Antiguamente en Asturias, en los pueblos, cuando los aldeanos se ponían a construir una casa buscaban una roca madre, una roca grande y fuerte que fuese el sostén de la construcción, nuestros abuelos hacían lo que habían visto y oído hacer a su vez a sus padres y a sus abuelos y así se construían casas fuertes y resistentes a los envites de la naturaleza.
El sentido común les enseñó generación tras generación que el gran esfuerzo que suponía levantar una casa conllevaba una serie de medidas de seguridad para evitar su desplome. El Evangelio de hoy nos cuenta la parábola de la casa construida sobre la roca y de la casa construida sobre la arena, vamos a escucharlo de la mano de María Valtorta en el “Poema del Hombre Dios” :
El que escucha mi palabra es semejante al que construye su casa sobre roca.-
■ Jesús: “Muchas cosas os he dicho, hijos míos. Escuchad mis palabras: quien las escucha y las pone en práctica es comparable a un hombre reflexivo que, queriendo construir una casa, eligió un lugar rocoso. Sin duda le costó construir los cimientos. Tuvo que trabajar a base de pico y cincel, hacerse callos en las manos, cansar sus riñones. Pero luego pudo colar su argamasa en los huecos abiertos en la roca, y meter en ellos los ladrillos bien apretados, como se hace en la muralla de una fortaleza, y así la casa se fue alzando sólida como un monte.
Vinieron las inclemencias del tiempo, los aguaceros; las lluvias desbordaron los ríos, silbaron los vientos, azotaron las olas… y la casa resistió todo. Así es el hombre que tiene una fe bien cimentada.
Sin embargo, quien escucha con superficialidad y no se esfuerza en grabar en su corazón mis palabras —porque sabe que para hacerlo debería esforzarse, padecer dolor, extirpar demasiadas cosas— es semejante a aquel hombre que por pereza y necedad edifica su casa sobre la arena.
En cuanto llegan las inclemencias, la casa, pronto construida, cae pronto, y el necio se queda mirando, desolado, sus ruinas y la ruina de su capital.
Pues bien, en nuestro caso es peor que un derrumbamiento —que se podría, no sin gastos y esfuerzos, reparar todavía—; en este caso, una vez derrumbado el edificio mal construido de un espíritu, nada queda para volver a edificarlo. En la otra vida no se construye. ¡Ay de quien se presente allí con escombros! He terminado. Me encamino hacia el lago. Os bendigo en nombre de Dios Uno y Trino. Mi paz descienda sobre vosotros”.