La Cuaresma es un tiempo que, cada año, el Señor nos ofrece, un tiempo favorable, “ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación….”(2Coríntios 6,2) para una sincera revisión de cómo vivimos nuestra vida de cristianos. Si es que de hecho, por las actitudes que adoptamos habitualmente, por las obras, por la manera de comportarnos en casa, en el trabajo, con los amigos, nuestra vida se puede considerar cristiana. Somos por ello invitados a revisarnos ante el espejo de Jesucristo, aprendiendo cada día mas y mejor la Verdad de Cristo, viviendo así con plenitud y gozo la vida de hijos de Dios, que se nos ha regalado por el Bautismo.
La Cuaresma no es un fin en sí misma, sino que culmina en la Pascua. El proceso pascual decisivo para cada cristiano se realiza en tres tiempos:
-Morir al pecado y al mundo; morir al egoísmo, que ya es estrenar nueva existencia .
-Celebrar con Cristo el nacimiento a la nueva vida, vida nueva recibida en el Bautismo y que de nuevo renovamos poniendo toda nuestra confianza en el Señor.
-Vivir con nueva energía y entusiasmo, vivir la alegría de ser creyentes, la alegría de la amistad con Cristo, alegría que no nos puede quitar nada ni nadie.
Estamos iniciándonos en el Misterio de la Pascua. Se trata de un itinerario que nos hace conocer más y mejor el Misterio de Cristo, para identificarnos más con Él y vivir de acuerdo con sus exigencias. Para ello es necesario dejarnos penetrar por la luz de Cristo.
La incorporación creciente al Misterio de la Pascua de Cristo la expresa la liturgia del Camino Cuaresmal en que nos encontramos en una palabra: CONVERSION.
Su significado lo encontramos en la palabra griega “Metanoia”, que significa cambio de mentalidad y en la palabra latina “con-versio” que viene a significar: “vuelta, cambio de dirección”. En latín aparece traducido “paenitere, paenitentia” entendiéndose aquí en un sentido de conversión total .
Somos llamados a la conversión del corazón. No se trata de un cambio superficial, cosmético o aparente, sino de con la ayuda del Espíritu Santo entrar en lo profundo del corazón y descubrir nuestras miserias, esclavitudes, es decir descubrir nuestra realidad de pecado. Y somos llamados también a la conversión de la mente, de nuestros criterios, de nuestras convicciones en ocasiones contrarias al Evangelio y que se haga realidad en nuestra vida lo que le pedimos al Señor en la jaculatoria: “Jesús manso y humilde de corazón haz mi corazón semejante al tuyo”.
No podemos olvidar que el verdadero sello de identidad de cada uno de nosotros, cristianos, es vivir en gracia de Dios, y que es por lo que merece la pena luchar, sufrir, entregarse, como así lo hicieron los santos, que nos estimulan con su ejemplo y nos ayudan con su intercesión.
El deseo de conversión nos estimula a volver al Señor, a renovar en nosotros la gracia bautismal. Para ello hemos de aprovecharnos del Sacramento de la Reconciliación, sacramento de la alegría del perdón, sacramento del encuentro con la inmensa misericordia de Dios para con nosotros.
La Cuaresma en el caminar hacia la Pascua es llamarnos a la conversión y nos ofrece caminos para ello, caminos que todavía podemos aprovechar en lo que nos queda de este tiempo para llegar renovados a las Celebraciones Pascuales:
El primer camino es el silencio. En medio de tanto ruido hemos de buscar momentos de soledad, de silencio, al estilo de Jesús que se retiro al desierto para estar a solas con el Padre.
El camino de la oración. Es necesario orar más y mejor. Y para ello necesitamos sencillez de espíritu, alma de pobre, corazón de discípulo. Escuchar la Palabra de Dios, leerla, meditarla .
El camino del ayuno, la mortificación voluntaria y la aceptación del dolor, las dificultades y sufrimientos de la vida de cada día.
Amigos, estamos a tiempo invoquemos al Espíritu Santo, que venga en nuestra ayuda para que avancemos en nuestra conversión a Cristo, para que nos adentremos más en Él y así las próximas Celebraciones Pascuales nos llenen de la Vida Nueva que brota del Misterio Pascual de Cristo e irradiemos esta Vida Nueva de la Pascua a nuestro alrededor, siguiendo lo que dice el refrán castellano “de lo que rebosa el corazón habla la boca”.
Recemos unos por otros para que nuestros corazones purificados rebosen la Vida Nueva de la Pascua y nuestras bocas den testimonio de que el Único que da sentido auténtico a nuestra vida es Jesucristo, muerto y Resucitado.
Adolfo Álvarez. Sacerdote