Por nuestros hermanos que se han alejado de la fe, para que, a través de nuestra oración y el testimonio evangélico, puedan redescubrir la cercanía del Señor misericordioso y la belleza de la vida cristiana.
“Porque el Hijo del hombre ha venido a salvar lo perdido… Si uno tiene cien ovejas y se le extravía una, ¿no dejará las noventa y nueve e irá en busca de la extraviada? Y si logra hallarla, cierto que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda ni uno solo de estos pequeñuelos” (MT 18:14).
¿Por qué algunas personas han abandonado la Iglesia? Primero que todo, es un misterio, ya que no podemos asomarnos a sus mentes o a sus corazones. En última instancia ellos son responsables ante Dios por sus decisiones. No obstante, el Catecismo nos proporciona algunas claves: “El desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral” (CIC 1792). Esto nos debe quedar absolutamente claro, a la vez que mantenemos un espíritu de comprensión, misericordia y perdón. La mayor parte de las personas que se alejan de la Iglesia lo hacen debido a faltas morales. No están preparados para someter sus pecados al juicio y a la misericordia de Dios y de la Iglesia por medio del sacramento de la Penitencia. Esta renuencia a pedirle perdón a Dios por haberlo ofendido, conduce a la racionalización y a la autojustificación.
Con el tiempo, esto lleva a la pérdida de las virtudes de fe, esperanza y caridad, necesarias para alcanzar la vida eterna. La ignorancia religiosa puede mitigar la culpabilidad por estas faltas morales. Y esta ignorancia religiosa es el resultado de décadas de descuido por parte de los fieles en su deber de catequizar. Recordemos que Dios no nos pide que juzguemos, sino que llamemos y demos comprensión y acogida a los que regresan a la fe. Reconociéndonos pecadores, esto no nos debería de sorprender. Es nuestro deber orar constantemente primero por la conversión de sus corazones. Las mentes vendrán a continuación. (…)
Quizás la mejor manera de ayudarle a nuestro amigo a regresar a la Iglesia sería preguntarle durante una conversación amistosa por qué se alejó de la Iglesia en primer lugar. Ya sabemos por supuesto que en realidad no existen ‘buenos motivos’ para abandonar la Iglesia. Sin embargo, abundan los malos motivos y nuestro amigo seguramente nos dará unos cuantos. Habrá que atender sus respuestas cuidadosamente, diagnosticando sus motivaciones con mucha paciencia. ¿Se trata de razones intelectuales o morales, o es simple ignorancia? Probablemente nos dará un conjunto de emociones normales tales como la ira, el rencor, los resentimientos personales, los sentimientos heridos y supuestos menosprecios. Todas estas reacciones irán acompañadas de excusas desgastadas y racionalizaciones. Usted como yo las hemos escuchado todas. Su amigo debe saber que usted lo comprende perfectamente a la vez que defiende el Evangelio y las enseñanzas de la Iglesia, sin concesiones.
Cortesía del Apostolado de la Oración de Caracas Venezuela, para el grupo de Oración Ángel Pandavenes en Arriondas.