En el día de la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos tenemos un recuerdo especial por todos nuestros familiares, amigos, vecinos, conocidos y desconocidos que ya han pasado de este mundo al Padre. Y lo hacemos con agradecimiento y esperanza de volvernos a encontrar en la resurrección y la vida perdurable.
La Iglesia en esta Conmemoración y durante todo el mes de noviembre reza y ofrece sufragios por los Difuntos, por todos los que nos han precedido en la señal de la fe. Lo hace desde la fe en Jesús Resucitado. Y lo hace ayudándonos a reflexionar en el sentido cristiano de la muerte.
La muerte es una realidad que forma parte de nuestra vida, nos plantea interrogantes, preguntas, y sigue siendo un misterio. Muchas veces hoy se trata de ocultar esta realidad o no se quiere pensar en ella. Dios nos ha creado para la vida. Ya en tiempo de los Macabeos, Judas, capitán valeroso, ordenó, nos dice la Biblia, hacer una colecta en favor de los que habían muerto para ofrecer sufragios y sacrificios por ellos, porque esperaba la resurrección de los muertos. Desde entonces ha sido una idea piadosa ofrecer oraciones, y sacrificios, que para nosotros hoy es el Sacrificio de la Eucaristía, para pedir al Padre de la Misericordia el perdón de sus culpas y pecados y la paz y la vida eternas.
Los cristianos tenemos que mirar a la muerte con fe. Dios la ilumina con el acontecimiento de la muerte y resurrección de Jesucristo. Desde Jesucristo no tiene la última palabra en nuestra vida la muerte. Por ello no podemos nunca olvidar el acontecimiento central que se sitúa ante nosotros y que nos lleva a nosotros a rezar por los difuntos, es el Misterio Pascual de Cristo, es que el Señor venció a la muerte con su Resurrección, y nos ha hecho partícipes de esa victoria. Así lo proclamamos en uno de los prefacios de Difuntos: “Él quiso entregar su vida para que todos tuviéramos vida eterna” .
Desde nuestra afirmación como Misterio central de nuestra fe los creyentes hemos de ofrecer por nuestros Difuntos el Sacrificio de la Misa, actualización del Misterio Pascual de Cristo y la mejor oración que podemos hacer por nuestros seres queridos. En la Celebración del Tesoro de la Iglesia que es la Eucaristía pedimos a Dios Padre por medio de Cristo que recuerde “todos sus hijos que han muerto esperando la resurrección”. ¡No dejemos de ofrecer la Eucaristía por nuestros difuntos!.
Esta afirmación de la vida, desde la Resurrección de Cristo, es la que hace que los cristianos consideremos como lugar santo y visitemos los Cementerios, “lugar donde duermen los que esperan la resurrección” y que éstos no sean “necrópolis”, ciudad de los muertos. Visitar el Cementerio es manifestar nuestra fe y nuestra esperanza en la Resurrección.
Esta afirmación de la vida, de la resurrección, es para nosotros, creyentes, incompatible con la celebración de Hallowen, fiesta anglosajona pagana, fiesta de la muerte. La Vida eterna en la que creemos va más allá del miedo y de las tinieblas.
Los cristianos hemos hoy de vivir y expresar el sentido cristiano de la muerte y no dejarnos llevar de formas paganas de afrontar la muerte. La Iglesia acepta la incineración, pero las cenizas no deben ser esparcidas en la naturaleza, campos, montes, ríos, ni tenerlas en nuestras casas. Las cenizas han de ser depositadas en el Cementerio o en los Columbarios que existen en algunas de nuestras Iglesias Parroquiales. Estos lugares son los que los cristianos tenemos para tener a nuestros seres queridos que han partido de este mundo en la espera de la resurrección. Quienes somos hijos de Dios por el Bautismo no hemos de afrontar la muerte de una manera pagana.
Amigos, hermanos, en este Día de los Difuntos y a lo largo de este mes somos invitados:
A orar por los Fieles difuntos, encomendándoles a la Misericordia de Dios, para que el Señor los reciba en su Gloria, alcancen la Vida eterna
A afianzar nuestra fe en la resurrección de Cristo y en nuestra propia resurrección. A que hagamos nuestras las palabras que rezamos hoy en el prefacio de la Misa de difuntos, y que así lo sintamos en lo más profundo de nuestro corazón: “En él brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección, y así, aunque la certeza de morir nos entristece nos consuela la promesa de la futura inmortalidad”.
A vivir esperando el retorno del Señor. Y ello queriendo vivir poniendo en práctica las Bienaventuranzas, que se nos proponían ayer en la solemnidad de todos los Santos como camino para seguir a Jesucristo. Y ello aguardando la Venida gloriosa del Señor y gustando interiormente que “en la vida y en la muerte somos del Señor”
Profesemos hoy nuestra fe en la resurrección de los muertos, y así con el Credo decimos “Creo en la resurrección de los muertos, en la vida del mundo futuro”. La fe en Cristo Resucitado avive nuestra esperanza en la resurrección nuestra y de la de todos nuestros difuntos.
Adolfo Álvarez. Sacerdote