Hoy leemos el Evangelio según San Juan 13,16-20, en él Jesús nos habla después del lavatorio de los pies, en el Cenáculo. Recordemos que San Juan estaba presente aquel día, era apenas un joven y él nos cuenta lo que vivió, el Espíritu Santo grabó las palabras de Cristo en su corazón como a fuego para poder transmitirlas oralmente primero y quedar luego perfectamente escritas para el futuro.
En las visiones de María Valtorta esta escena sucede exactamente del mismo modo, es idéntica, “ es perfecta”; la precisión y la riqueza de los detalles nos lleva sin duda a realizar un viaje en el tiempo , nos lleva a estar presentes en aquel día y en aquella hora y así escuchar la voz hermosa de Jesús que nos dice:
“-Quiero que comprendáis mi gesto de antes. Os he dicho que el primero es como el último, y que os daría un alimento que no es corporal. Os he dado un alimento de humildad. Para vuestro espíritu. Vosotros me llamáis: Maestro y Señor. Decís bien, porque lo soy. Entonces, si Yo os he lavado los pies, también debéis lavároslos vosotros los unos a los otros. Os he dado ejemplo para que hagáis lo mismo que Yo he hecho. En verdad os digo: el siervo no es más que su señor, ni el apóstol más que Aquel que lo ha constituido apóstol. Tratad de comprender estas cosas. Y si, comprendiéndolas, las ponéis por obra, seréis bienaventurados. Pero no seréis todos bienaventurados. Yo os conozco. Sé a quiénes he elegido. No de la misma manera me refiero a todos. Pero digo la verdad.
Por otra parte, debe cumplirse lo que en relación a mí fue escrito (Salmo 41, 10): “Aquel que come conmigo el pan ha alzado contra mí su calcañar». Os digo todo antes de que suceda, para que no abriguéis dudas respecto a mí. Cuando todo esté cumplido, creeréis todavía más que Yo soy Yo. El que me recibe a mí recibe al que me ha enviado: al Padre santo que está en los Cielos. Y el que reciba a los que Yo envíe me recibirá a mí mismo. Porque Yo estoy con el Padre y vosotros estáis conmigo… Pero ahora vamos a cumplir el rito.
Vierte de nuevo vino en el cáliz común y, antes de beber de él y de pasarlo para que beban, se levanta, y con Él se levantan todos, y canta otra vez uno de los salmos de antes: «Tuve fe y por eso hablé… » Y luego uno que no termina nunca.
¡Hermoso… pero eterno! Creo identificarlo, por el comienzo y lo largo que es, como el salmo 118. Lo cantan así: un trozo todos juntos; luego, por turnos, uno dice un dístico y los otros, juntos, un trozo; y así hasta el final. ¡Yo creo que al final tienen que sentir sed!
Jesús se sienta. No se recuesta; se queda sentado, como nosotros.”