Estamos en el segundo Domingo de Adviento queriendo prepararnos para la venida del Señor. Un tiempo de espera y de esperanza.
Si nos dejamos interpelar por el comienzo del evangelio de San Marcos, que se lee en este domingo, hay razón suficiente para afirmar que el tema del desierto no es ajeno al espíritu del Adviento.
Para nuestra mentalidad actual el desierto es un lugar inhóspito, nada atrayente, donde uno puede morir de sed y de soledad o perderse a causa de la arena o del viento que borra todos los caminos. Sin embargo, el pueblo de Dios tuvo una experiencia muy diferente. En el desierto se sintió salvado, guiado, liberado. Allí Dios le configuró como pueblo suyo, le habló, le alimentó y le mostró su amor.
De Juan Bautista se dice que era “una voz que grita en el desierto”. Y nos preguntamos ¿por qué grita si se encuentra en el desierto?, no es necesario gritar pues está en el desierto, allí no hay nadie. Pero es que su grito es un signo de un Dios que no quiere permanecer en silencio, y se quiere hacer presente incluso allí donde hay silencio, quiere llegar a todos incluso a los lugares más escondidos e inaccesibles.
En el Adviento de 2017 se hace necesario escuchar la voz y el mensaje del Bautista. Necesitamos ir al desierto para escuchar palabras auténticas por encima de los gritos de la vida cotidiana. Y esta voz de Juan el Bautista nos invita a Preparar la venida del Señor. Éste es el mensaje central del domingo segundo de Adviento, que escuchamos y que resuena en nuestro corazón: ¡Preparadle un camino al Señor!.
Juan Bautista, en este segundo domingo de adviento, nos pone contra las cuerdas. ¿Qué camino estamos construyendo para la llegada del Salvador? ¿Nos preocupamos de despejar la calzada de nuestra vida de aquellos escollos (envidias, orgullo, soberbia, malos modos, egoísmo….) que convierten nuestra fe en algo irrelevante o simbólico?. Y entonces tenemos que preguntarnos también ¿Qué estoy dispuesto a realizar para que mi vida sea un camino para Dios?.
Porque hay dos clases de desierto: uno, el que no deja que nazca nada bueno en torno a nosotros y, aquel otro, que posibilita un encuentro con nosotros mismos, con la fe, con la esperanza, con Jesús que viene, con esa realidad interior que nos abre y nos conduce a la esperanza.
Los caminos que conducen a la Navidad no pueden ser aquellos falsos anuncios de felicidad, que nos invitan a un simple sueño de lotería, al dulce o al cotillón de nochevieja. Los caminos, que conducen a una auténtica Navidad, son aquellos que nos hacen vivir y recuperar el sentido más profundo de esos días: Dios sale a nuestro encuentro.
Hermanos, Amigos: ¿Seremos capaces, en medio de tantos atajos, de acondicionar un sendero limpio, sencillo, humilde para que Jesús venga por El? El camino de cada uno, nuestra propia historia (con grandezas y con miserias incluidas) es la vía que Dios utiliza para venir hasta nosotros. Juan Bautista se hizo camino para indicar a otros la llegada de Jesús. Esto, como cristianos, nos debe de interpelar seriamente: ¿somos recordatorio de la llegada de la Navidad o rito que se repite sin una gran verdad de fondo? ¿Nos diluimos como la sal en el agua? ¿Presentamos a Jesús como algo que merezca la pena ser vivido, amado y seguido?.
Conversión, dejando limpio el camino y anuncio, siendo como Juan Bautista anunciadores de que el Señor viene, harán que este Adviento sea especialmente fructuoso. ¡ Adelante! Con este deseo suplicamos, ¡Ven Señor!.
Adolfo Alvarez. Sacerdote