada?: copiosidad de riquezas espirituales, porque nunca es demasiado como marco para Dios. ¿Habéis comprendido esto? Me habéis pedido que os explique cómo se construye la Fe. Os he dicho: «Según el método con que se elevan los templos».
Poema del Hombre Dios, María Valtorta.