Celebramos una de las grandes fiestas marianas, la Inmaculada Concepción de María , tan arraigada en la fe de nuestro pueblo cristiano de España (la Inmaculada es nuestra “Patrona nacional”), y es importante saberla situar en el marco y la dinámica del Adviento, porque la Inmaculada es signo de esperanza, es ya realización de la promesa de salvación esperada durante siglos y prometida por Dios a los hombres, porque la Virgen no sólo encarna en su persona las esperanzas del pueblo de Israel, sino que ella mismo llevó en su seno al autor de esa esperanza.
Hoy contemplamos a María desde la fe, y aquí recordamos unas palabras de Benedicto XVI: “El misterio de la Inmaculada Concepción de María… nos recuerda dos verdades fundamentales de nuestra fe: ante todo el pecado original y, después, la victoria de la gracia de Cristo sobre él, victoria que resplandece de modo sublime en María Santísima”.
En el tiempo de Adviento, en el que estamos, la solemnidad de la Inmaculada nos recuerda la grandeza del amor de Dios. Ella aparece como una señal, de consuelo y esperanza, que nos es dada para salir de la trinchera en la que por nuestro pecado nos ocultamos como si Dios fuese nuestro enemigo. La Inmaculada, amigos es la mejor victoria de Cristo, que viene a derrotar al pecado. María es la puerta del paraíso pensado por Dios. En la Concepción Inmaculada de María estamos invitados a reconocer la aurora del mundo nuevo, transformado por la obra salvadora del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
En María es de admirar el inefable amor de madre con que esperó y engendró al Hijo. Su actitud es un incentivo para revivir su esperanza, “vigilantes –como Ella- en la oración y jubilosos en la alabanza”, saliendo así al encuentro del Salvador que viene. Para ello nos estamos preparando en este Tiempo de Adviento, tiempo de preparación, de espera y esperanza. Entrar la dinámica del Adviento de la mano de María supone palpitar al unísono con Ella y hacer nuestra su inefable experiencia, es decir: sentir en lo profundo del ser la alegría por el Don del Verbo que se encarna y la perplejidad que produce un misterio tan inefable, cuya audacia sobrecoge.
Por eso, hay que decirlo y celebrarlo, la fiesta de María Inmaculada es un regalo en el camino de nuestro Adviento: alienta de una forma singular, desde el interior de la Iglesia e imagen de ella, la esperanza de los peregrinos de esta hora, por ello le cantamos: “Santa María de la esperanza, mantén el ritmo de nuestra espera”. La Madre nos dispone para acoger a Dios entre nosotros, para darle lugar en nuestra vida, para darle posada en su casa, en esta tierra a la que queremos expropiar de su Señor. La Virgen nos enseña a mirarnos solo desde el amor de Dios y ese amor de Dios nos lleva a vivir el amor al prójimo. Dios no nos empequeñece ni nos deja encerrarnos en nosotros mismos. Nuestra vida se hace grande con Él y nos abre a vivir atentos a las necesidades del prójimo, sin desentendernos nunca del otro.
Hermanos y Amigos, La solemnidad de la Inmaculada Concepción de María es un canto admirativo a la belleza y a la perfección humana. Es, sobre todo, un canto agradecido al amor misericordioso de Dios. Él ha querido empeñarse con el hombre en la lucha contra el mal que lo oprime y esclaviza. Así, el misterio de la Inmaculada es el principio de toda una historia de salvación. Por eso María es “esperanza nuestra”. Por eso María es el mejor icono de Adviento. Por eso María nos contagia de optimismo y alegría. Ya nunca tendremos razón para la desesperanza.
En este día de gran fiesta para todos nosotros, hijos de la Virgen, pidamos su ayuda para que dispongamos nuestro corazón a la Venida de Cristo y nos despojemos del pecado y de sus huellas, que nuestro amor sea limpio y que nuestro corazón puro y nuestra voluntad se rijan siempre por el “sí” permanente al plan de Dios.
Con inmensa alegría y fe digamos hoy, en comunión con toda la Iglesia, las palabras que se cantan en el prefacio de la Misa:
“¡Purísima había de ser, Señor,
la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo!. ¡Purísima la que, entre todos los hombres,
es abogada de gracia y ejemplo de santidad!”
¡Feliz Día de nuestra Madre!
Adolfo Álvarez. Sacerdote