La fugacidad de la vida terrena es algo que a medida que pasan los años se percibe con total y absoluta claridad; personas conocidas de todas las edades, niños, jóvenes , adultos y ancianos, pasan de esta vida a la otra; la muerte nos sorprende a cada instante y decimos “parece increíble, hace un momento lo vi normal y ahora no está”.Hoy nos dice la Lectura de la carta del apóstol Santiago (4,13-17):
Vosotros decís: «Mañana o pasado iremos a esa ciudad y pasaremos allí el año negociando y ganando dinero». Y ni siquiera sabéis qué pasará mañana. Pues, ¿qué es vuestra vida? Una nube que aparece un momento y en seguida desaparece. Debéis decir así: «Si el Señor lo quiere y vivimos, haremos esto o lo otro.»
Nuestra vida es una nube que aparece en un momento y en seguida desaparece, así es, un instante fugaz en un inmenso puzle de circunstancias cambiantes que no dependen de nosotros; no podemos añadir ni aún con toda nuestra voluntad, un solo instante más a nuestra vida, no depende de nosotros, el Señor nos la da y el Señor nos la pide.
La Vida es la oportunidad temporal y finita que tenemos para de forma libre amar y hacer el bien; amar en primer lugar a Dios, nuestro creador que nos pensó y nos amó primero y en segundo lugar a nuestro prójimo, que es nuestro hermano y al que debemos querer como nos queremos a nosotros.
Transcurrida nuestra vida terrena hemos de presentarnos ante el Padre y dar cuenta de lo que hicimos con ella; habiendo recibido una serie de dones del Altísimo para ponerlos a disposición de los hermanos tendremos que explicar qué usos les dimos , qué obras y qué frutos obtuvimos con ellos.
Así pues no podemos perder un instante de nuestra vida en cosas absurdas, porque no sabemos si mañana la seguiremos conservando; continúa la carta de Santiago:
En vez de eso, no paráis de hacer grandes proyectos, fanfarroneando; y toda jactancia de ese estilo es mala cosa. Al fin y al cabo, quien conoce el bien que debe hacer y no lo hace es culpable.
Ayúdanos Señor a no desperdiciar nuestras vidas y a darnos cuenta de que hemos de dar fruto abundante para no ser echados al fuego.