Era un trece de mayo del año 1981, cuando una bala es desviada de su trayecto por una mano materna, este día la plaza de San Pedro se encontraba llena de fieles; de pronto la mano asesina empuña su arma mortal contra San Juan Pablo II, quien hacía su recorrido saludando y bendiciendo a todos.
El Papa cae gravemente herido y estando en el hospital pide toda la información sobre la Virgen de Fátima y acto seguido comienza a trabajar para que se cumpla el segundo secreto de la Virgen, donde pedía en nombre de Dios que se consagrase Rusia a su Inmaculado Corazón.
A los pocos días del atentado, un católico polaco que había estado presente ese día en la plaza, regresa al Vaticano con una de las fotos que poseía tomada justo en el momento de los disparos, en la foto se insinuaba veladamente la imagen de la Virgen María con un manto azul rodeando con sus brazos a Juan Pablo II, que caía abatido por los disparos.
No se sabe por qué Juan Pablo II mantuvo en secreto esta foto por tantos años, a pesar de que se le realizaron estudios científicos que corroboraron su autenticidad, lo que si es cierto es que gracias a su intervención y a la de la mano divina de la Virgen María se derrumba el Comunismo y se desintegra la Unión Soviética, uno de los secretos de la Virgen mejor guardados por Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, donde se refería a los tres pastorcillos de Fátima, si no se cumplen mis peticiones, Rusia extenderá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones contra la Iglesia, los buenos serán martirizados el Santo Padre tendrá que sufrir mucho y varias naciones serán aniquiladas.
Un año después del atentado Juan Pablo II visita Fátima para agradecer a la Virgen por su intervención en la salvación de su vida y el restablecimiento de su salud, formalizando su devoción por la Virgen de Fátima y donando al Santuario la bala que le extrajeron engarzada en la aureola de la corona de la imagen que preside el santuario.
Que una mano materna haya desviado la bala mortal muestra solo una vez más que no existe un destino inmutable, que la fe y la oración son poderosas.