Lo que capta la atención de Jesús es el suspiro desconsolado de Santiago de Zebedeo, y sus improvisas palabras, fruto de un pensamiento amargo… Santiago dice:
-¡Derrotas y más derrotas!… Parecemos como malditos…
Jesús le pone la mano en el hombro: «
-¿No sabes que ése es el sino de los mejores?
-¡Sí, sí! ¡Lo sé desde cuando estoy contigo! Pero, de vez en cuando sería necesario algo distinto – y antes lo teníamos -para confortar el corazón y la fe…
-¿Dudas de mí, Santiago?
¡Cuánto dolor tiembla en la voz del Maestro!
-¡No, no!…
La verdad es que no es muy seguro el «no».
-Pero dudar, dudas. ¿De qué, entonces? ¿Ya no me amas como antes? ¿Ver que me echan de un lugar, o que se burlan de mí, o, sencillamente, que no me prestan atención en estos confines fenicios, ha debilitado tu amor? Hay un llanto tembloroso en las palabras de Jesús, a pesar de que no haya sollozos ni lágrimas: es verdaderamente su alma la que llora.
-¡Eso no, Señor mío! Es más, mi amor a ti crece a medida que te veo menos comprendido, menos amado, más postrado, más afligido. Y, por no verte así, por poder cambiar el corazón a los hombres, solícito daría mi vida en sacrificio. Debes creerme.
No me tritures el corazón, ya tan afligido, con la duda de que piensas que no te amo. Si no… Si no, romperé todos los cánones.
Volveré para atrás y me vengaré de los que te causan dolor, para demostrarte que te amo, para quitarte esta duda. Y, si me atrapan y me matan, no me importará lo más mínimo. Me conformaré con haberte dado una prueba de amor.
-¡Oh, hijo del trueno! ¿De dónde tanta impetuosidad? ¿Es que quieres ser un rayo exterminador? Jesús sonríe por la fogosidad y los propósitos de Santiago.
-¡A1 menos, te veo sonreír! Ya es un fruto de estos propósitos míos. ¿Tú que opinas, Juan? ¿Debemos llevar a cabo mi pensamiento para confortar al Maestro, abatido por tantas reacciones contrarias?
-¡Sí, sí! Vamos nosotros. Hablamos de nuevo. Y si lo vuelven a insultar, llamándolo rey de palabras, rey hazmerreír, rey sin dinero, rey loco, repartimos palos a diestro y siniestro, para que se den cuenta de que el rey tiene también un ejército de fieles y que estos fieles no permiten burlas. La violencia es útil en ciertas cosas. ¡Vamos, hermano! – le responde Juan (y ahora, tan colérico como se manifiesta, no parece él, que siempre es dulce).
Jesús se mete entre los dos, los aferra por los brazos para detenerlos y dice:
-¿Pero los estáis oyendo? ¿Y Yo qué he predicado durante tanto tiempo? ¡Sorpresa de las sorpresas! ¡Hasta incluso Juan, mi paloma, se me ha transformado en gavilán! Miradlo, vosotros, qué feo está, tenebroso, hosco, desfigurado por el odio.
¡Qué vergüenza! ¿Y os asombráis porque unos fenicios reaccionen con indiferencia, y de que haya hebreos que tengan odio en su corazón, y de que unos romanos me conminen a marcharme, cuando vosotros sois los primeros que no habéis entendido todavía nada después de dos años de estar conmigo, cuando vosotros os habéis llenado de hiel por el rencor que tenéis en el corazón, cuando arrojáis de vuestros corazones mi doctrina de amor y perdón, la echáis afuera como cosa estúpida, y acogéis por buena aliada a la violencia? ¡Oh, Padre santo! ¡Esta si que es una derrota! En vez de ser como gavilanes que se afilan rostro y garfas, ¿no sería mejor que fuerais ángeles que orasen al Padre para que confortara a su Hijo? ¿Cuándo se ha visto que un temporal beneficie con sus rayos y granizadas? Pues bien, para recuerdo de este pecado vuestro contra la caridad, para recuerdo de cuando vi aflorar en vuestra cara el animal-hombre en vez del hombre-ángel que quiero ver siempre en vosotros, os voy a apodar «los hijos del trueno».
Jesús está semi-serio mientras habla a los dos inflamados hijos de Zebedeo. Pero el reproche, al ver el arrepentimiento de ellos, pasa, y, con cara luminosa de amor los estrecha contra su pecho diciendo:
-Nunca más, feos de esta forma. Y gracias por vuestro amor. Y también por el vuestro, amigos – dice, dirigiéndose a Andrés, Mateo y los dos primos.
Poema del Hombre Dios.