“No podéis evaluar el inmenso mal que un hombre puede hacer a su congénere con una actitud de hostil intransigencia. Os ruego que recordéis que vuestro Maestro fue siempre muy benigno con los enfermos espirituales. Sé que opináis que mis mayores milagros y principal virtud se manifiestan en las curaciones de los cuerpos. No, amigos… Acercaos también los que vais delante y los rezagados; el camino es ancho y podemos andar en grupo.
Todos se arriman a Jesús, que prosigue:
-Mis principales obras, las que más testifican mi naturaleza y mi misión, en las que recae, dichosa, la mirada de mi Padre, son las curaciones de los corazones, tanto cuando son sanadoras de uno o varios vicios capitales como cuando eliminan la desolación que abate el ánimo, persuadido de estar bajo sanción divina y abandonado de Dios.
¿Qué es un alma, si pierde la seguridad de la ayuda de Dios? Es como una delgada correhuela: no pudiendo seguir aferrada a la idea que constituía su fuerza y dicha, se arrastra por el polvo. Vivir sin esperanza es horroroso. La vida es bonita -dentro de sus asperezas – sólo si recibe esta onda de Sol divino. El fin de la vida es ese Sol. ¿Es lóbrego el día humano?, ¿está empapado de llanto y signado con sangre? Sí. Pero saldrá el Sol. Se acabarán, entonces, dolor y separaciones, asperezas y odios, miserias y soledades de momentos angustiosos, de momentos de ofuscación. Luminosidad, entonces, canto y serenidad, Paz y Dios, Dios, que es el Sol eterno. Fijaos qué triste está la Tierra cuando hay eclipse.
Si el hombre dijese para sí: «El Sol ha muerto», ¿no le parecería, acaso, vivir para siempre en un oscuro hipogeo, como emparedado, enterrado, difunto antes de haber muerto? ¡Ah…, pero el hombre sabe que más allá de ese astro que oculta al Sol, que hace fúnebre al mundo, sigue estando el radiante Sol de Dios! Así es el pensamiento de la unión con Dios durante una vida. ¿Hieren los hombres?, ¿despojan a otros de sus bienes?, ¿calumnian? Sí. Pero Dios medica, reintegra, justifica… ¡y con medida colmada! ¿Dicen los hombres que Dios te ha rechazado? Bueno, ¿y qué?; el alma que se siente segura piensa, debe pensar: «Dios es justo y bueno, ve las causas de las cosas y es más benigno, más que el mejor de los hombres, infinitamente benigno; por tanto, no me rechazará si apoyo mi rostro lloroso sobre su pecho y le digo: “Padre, sólo Tú me quedas; tu hijo está desconsolado y abatido; dame tu paz…”.
Poema del Hombre Dios, María Valtorta.