Están muy de moda programas de televisión donde se reúnen varias personas para cenar juntas, de esa manera se determina cuál es el mejor anfitrión, el que tiene la casa más bonita, el que pone la mesa más lujosa, coloca la vajilla más cara y hermosa y cocina ricos platos para sus invitados. Vemos como los invitados a pesar de ser huéspedes en casa ajena, aprovechan para decir claramente lo que no les gusta de su anfitrión, sobre todo cuando el anfitrión no está, claramente es un concurso y todos van a ganar un premio .
Nos conquistan las imágenes de casas lujosamente decoradas, lucen las personas sus mejores galas, se visten , preparan , maquillan para causar buena impresión a los demás, pero luego en cuanto rascamos un poco la superficie salen a la luz los egoísmos, la hipocresía, la falsedad.
El aspecto exterior no siempre se corresponde con lo que hay dentro del hombre, pero existe un lugar precioso en cada ser humano que no se puede vestir con sedas, ni maquillar ni disimular, es el alma que hemos recibido de Dios, el regalo más hermoso , que no se ve a simple vista. Ese alma brilla con luz propia porque no es material , es espiritual y realmente el alma es lo único que en verdad poseemos , es nuestra única y auténtica verdad.
Nuestra alma no la podemos vestir ni maquillar como a nuestro cuerpo, no es tan sencillo, su belleza no depende de la ropa que utilicemos ni de cuánto vayamos al gimnasio, no podemos dar una imagen que no se corresponda con su realidad, porque el alma no puede fingir, ¡¡ está como está!!.
Hoy la lectura del Evangelio nos recuerda que Jesús quiere venir a nuestra alma a hacer morada en ella, el más valioso de los huéspedes, Dios mismo; a Zaqueo que debido a su baja estatura se había subido a un árbol para verle mejor le dice “baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa” , esa es la frase que nos dice a cada uno de nosotros porque en lo más profundo de nuestro verdadero ser, en nuestro alma, quiere estar Jesús.
Qué feliz es el alma que en Dios encuentra su reposo, «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti» San Agustín.
Para que nuestra alma florezca y se torne hermosa y bella hemos de regarla con la Oración, las buenas obras, la Eucaristía, hemos de alimentarla para que no se transforme en un alma sin vida, podemos ser lindas vasijas lujosamente adornadas pero sin nada en el interior, no podemos olvidar que en cualquier momento el Señor nos llamará y nos presentaremos ante Él con lo único que realmente es nuestro, nuestra alma, entonces podremos entregar un alma viva y hermosa o un alma apagada y muerta.
Esto es algo demasiado importante para no pensar en ello, digámosle a Jesús, Ven a mi alma Señor, quédate en mi casa, ayúdame a ser mejor.