Ya prácticamente a las puertas de la Semana Santa damos un paso más en nuestra preparación a la Celebración de la Pascua y en disponernos a renovar el Don recibido del Bautismo cuyas Promesas de nuevo profesaremos en la Noche Santísima de Pascua. Después de haber redescubierto a Cristo como el Agua viva, como la Luz del mundo que nos ilumina en el caminar de vida de cada día, hoy lo contemplamos como La Resurrección y la Vida.
Si aceptamos el Don de Dios y nos dejamos iluminar por Él, veremos que las consecuencias que se derivan de nuestra adhesión a su persona es la Vida, una vida en resurrección, una vida plena y eterna a la cual renacimos por el Don del Bautismo, y que somos invitados a renovar en la próxima Celebración de la Pascua.
Hoy escuchamos la promesa del Señor: <<Yo mismo abriré vuestros sepulcros , y os haré salir de vuestros sepulcros…y os traeré a la tierra…Os infundiré mi espíritu y viviréis>> Nosotros ante esta promesa, en esta Cuaresma, hemos de reconocer nuestros sepulcros de muerte por los que tantas veces andamos, como son el pecado, el desaliento, la desesperanza. Tenemos que pararnos y preguntarnos ¿Qué circunstancias, situaciones, pecados personales, me esclavizan, me hacen vivir como en la tumba, como un muerto?¿Qué apaga o acaba con mi esperanza?¿Que daña o destruye mi vida y la de los demás?. El Señor quiere entrar, quiere abrir nuestros sepulcros. ¿Le dejo? ¿Quiero que el Señor abra mis sepulcros? Necesitamos que el Señor nos infunda su Espíritu que nos renueve, que nos devuelva a la Vida, que nos llene de esperanza, de alegría, que nos fortalezca interiormente.
Y en el Evangelio de hoy encontramos Quién abre esos sepulcros de nuestra vida, los abre Aquel que nos dice: “Yo soy la Resurrección y la Vida”. Afirmación central para nuestra fe cristiana. Afirmación central en esta Catequesis que es este pasaje evangélico de la Resurrección de Lázaro (Juan 11, 1-45).
La resurrección de Lázaro nos está anunciando la victoria de Cristo sobre la muerte. ¡Misterio central de nuestra fe!. La resurrección de Lázaro prefiguró proféticamente la resurrección de Cristo. Aquella muerte, aquel sepulcro y aquella resurrección son también signo del misterio que se realiza en la celebración del Bautismo.
La resurrección de Lázaro nos hace percibir y sentir en nuestras propias vidas que nuestros cuerpos son sanados por la gracia. Y es que ya ahora, por la gracia, podemos ser transformados por el amor de Dios en lo más profundo de nuestro ser. Al contemplar a Cristo como la Resurrección y la Vida hemos de llevar en el corazón la certeza de que nuestra vida, la vida de cada uno de nosotros, no es para la muerte, sino para la Vida con Cristo, en definitiva para la Gloria de Dios, que Él vivificará nuestros cuerpos mortales.
Amigos, Lázaro es llamado: “Sal fuera”. Así somos llamados nosotros también: “Sal fuera”. Somos llamados a salir de la oscuridad del pecado, de la desesperanza, de la mediocridad. Somos interpelados a atrevernos a que el Señor toque nuestras heridas más profundas, las que nos avergüenzan, las que creemos que nunca podrán curar, y nos quite las vendas y nos resucite, nos vuelva a la vida de la gracia y de la fe. Por ello en este tramo final de la Cuaresma hemos de suplicar al Señor que con su Luz y con su Agua viva, Luz y Agua que recibimos a través de los Sacramentos y muy especialmente a través del Sacramento de la Penitencia, nos libere de cuanto nos impide gustar y permanecer en el amor de Dios. Que podamos, renovados por la fuerza del Espíritu, confesar como Marta, adhiriéndonos de nuevo al Señor: “Si, yo creo que tu eres el Mesías. El que tenía que venir al mundo”.
Que confesemos hoy con nuestras palabras y nuestra manera de vivir que Cristo es la Resurrección y la Vida. Que unidos a El vencemos al mal y renacemos a la vida nueva, vida nueva que estamos llamados a vivir en el amor.
Adolfo Álvarez. Sacerdote