Estamos viviendo evangélicamente en este período del tiempo ordinario la primera gran separación de Jesús de su Madre para emprender su camino y comenzar a predicar el Reino.
Tras treinta años juntos, Jesús tiene que dejar la casa paterna en Nazaret y partir dejando a su madre sola; ¡intentemos imaginar el dolor que ambos sintieron ante esa separación!, pero en su perfección tanto nuestra Madre del Cielo como Cristo, saben hacer la voluntad del Padre Eterno aunque ello conlleve sufrimientos y renuncias.
En el Poema del Hombre-Dios , Jesús dice:
La enseñanza que proviene de la contemplación de mi separación se dirige especialmente a los padres e hijos a quienes la voluntad de Dios llama a la recíproca renuncia por un amor más alto; en segundo lugar está dirigida a todos aquellos que se encuentran frente a una renuncia penosa (¡y cuántas encontráis en la vida!). Son espinas en la Tierra que traspasan el corazón; lo sé. Pero para quien las acoge con resignación — mirad, no digo: «para quien las desea y las acoge con alegría» (esto ya es perfección), digo «con resignación— se transforman en eternas rosas. Pero pocos las acogen con resignación. Como burritos tozudos, os resistís obstinadamente a la voluntad del Padre, aunque no tratéis de herir con patadas y mordiscos espirituales, o sea, con rebelión y blasfemias contra el buen Dios. (……)
; María, que conocía su suerte durante esos tres años, y la que le esperaba al final de los mismos y la suerte mía, no opuso resistencia como hacéis vosotros.
Lloró. Y ¿quién no habría llorado ante una separación de un hijo que la amaba como Yo la amaba; ante la perspectiva de los largos días, vacíos de mi presencia, en la casa solitaria; ante el futuro del Hijo destinado a chocar contra la malevolencia de quien era culpable y se vengaba de serlo agrediendo al Inculpable hasta matarlo?.
Lloró porque era la Corredentora y la Madre del género humano renacido a Dios, y debía llorar por todas las madres que no saben hacer de su dolor de madres una corona de gloria eterna.
¡Cuántas madres en el mundo a quienes la muerte arranca de los brazos una criatura! ¡Cuántas madres a quienes un querer sobrenatural arrebata de su lado a un hijo! Por todas sus hijas, como Madre de los cristianos, por todas sus hermanas, en el dolor de madre despojada, ha llorado María. Y por todos los hijos que, nacidos de mujer, están destinados a ser apóstoles de Dios o mártires por amor a Dios, por fidelidad a Dios, o por crueldad humana.
Mi Sangre y el llanto de mi Madre son la mixtura que fortalece a estos signados para heroica suerte;
¡Santo llanto de mi Madre!
María ora. Porque Dios le dé un dolor, no se niega a orar. Recordadlo. Ora junto con Jesús.
María ora con Jesús. Es Jesús quien os justifica, hijos. Soy Yo quien hace aceptables y fructuosas vuestras oraciones ante el Padre. Yo he dicho: «Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, Él os lo concederá», y la Iglesia acredita sus oraciones diciendo: «Por Jesucristo Nuestro Señor».
Cuando oréis, uníos siempre, siempre, siempre a mí. Yo rogaré en voz alta por vosotros, cubriendo vuestra voz de hombres con la mía de Hombre – Dios. Yo pondré sobre mis manos traspasadas vuestra oración y la elevaré al Padre. Será hostia de valor infinito. Mi voz, fundida con la vuestra, subirá como beso filial al Padre, y la púrpura de mis heridas hará preciosa vuestra oración. Estad en mí si queréis tener al Padre en vosotros, con vosotros, para vosotros.