La Fiesta Litúrgica de la Conversión de San Pablo nos ayuda a celebrar un gran acontecimiento que tuvo mucha importancia para la vida de Pablo, pero también para toda la Iglesia: Pablo pasa de perseguidor ha convertido, es decir, a servidor y defensor de la Causa de Cristo. La conversión es un hecho que marcó decisivamente su vida personal y al mismo tiempo la historia de la fe cristiana en la vida de la Iglesia.
Conversión, “metanoia”, a ello nos invitaba Jesús el pasado domingo en el Evangelio. A un giro en nuestra vida, ocupando el centro de nuestro corazón el Señor y comenzando a pensar, sentir y hacer según los sentimientos y actitudes de Cristo. Y esto es lo que se produce en la vida de Pablo (Saulo de Tarso) y lo podemos ver comparando quién era y cómo era Saulo de Tarso con lo que llegó a ser después de su experiencia del encuentro con el resucitado, que le ocurrió camino de Damasco, como él mismo nos cuenta e Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hchos. 9, 1-19 y Hchos. 23, 3-16) )y en sus Cartas (Gálatas 1, 11-24) y que hoy leemos en la Palabra de Dios de la Celebración de esta Fiesta.
Para San Pablo su conversión fue el primer paso hacia una incorporación total a Cristo, y el comienzo de una misión que le puso entre los Apóstoles y que fue su pasión, llegando a exclamar “Ay de mí si no anuncio el Evangelio”, pues él siente que esta es la misión que el mismo Cristo le confió.
Nosotros hoy celebramos lo que Dios hizo en San Pablo. Celebramos el triunfo de la gracia en este hombre, que se dejó transformar por Cristo y que por ello dice a los fieles de Corinto: “Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no ha sido infructuosa en mí”
Y el celebrar esta fiesta nosotros, en primer lugar, nos hace caer en la cuenta de nuevo que la vida cristiana en cada uno de nosotros nace del encuentro con Cristo y la tarea de cada uno de nosotros es hacer que los hombres de nuestro tiempo se encuentren con Cristo. Benedicto XVI nos dejó escrito algo a este respecto que no debiéramos olvidar nunca: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est. n.1)
Nosotros hemos de renovar este encuentro con Cristo, para que se fortalezca y se afiance cada día más nuestra confianza en Cristo y Él sea siempre la Luz que ilumine y nos guíe nuestra vida. A este propósito hemos de recordar un texto de una Catequesis de Benedicto XVI: “Tampoco para nosotros el cristianismo es una filosofía nueva o una nueva moral. Sólo somos cristianos si nos encontramos con Cristo. Ciertamente, no se nos muestra de esa forma irresistible, luminosa como hizo con San Pablo para convertirlo en Apóstol de todas las gentes. Pero también nosotros podemos encontrarnos con Cristo en la lectura de la Sagrada Escritura, en la Oración, en la vida litúrgica de la Iglesia. Podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que Él toca el nuestro. Sólo en esta relación personal con Cristo, sólo en este encuentro con el Resucitado, nos convertiremos realmente en cristianos. Así se abre nuestra razón, se abre toda la sabiduría de Cristo y toda la riqueza de la verdad”
En segundo lugar, se nos vuelve a recordar (nos lo enseñaba el Evangelio del pasado domingo) que el encuentro con Cristo es el comienzo de una misión. Cristo al encontrarse con Pablo lo consagra y lo envía. También nosotros hemos sido consagrados por el Espíritu Santo y hemos sido enviados a ser “luz del mundo y sal de la tierra” (ver Mateo 5, 1ss). No hemos de perder de vista nuestra misión de cristianos y cada uno desde su vocación hemos de sentirnos urgidos, y hoy alentados por el testimonio de San Pablo, a llevar adelante la misión que Cristo nos ha confiado de anunciar con nuestras obras y palabras a los hombres de nuestro tiempo el inmenso amor de Dios para con todos y cada uno. Nuestro mundo necesita hoy de este testimonio, de este anuncio.
Que el celebrar esta Fiesta sea momento de gracia para nosotros, renovando nuestro encuentro con Cristo y así tomando nuevas fuerzas para la misión y todo ello porque nos sea concedido lo que hoy toda la Iglesia suplica en la Misa de este día: “Al celebrar, Señor, este santo sacrificio, haz que nos ilumine el Espíritu Santo con la luz de la fe que impulsó siempre al apóstol San Pablo a la propagación de tu evangelio.”
Adolfo Álvarez. Sacerdote