Con las Bienaventuranzas con las que comenzamos a leer el denominado Sermón de la Montaña hace dos domingos y que continuamos el domingo pasado, donde Jesús nos llamaba a ser luz del mundo y sal de la tierra, el Señor trazó el perfil del cristiano. Hoy continúa este Sermón y nos hace ver que las Bienaventuranzas no suprimen nada de lo que hasta entonces había, la Ley de Moisés, la Alianza de los Mandamientos, pero esto ha de ser vivido de una manera nueva. Y la clave de esta manera nueva es el Amor. Una clave que esponja nuestro corazón y nos invita vivir con mayor autenticidad.
Jesús en el Evangelio de este domingo mediante aquel “habéis oído a los antiguos…pero yo os digo” nos está mostrando que va más allá de la observancia disciplinar y de la conducta exterior, que Él va a la raíz de la Ley , que va al corazón del hombre, donde tienen origen nuestras acciones buenas y malas. Jesús nos llama a salir de la superficialidad y a dar el paso de creer en un Dios que mira la interioridad, por eso nos interpela diciendo: “si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 5,20) .
Hemos de caer en la cuenta de que el Evangelio no es una ley, sino un espíritu. No propone preceptos que hay que cumplir al pie de la letra, sino expresa más bien una disposición profunda del corazón. Ciertamente, Jesús quiere que el que escucha su palabra, la ponga en práctica. Pero Él no es un moralista, no nos impone una nueva ley, sino que describe solamente un conjunto de actitudes y comportamientos que han de caracterizar a un auténtico cristiano.
Y es que la conducta de un cristiano auténtico no se apoya en la pregunta ¿qué está mandado?, ¿qué está prohibido?, ¿qué es pecado?, ¿que no es pecado?, se apoya y fundamenta en la presencia de Jesucristo, muerto y resucitado que nos ha dado todo su amor y que ese amor recibido de Él, que nos manifiesta el perdón y la misericordia de Dios para con nosotros, nos ha de mover a vivir en la novedad del amor, desde la sinceridad de corazón. Nos lleva a ver claramente que no se trata de no hacer el mal, sino que se trata de hacer el bien para manifestar nuestro amor a los demás. Como dice San Agustín, “ama y haz lo que quieras”, pues si de verdad amamos estamos cumpliendo la ley entera. La plenitud de la ley Jesús hoy nos dice que está en el Amor.
La ley del Señor, desde el momento en que está sustentada en el amor, requiere discípulos libres (no obligados), con luz propia (no con imitaciones), con sal y picante (no derrotados o vencidos). A nadie se nos obliga a creer y ser creyentes no es ser cumplidores de un conjunto de normas y preceptos. Ser creyentes es desde la experiencia de Jesucristo muerto y resucitado, ser testigos de Él, acoger y vivir en la voluntad de Dios, esperar en El y en sus promesas, en su Salvación. Vivir según Dios es un gran regalo. Un Don que el Señor nos recuerda hoy, y que este Don nos hace libres, es decir no esclavos de normas y preceptos, sino hombres y mujeres que viven la libertad de los hijos de Dios.
Por eso el Señor nos llama a luchar contra el pecado cuando nos dice: si tu ojo te hace caer, si tu mano te hace caer… Lo que nos está diciendo es que luchemos contra el pecado para vivir en la Sabiduría del Espíritu que nos ayuda a transitar por el camino del bien.
Cristo que sabe cómo se está con Dios metido en el corazón, desea para nosotros lo mismo: la felicidad auténtica. ¿Y cómo se alcanza? Sirviéndole con alegría y con prontitud, con entusiasmo y con diligencia, con perfección y con humildad.
A este propósito: Iba un peregrino camino de Compostela y, en un anochecer, mirando hacia las estrellas preguntó: “Señor; ¿qué quieres de mí? Vivo según tu Palabra y camino por tus sendas. Te busco…y no sé si acabo de encontrarte. Una voz, desde lo más profundo del silencio le contestó: “te quiero a Ti”.
Esta es la ley del Señor. Sus mandamientos están encaminados precisamente hacia ello: a un encuentro real, misterioso y personal entre Dios y el hombre. Y ese encuentro pide de cada uno de nosotros un compromiso personal que supere el “Sí” al Señor con el testimonio de las obras del amor.
Cada uno de nosotros estamos llamados a seguir la tarea de la construcción de la “Nueva Civilización del Amor”. El Espíritu Santo con sus dones nos siga ayudando a ello. ¡A seguir la tarea! ¡Merece la pena!.
Adolfo Álvarez. Sacerdote