Con el primer Domingo de Adviento, este año el 27 de noviembre, comenzamos el Nuevo Año Litúrgico. Nueva oportunidad de revitalizar nuestra fe en Cristo. Comenzamos un tiempo de gracia, pues el Año Litúrgico es la realización, a lo vivo de la vida de Cristo en nosotros.
Cristo al encarnarse entró en espacio y el tiempo, de ahí que para los cristianos “el tiempo” es el espacio, el momento de gracia y salvación. Por ello nosotros hallándonos inmersos en el tiempo descubrimos la grandeza y profundidad del Misterio de Cristo desarrollándolo en el tiempo.
El Año Litúrgico es la Celebración, a lo largo de un año, del Misterio de Cristo, desde la Encarnación hasta su Glorificación, mientras esperamos la Venida definitiva. El Concilio Vaticano en la Constitución Sacrosanctum Concilium( Sobre la Liturgia) nos dice en el nº102: “ La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año, la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó <del Señor>, conmemoramos su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua”
En la Liturgia la Iglesia, nosotros los creyentes, no celebramos sino un único Misterio: el Misterio de Cristo muerto y resucitado que nos comunicó su vida divina por medio de los Sacramentos de la Fe, en especial del Bautismo y la Eucaristía.
El tiempo Litúrgico, el año Litúrgico, se repite como espiral progresiva que va hacia la meta progresiva que va hacia la meta definitiva del encuentro con el Señor. Las fiestas y tiempos del Año Litúrgico no son “aniversarios” ni meros recuerdos o mera repetición de los momentos históricos de la vida del Señor. Son celebración de su presencia, son actualización en el “hoy” de la Liturgia de todo su Misterio de Salvación que el Padre por Jesús y en el Espíritu nos comunica en nuestro “aquí y ahora”.
El centro del Año Litúrgico lo ocupa la Celebración de la Pascua, el Misterio de la Muerte y Resurrección del Señor. Centro que se actualiza cada domingo, Pascua semanal, de ahí que el domingo ha de tener muy especial importancia en nuestra vida de creyentes. No podemos vivir nuestra fe cristiana sin celebrar el domingo, día de la Resurrección del Señor, misterio central de nuestra fe.
El Año Litúrgico es, pues, una manifestación en Cristo de la Bondad y Amor de Dios para con nosotros. Es una nueva oportunidad de gracia y de presencia del Señor de la Historia en nuestra propia historia, en la historia de nuestra propia vida.
¡Avivemos la presencia del Señor en nuestra vida! Que este Nuevo Año Litúrgico que comenzamos reavive nuestra fe, profundicemos y vivamos en el gozo de ser creyentes y seamos con inmensa alegría, “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesucristo” (Evangelii gaudium 1), testigos del Resucitado. ¡Feliz Año Litúrgico!
Adolfo Álvarez. Sacerdote