Hoy es el cuarto día de la Novena a nuestra Madre, la Santina. Y en este día, en este itinerario de preparación a su Fiesta, la contemplamos como la Madre de Misericordia.
María es Madre de misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación de la misericordia de Dios (cf. Jn 3, 16-18). Él ha venido no para condenar sino para perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9, 13).
En el Libro de Misas de la Virgen se nos dice: “El titulo de Reina y Madre de Misericordia celebra la bondad de María, la cual ruega incesantemente a su Hijo por la salvación del pueblo que acude a Ella confiadamente en sus tribulaciones y peligros… Por tanto, la Santísima Virgen, habiendo experimentado la misericordia de Dios de un modo único y privilegiado acoge a todos los que en Ella se refugian”.
La Virgen, Madre de Misericordia, nos educa en el noble sentimiento de la compasión. Compadecerse de la necesidad del otro es una oportunidad para seguir siendo agentes de amor, para vivir el Mandamiento Nuevo del Amor.
En el Magnificat, María canta la misericordia, el amor alegre de Dios que viene a devolver la felicidad a un mundo entristecido. Ella es la primera Hija de la misericordia de Dios; y a la vez que Hija, es Madre del Dios de misericordia: por eso la llamamos Mater misericordiæ.
Hemos de pedir por la intercesión de María, que nuestros corazones de piedra se hagan corazones de carne, verdaderamente sensibles ante las miserias, el sufrimiento, el mal y el pecado en el mundo. La compasión de María está siempre presente en la historia de los hombres. María sigue manifestando su ternura por los hombres. Su amor no cesa, y gracias a ella, Dios sigue manifestando su misericordia en la historia de su Iglesia y de la humanidad “de generación en generación” (Lc. 1,50). No temamos que Dios nos haga misericordia para que, experimentándola, podamos nosotros ser testigos también de la misericordia en nuestro mundo.
Y Ahora hagamos la Novena
Parte fija.
Parte variable, 4º día:
Virgen siempre orante
Del evangelio de san Lucas 1, 46-47
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador.
María es la Virgen siempre orante porque constantemente observa y medita la vida de su Hijo.
De su corazón brotó un canto de alabanza cuando visitó a su prima Isabel. Ella, con el alma levantada hacia el Señor, le da gracias constantemente.
Suplica a su Hijo Jesucristo, como en otro tiempo hizo en Caná de Galilea, que nunca falte al hombre la alegría que viene de Dios y que llega a nosotros por la muerte y resurrección de Jesús.
Ella nos enseña a estar ante el Señor en una actitud de constante disponibilidad y obediencia, para que el Poderoso nos pueda rodear con los «brazos» de su ternura.