María se dirige, con paso seguro, hacia la roca de la Agonía. Se arrodilla contra ella, pone su beso en los lugares donde algunas estrechas fisuras de la roca muestran todavía huellas de color rojo-óxido, vestigios de la Sangre de Jesús que penetró en las fisuras y allí se coaguló; las acaricia como si acariciara todavía a su Hijo o a una parte de Él.
María ahora baja hacia la explanada donde fue apresado Jesús. También ahí se arrodilla, y se agacha para besar la tierra. Pero antes le ha preguntado a Juan:-¿Es justo éste el sitio del beso horrendo e infame que contaminó este lugar más que lo que ensució el Paraíso terrenal el coloquio sucio y corruptor de la serpiente con Eva?.Ahora puedo borrar y lavar con mi beso y mi llanto la huella de ese beso maldito y de ese emponzoñamiento, el mayor de todos, porque no fue obra de una criatura hacia otra, sino de una criatura hacia su Maestro y Amigo, hacia su Creador y Dios.
Luego se dirige a la cancilla. Juan abre. Salen juntos del Getsemaní. Bajan al Cedrón, cruzan el puentecillo, y también allí María se arrodilla para besar el rústico guardalado del puente, en el punto en que contra él cayó su Hijo.
No entra en la ciudad. Bordea el Valle de Hinnón y las cavernas donde viven los leprosos. Alza los ojos hacia esos antros de dolor. Hace una seña a Juan, quien inmediatamente dispone encima de una piedra unos alimentos que llevaba en una bolsa mientras lanza un grito de llamada. Algunos leprosos se asoman y se acercan a la piedra. Dan las gracias, pero ninguno pide curación.
Juan, cuando María, para esconder su llanto a unas personas que pasan y que la observan, se cubre el rostro con su velo, la toma de un brazo, y, mientras amorosamente la guía, le dice:
-Tu llanto, tu oración, tu… vuestro… amor por todos los hombres (vuestro, porque tu amor es activo como lo es -perfectamente activo- el de Jesús glorioso en el Cielo), vuestro dolor (el tuyo, por la sordera de los hombres; el suyo, por la obstinación de demasiados en pecar), no puede no dar fruto. ¡Mantén la esperanza, Madre! Mucho dolor te han dado y te darán todavía los hombres, pero también amor y alegría. ¿Quién no te querrá cuando sepa de ti? Ahora estás aquí, ignorada por el mundo, desconocida. Pero cuando la Tierra sepa, porque se haya hecho cristiana, ¡cuánto amor recibirás! Estoy seguro de ello, Madre santa.
Ya está cerca el Gólgota, y más cerca todavía el huerto de José. Llegan a éste, pero María no entra. Va primero al Gólgota. Y en los puntos que presenciaron especiales episodios durante la Pasión, o sea, en los lugares de las caídas, del encuentro con Nique (la Verónica ) y con Ella misma, se arrodilla y besa el suelo. Llegada a la cima, sus besos se hacen más numerosos en el lugar de la Crucifixión. Besos y lágrimas -los primeros, casi convulsos; las lágrimas, serenas, pero cuantiosas como cerrada lluvia- caen en la tierra amarillenta (mojada ahora, más nítido ahora su color amarilloso).
Una plantita ha nacido justo donde la tierra fue removida para hincar la Cruz; una humilde plantita de prado, de hojas en forma de corazón y florecillas rojas como rubíes. María la mira, piensa, luego la saca delicadamente del suelo, junto con un poco de tierra, y la pone en el vuelo de su manto, y dice a Juan:
-La voy a poner en un tiesto. Parece sangre de Él y ha nacido en la tierra teñida de rojo por su Sangre. Es una semilla traída, sin duda, por el torbellino de aquel día, una semilla venida aquí -a saber de dónde- y que cayó aquí – a saber por qué- y echó raíces en la tierra fecundada por esa Sangre. ¡Ah, si esto sucediera con todas las almas! ¿Por qué la mayor parte de ellas es más reticente que la árida y maldita tierra del Gólgota, lugar de suplicio para ladrones y homicidas? ¿Maldita? No. Él ha santificado esta tierra. Los que están bajo la maldición de Dios son aquellos que hicieron de este collado el lugar del más horrendo, injusto, sacrílego delito que jamás tendrá la Tierra. Ahora los sollozos se unen a las lágrimas.
Juan ciñe con un brazo sus hombros para hacerle sentir todo su amor, y la convence para que se marche de ese lugar demasiado doloroso para Ella.
Bajan de nuevo hasta el pie del collado. Entran en el huerto de José. El Sepulcro muestra su interior por la amplia boca, que ya no está cerrada por la piedra, yacente ahora, volcada en el suelo, entre la hierba. El interior está vacío. Ausente toda huella del Depósito y de la Resurrección. Parece un sepulcro nunca usado.
María besa la piedra de la Unción, acaricia con la mirada las paredes. (Poema del Hombre-Dios, María Valtorta).