«Y Caín dijo a su hermano: “Vamos afuera”. Una mentira que celaba bajo la sonrisa una traición asesina. La delincuencia siempre practica la mentira, respecto a sus víctimas y respecto al mundo al que trata de engañar; y quisiera engañar incluso a Dios. Pero Dios lee los corazones.
«Vamos afuera.” Muchos siglos después, uno dijo: «Salve, Maestro», y lo besó. Los dos Caínes escondieron el delito bajo una apariencia inocua y dieron rienda suelta a su envidia, a su ira, a su abusiva violencia y a todos sus malvados instintos, descargando todo ello sobre la víctima porque no se habían dominado a sí mismos; antes bien, habían hecho esclavo su espíritu del propio yo corrompido.
Hincháis vuestra mente con los humos de vuestra ciencia y habláis de evolución como de un signo de vuestra formación espontánea. El hombre-animal, evolucionando, se hará superhombre: esto decís. Sí, así es, pero a mi manera, en mi campo, no en el vuestro; no pasando de la condición de cuadrúmanos a la de hombres, sino de la de hombres a la de espíritus: cuanto más crezca el espíritu, más evolucionaréis.
Vosotros, que habláis de glándulas y os llenáis la boca hablando de hipófisis o pineal y ponéis en ella la sede de la vida -tomada ésta no en el tiempo en que la vivís, sino en los tiempos que han precedido y seguirán a vuestra vida actual-, sabed que la verdadera glándula vuestra, la que hace de vosotros los posesores eternos de la Vida, es el espíritu vuestro. Cuanto más esté éste desarrollado, más poseeréis las luces divinas y más evolucionaréis de hombres a dioses, inmortales dioses, y obtendréis de este modo -sin contravenir al deseo de Dios, a su mandato sobre el árbol de la Vida- la posesión de esta Vida, justamente en la manera en que Dios quiere que la poseáis, pues que Él para vosotros la creó eterna y refulgente, abrazo beatífico con esa eternidad que os absorbe y os comunica sus propiedades.
Cuanto más desarrollado esté el espíritu, más conoceréis a Dios. «Conocer a Dios quiere decir amarlo y servirle y, por tanto, ser capaces de invocarlo para uno mismo y para los demás. Venir a ser, pues, los sacerdotes que desde la Tierra oran por los hermanos. Porque es sacerdote el consagrado, sí, pero también lo es el creyente convencido, amoroso, fiel; y lo es, sobre todo, esa alma víctima que por un impulso de caridad se inmola a sí misma.
No es el hábito, sino el corazón, lo que Dios observa. Y en verdad os digo que ante mis ojos aparecen muchos tonsurados que de sacerdotal sólo tienen la tonsura, y muchos laicos en que la Caridad, que los posee y por la que se dejan consumir, es el óleo de la ordenación que hace de ellos sacerdotes míos, anónimos a los ojos del mundo, pero conocidos por mí, que los bendigo.
Pasión y muerte de Jesús. Poema del Hombre-Dios.