Cuando estamos en el camino de la Cuaresma, camino que nos prepara para la celebración del momento culminante de nuestra Salvación, la Muerte y Resurrección de Cristo, celebramos, hoy, los comienzos de la Salvación en la Solemnidad de la Anunciación del Señor. El que desde todos los siglos era el Unigénito de Dios, por nosotros y por nuestra Salvación, se encarnó en el seno de la Virgen María y por obra del Espíritu Santo se hizo hombre.
Estamos ante el momento que nos recuerda San Pablo en la Carta a los Gálatas: “cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos el ser hijos por adopción” (Gál 4,4-5).
Dios se hace nuestro compañero de camino, lleva a su cumplimiento las promesas hechas en el Antiguo Testamento. Nuestro Dios no sólo se preocupa de nosotros, sino que se ha hecho uno de nosotros, para enseñarnos el camino más certero que nos lleva hacia Él. En este Misterio de la Encarnación contemplamos con asombro que Dios se ha abrazado a la humanidad entera y lo ha hecho con misericordia y amor.
Contemplamos en esta Solemnidad la figura de María , la Esclava del Señor que con su fiat, “hágase en mi según tu palabra”, es prototipo de todo creyente por su confianza en Dios, por su disponibilidad al plan de Dios. María concibe a su Hijo primero por la fe, que biológicamente. María se pone en manos de Dios acogiendo su voluntad. María es la primera creyente de la Iglesia: La Madre de todos los creyentes, como la llaman los Padres de la Iglesia. Ella es modelo de nuestra fe, no sólo en la hora de la Anunciación, sino también en toda su vida. María nos enseña a nosotros a concebir a Cristo en nuestros corazones, nos estimula a dejarnos fecundar por la acción del Espíritu Santo para que demos hoy, en medio de nuestra vida de cada día, a luz a Cristo, y los hombres de nuestro tiempo, a nuestro alrededor puedan descubrir y sentir la Salvación de Dios en Cristo Jesús.
Amigos, en esta Solemnidad de la Anunciación, debemos dar gracias a Dios por el maravilloso regalo de su Hijo. Y la mejor manera de dar gracias a Dios es dejar que Cristo sea nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Para que la Encarnación de Dios no haya sido para nosotros un regalo inútil, debemos nosotros mirar y dejarnos y seguir a Jesús de Nazaret y ser testigos de su Evangelio, en esta sociedad que nos toca vivir.
En este día demos nuestro Si a Dios, a su plan de Salvación para con nosotros y avancemos con la ayuda del Espíritu Santo y la intercesión de María por los caminos de la conversión al Señor.
Adolfo Álvarez. Sacerdote