Esta tarde- noche comenzaremos a celebrar el Misterio Santo del Nacimiento de Cristo, nuestro Salvador. Nos unimos a los cristianos del mundo entero que, con gozo, celebramos esta Solemnidad. Hacemos nuestras las palabras de San Efrén: “ Bendito el Niño que hoy ha hecho regocíjese Belén. Bendito el Bebe que hoy ha rejuvenecido a la humanidad. Bendito el fruto bendito de María que ha enriquecido nuestra pobreza y ha colmado nuestra necesidad. Bendito Aquel que ha venido a curar nuestra enfermedad, nuestra torpeza, nuestro pecado. Gloria a tu venida, que ha dado vida a los hombres”.
Nosotros somos hoy los pastores que, en la noche a la intemperie, vieron una gran luz y se llenaron de inmensa alegría: cada uno de nosotros tenemos que en esta Nochebuena ponernos ante el Niño con su “noche”, con sus oscuridades y con su deseo de vida, de luz y de paz.
Vivamos la emoción y la sorpresa de aquellos pastores. Vivamos con novedad, dejándonos sorprender por Dios, la Celebración de esta Navidad.
Celebrar el Nacimiento de Cristo no es un mero recuerdo, no es un mero aniversario, es celebrar nuestra liberación, nuestra Salvación, es el Misterio de la condescendencia de Dios que se manifiesta de modo admirable junto a nosotros. Así con la Liturgia de hoy cantamos: “hoy nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor”. Entrar en el Misterio de Belén es entrar, y dejarse inundar, en el misterio del Amor inmenso de Dios para con cada uno de nosotros. Jesús es el Dios-con-nosotros.
Este es el acontecimiento que nos convoca esta Noche, que nos reúne en torno a la mesa con nuestras familias, en torno al Altar para participar en la Eucaristía.
“Ha aparecido la gracia de Dios que trae la Salvación para todos los hombres” (Tito 2,11). Acojamos y celebremos esta Salvación. Abracemos a Cristo que viene a salvarnos.
Llevemos a la Buena Nueva de la Navidad a todos. ¡Anunciemos esta Gran Noticia!:
Os anunciamos, hermanos, una buena noticia,
una gran alegría para todo el pueblo;
escuchadla con corazón gozoso:
Habían pasado miles y miles de años
desde que, al principio, Dios creó el cielo y la tierra
y, asignándoles un progreso continuo a través de los tiempos,
quiso que las aguas produjeran un pulular de vivientes
y pájaros que volaran sobre la tierra.
Miles y miles de años,
desde el momento en que
Dios quiso que apareciera en la tierra el hombre,
hecho a su imagen y semejanza,
para que dominara las maravillas del mundo
y, al contemplar la grandeza de la creación,
alabara en todo momento al Creador.
Miles y miles de años,
durante los cuales los pensamientos del hombre,
inclinados siempre al mal,
llenaron el mundo de pecado hasta tal punto
que Dios decidió purificarlo,
con las aguas torrenciales del diluvio.
Hacía unos 2.000 años que Abraham, el padre de nuestra fe,
obediente a la voz de Dios,
se dirigió hacia una tierra desconocida
para dar origen al pueblo elegido.
Hacía unos 1.250 años que Moisés
hizo pasar a pie enjuto por el Mar Rojo
a los hijos de Abraham,
para que aquel pueblo, liberado de la esclavitud del Faraón,
fuera imagen de la familia de los bautizados.
Hacía unos 1.000 años que David, un sencillo pastor
que guardaba los rebaños de su padre Jesé,
fue ungido por el profeta Samuel,
como el gran rey de Israel.
Hacía unos 700 años que Israel,
que había reincidido continuamente en las infidelidades de sus padres
y por no hacer caso de los mensajeros que Dios le enviaba,
fue deportado por los caldeos a Babilonia;
fue entonces, en medio de los sufrimientos del destierro,
cuando aprendió a esperar un Salvador
que lo librara de su esclavitud
y a desear aquel Mesías
que los profetas le habían anunciado
y que había de instaurar un nuevo orden de paz y de justicia,
de amor y de libertad.
Finalmente, durante la olimpiada 94,
el año 752 de la fundación de Roma,
el año 14 del reinado del emperador Augusto,
cuando en el mundo entero reinaba una Paz universal,
hace 2017 años,
en Belén de Judá, pueblo humilde de Israel,
ocupado entonces por los romanos,
en un pesebre, porque no tenía sitio en la posada,
de María virgen, esposa de José,
de la casa y familia de David,
nació Jesús,
Dios eterno, Hijo del Eterno Padre,
y hombre verdadero,
llamado Mesías y Cristo,
que es el Salvador que los hombres esperaban.
El es la Palabra que ilumina a todo hombre,
por Él fueron creadas al principio todas las cosas;
Él, que es el camino, la verdad y la vida,
ha acampado, pues, entre nosotros.
Hermanos, alegraos,
haced fiesta y celebrad la mejor noticia
de toda la historia de la humanidad.
(Canto de la Calenda)
A todos Feliz Nochebuena, Feliz Navidad. El Señor en su Nacimiento os inunde de su Luz, su Paz, y Amor.
Adolfo