Nos vamos acercando a la Pascua y la luz de Cristo va a vencer la oscuridad, el pecado y la muerte. Y hoy, en este camino hacia la cumbre Pascual, la liturgia de la Iglesia nos invita a la alegría, en este domingo Laetare. Alegría porque se percibe en el horizonte la Celebración del Misterio más grande de nuestra fe, el Misterio de Luz y de vida desbordante: la Resurrección de Jesucristo.
La liturgia de hoy continúa con una segunda gran catequesis bautismal (la primera fue el domingo pasado con el Evangelio de Jesús y la Samaritana), preparación para la Noche Solemne de la Pascua donde los que ya estamos bautizados renovaremos las Promesas bautismales, renovaremos nuestra adhesión a Jesucristo y viviremos experimentándolo en nuestra propia vida la victoria de la luz sobre las tinieblas, cumpliéndose así la afirmación rotunda del Señor en el evangelio: “Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven se queden ciegos”.
Dos invitaciones se nos hacen a través de la Palabra de Dios en este Domingo:
A la alegría, como mencioné al comienzo de esta reflexión. El Señor hoy nos dice: “Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos”(Antífona de entrada de la Misa de hoy). Y es que el Misterio Pascual que vamos a celebrar nos tiene que transformar la vida, nos tiene que convertir en hombres y mujeres de esperanza, que se sienten iluminados por la Luz de Cristo, en hombres y mujeres que caminamos según esa Luz viviendo la alegría del Evangelio.
A cambiar la mirada. Nosotros como cristianos, discípulos y testigos de Cristo, no podemos tener una mirada como los fariseos, llena de prejuicios, acusadora y llena de desprecio. Nuestra mirada tiene que ser como la de Jesús, una mirada que va a lo profundo, que ve lo bueno que hay en el corazón de cada hombre, mostrando así la ternura y la misericordia de Dios para con todos, y hoy especialmente para con todos los que viven en la oscuridad.
Todos nosotros, en mayor o menor medida, atravesamos situaciones de oscuridad, de falta de luz, de dudas, de búsqueda. La respuesta es Dios, es Cristo Jesús, nuestro Salvador, que disipa nuestras tinieblas y nos conduce a la luz de la Salvación. Pero hay ciegos y ciegos. Hay ciegos que no pueden ver y hay ciegos que no quieren ver y que ni siquiera toleran que otros vean. Y ante todos aparece Jesús como la Luz del mundo. A los primeros, si humildemente se acercan a El, Jesús les da la vista y la fe; a los segundos los desenmascara. ¿En que grupo de ciegos estamos cada uno de nosotros? ¿Quiero dejarme iluminar por Cristo?.
Y es que, amigos, todos nosotros hemos tenido, en nuestro bautismo, un primer encuentro transformador con Cristo, Luz del mundo. Aquel día, El se hizo presente en nuestra vida para iluminarnos con su luz, para darnos su fuerza, para regalarnos su Espíritu que nos empuja a dar testimonio. Ahora en este Camino Cuaresmal Cristo nos sale de nuevo al paso para mostrarnos su misericordia, para iluminar con su luz las tinieblas del pecado que van oscureciendo nuestra fe. No cerremos los ojos a esta luz, dejemos que el Señor unte con el barro de su amor y misericordia nuestros ojos e ilumine y transforme nuestro corazón para que esta Pascua deje huella en nuestra vida.
Y que esta huella nos haga no sólo no ser ciegos, sino nos haga brillar, ser luz del mundo reflejando, manifestando, a los demás en nuestra vida de cada día, la Luz del que nos ha salvado y nos ha destinado a participar de su Luz maravillosa.
Que María, la Estrella de la mañana, la que dio a luz al que es nuestra Luz, nos lleve y nos muestre a Jesús y nos ilumine con la claridad de su presencia para hacernos como Ella, reflejos puros de la Luz de Dios.
Adolfo Álvarez. Sacerdote