Estos acontecimientos son el centro de la historia del mundo, la plenitud de los tiempos. De su verdad y de su fuerza vivimos todos. Son una actualización a través de la Celebración Litúrgica del Misterio más grande de Amor para con cada uno de nosotros.
Es celebrar todo lo que Dios ha hecho por nosotros y ello nos hace descubrir y redescubrir con un gran asombro nuestra propia dignidad y grandeza. Esta dignidad y grandeza la recordamos de nuevo en la renovación de las Promesas Bautismales en la Celebración culminante de la Vigilia Pascual, a la que ningún creyente debiera de faltar.
Desde el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor nos adentramos en lo que significa la entrega del Señor. La Semana Santa es un tiempo de fe, de gracia, de gratitud. Nuestro corazón se sitúa ante el de Cristo, que al quebrarse, nos va mostrando lo que significa la autenticidad y la grandeza de una vida entregada. Es Dios que nos ama inmensamente y lo muestra acogiendo la muerte de su propio Hijo.
Los Días Santos tienen su centro cada día en la Celebración Litúrgica. En las Celebraciones Litúrgicas los creyentes vivimos los Acontecimientos de la Salvación como realidades presentes, en las cuales podemos participar realmente, gracias a la voluntad de Cristo y al valor universal de sus misterios.
Las procesiones y demás actos de piedad son una prolongación de lo vivido en la Celebración Litúrgica. Es más sólo tienen un verdadero sentido si son consecuencia de la participación fervorosa en la liturgia y la suponen. Nos lo recordaba el Papa Juan Pablo II al afirmar:“desligar la manifestación de religiosidad popular de las raíces evangélicas, reduciéndola a una expresión costumbrista sería traicionar su esencia verdadera”. El Santo Triduo Pascual es el corazón de la Semana Santa. Santo Triduo que tiene una introducción el Jueves Santo celebrando la Institución de la Eucaristía y que lo forman Viernes Santo: Muerte del Señor, Sábado Santo: Sepultura del Señor, Domingo de Pascua: Resurrección del Señor.
Vivamos con profundidad y provecho espiritual estos días santos. Que participemos con fe en la Celebración de los Misterios Santos agradeciendo al Señor la institución del Sacramento de la Eucaristía en el Jueves Santo. Celebremos con una inmensa gratitud la Liturgia del Viernes Santo, abriéndole al Señor nuestro corazón de par en par para que su Sangre Redentora sane nuestras heridas, nos convierta, nos libere de todo pecado. El silencio del Sábado Santo nos ayude, junto a María, nuestra Madre, a la contemplación de todo lo que ha sucedido y nos haga comprender mejor aquellas palabras de Jesús: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda infecundo, pero si muere da mucho fruto” ( Juan ) . Y sobre todo vivamos y celebremos la Vigilia Pascual en el comienzo del Domingo de Resurrección, la noche del sábado. No dejemos de participar en la celebración más importante del Año. La Semana Santa no concluye en el Calvario sino en la Resurrección, “cuando Cristo, rotas las cadenas de la muerte, asciende victorioso del abismo”, fundamento de nuestra fe y nuestra esperanza.
Dios quiera que vivamos los Días Santos con intensidad y autenticidad. Que sean Celebraciones que nos hagan vivir y ahondar en nuestro encuentro personal con Jesucristo y transformen nuestras vidas al dejarnos nosotros transformar por su Sangre Redentora. Que El Señor resucite sobre todo en nuestros corazones y en nuestras vidas, pues solo así experimentaremos la verdadera alegría de la Pascua. Y de esta alegría del Resucitado seamos testigos valientes y convencidos en medio de nuestro mundo.
A todos fructuosa Semana Santa.
Adolfo Álvarez. Sacerdote.