¿Qué es el hombre? El hombre es la criatura soberana que Dios ha creado para ser rey en la creación, creado a su imagen y semejanza, dándole la semejanza según el espíritu, y la imagen extrayendo de su pensamiento perfecto esta perfecta imagen.
Observad el aire, la tierra y las aguas. ¿Acaso veis animal alguno o planta alguna que, por muy hermosos que sean, igualen al hombre? El animal corre, come, bebe, duerme, genera, trabaja, canta, vuela, se arrastra, trepa… pero no tiene la capacidad de hablar. El hombre, como el animal, sabe correr y saltar, y en el salto es tan ágil que emula al ave; sabe nadar, y nadando es tan veloz que semeja al pez; sabe arrastrarse como lo hace un reptil; sabe trepar asemejándose al simio; sabe cantar, y en esto se parece a los pájaros. Sabe engendrar y reproducirse… Pero, además, sabe hablar.
No digáis como objeción: «Todo animal tiene su lenguaje». Sí. Uno muge, otro bala, el otro rebuzna, el otro pía, o gorjea…pero, desde el primer bovino al último, siempre tendrán al mismo y único mugido, y así igualmente el ovino balará hasta el fin del mundo, y el burro rebuznará como rebuznó el primero, y el pardal siempre emitirá su breve canto, mientras que la alondra y el ruiseñor cantarán el mismo himno (al Sol, la primera; a la noche estrellada, el segundo), aunque sea el último día de la Tierra, de la misma manera que saludaron al primer Sol y a la primera noche terrestre. El hombre, por el contrario, debido a que no tiene sólo la campanilla y la lengua, sino que también tiene un conjunto de nervios centrados en el cerebro, sede del intelecto, sabe – debido a ello – captar las sensaciones nuevas y reflexionar en ellas y darles un nombre.
Adán puso por nombre «perro» a su amigo, y llamó «león» a aquel que, por su melena tupida y derecha en una cara ligeramente barbada, se le parecía más; llamó «oveja» a la cordera que lo saludaba mansamente, y llamó «pájaro» a esa flor de plumas que volaba como la mariposa y que además emitía, dulce, un canto que ésta no posee. Y andando el tiempo, a lo largo de los siglos, los hijos de Adán siguieron creando nuevos nombres, a medida que «fueron conociendo» las obras de Dios en las criaturas, o cuando – por la chispa divina que hay en el hombre – engendraron, además de otros hijos, cosas útiles, o nocivas, para esos mismos hijos (si estaban con Dios o contra Dios: están con Dios quienes crean y llevan a cabo cosas buenas; están contra Dios quienes crean cosas que resultan maléficas para el prójimo). Dios venga a los hijos suyos que han sido torturados por el mal ingenio humano.
El hombre es, pues, la criatura predilecta de Dios. Aunque en la presente situación sea culpable, continúa siendo el más querido por Él: lo testifica el hecho de que haya enviado a su mismo Verbo – no a un ángel, un arcángel, querubín o serafín, sino a su Verbo -, revistiéndolo de la humana carne, para salvar al hombre; y no consideró indigna esta veste para hacer capaz de sufrir y expiar a Aquel que, por ser como Él purísimo Espíritu, no habría podido sufrir y expiar la culpa del hombre.
El Padre me dijo: «Serás hombre: el Hombre. Yo hice ya un hombre, perfecto, como todo lo que hago. Había dispuesto para él una vida dulce, una dulcísima dormición, un beato despertar, una beatísima permanencia eterna en mi celeste Paraíso.
Pero, como Tú sabes, en ese Paraíso no puede entrar nada contaminado, porque en él Yo-Nosotros, Dios Uno y Trino, tenemos trono, y ante este trono no puede haber sino santidad. Yo soy el que soy. Mi divina naturaleza, nuestra misteriosa Esencia, no puede ser conocida sino por aquellos que no tienen mancha. Al presente, el hombre, en Adán y por Adán, está sucio. Ve. Límpialo. Es mi deseo. Serás Tú, de ahora en adelante, el Hombre, el Primogénito, porque serás el primero en entrar aquí con carne mortal sin pecado, con alma sin culpa original. Los que te han precedido sobre la faz de la tierra, así como los que te seguirán, tendrán vida por tu muerte de Redentor». Sólo podía morir quien previamente hubiera nacido; Yo he nacido, y moriré.
El hombre es la criatura predilecta de Dios. Decidme: si un padre tiene muchos hijos y uno de ellos es su predilecto – la pupila de sus ojos – y se lo matan, ¿no sufrirá más que si la víctima hubiera sido otro de sus hijos? No debería ser así, porque el padre debería ser justo con todos sus hijos, pero de hecho así sucede, y es porque el hombre es imperfecto. Sin embargo, Dios lo puede hacer con justicia, porque el hombre es la única de las criaturas que tiene en común con el Padre Creador el alma espiritual, signo innegable de la paternidad divina.
¿Si se le mata un hijo a un padre, se ofende sólo al hijo? No; también al padre. En la carne, al hijo; en el corazón, al padre: ambos son víctimas. ¿Matando a un hombre se ofende sólo al hombre? No; también a Dios. En la carne, al hombre; en su derecho, a Dios: sólo a Dios le corresponde el dar o quitar la vida y la muerte. Matar es usar violencia contra Dios y contra el hombre. Matar es penetrar en el dominio de Dios. Matar es faltar contra el precepto del amor. Quien mata no ama a Dios, porque destruye una obra de sus manos: un hombre. Quien mata no ama al prójimo, porque le priva al prójimo de aquello que el homicida quiere para sí: la vida.
Poema del Hombre Dios, María Valtorta .