El Milagro de Calanda es único en el mundo, excepcional y merece la pena recordarlo puesto que ya han pasado desde que ocurrió 376 años y nuestra memoria es frágil.
Un joven de Calanda llamado Miguel Juan Pellicer Blasco, de condición humilde, nacido en el año 1617 se fue desde Calanda , en la provincia de Teruel, a vivir y trabajar con su tío en Castellón.
A la edad de 19 años , llevando Miguel un carro cargado de trigo y tirado por dos mulas sobre una de las cuales cabalgaba, cayó a tierra , la rueda del carro le pasó por encima y le aplastó su pierna derecha .
Pasó cinco días en el hospital de Valencia y pidió ser trasladado al hospital de Zaragoza, tras casi dos meses de viaje llega a su destino. Su primera visita es al Templo de Nuestra Señora del Pilar y a continuación es ingresado en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia. Aquí el cirujano D. Juan Estanga le amputa la pierna “cuatro dedos más abajo de la rodilla” , siendo enterrada por el practicante D. Juan Lorenzo García en el cementerio del hospital dentro de un hoyo como “un palmo de hondo.”
Se le dio de alta en el hospital , se le colocó una pierna de madera y se le proporcionó una muleta en la primavera de 1638.
Tras todo lo ocurrido fue mendigo en la puerta del templo de Nuestra Señora del Pilar, de la que era muy devoto desde su niñez, ya que existía una ermita con su advocación en Calanda, y a la que se había encomendado antes y después de su operación, confesando y comulgando en su santuario.
Cada día, Pellicer untaba el muñón de su pierna con el aceite de las lámparas que ardían ante la Virgen del Pilar mientras pedía limosna a la puerta del templo.
Volvió a casa de sus padres, en Calanda, a primeros de marzo de 1640, el día 29 de ese mes, se acostó en la misma habitación de sus padres, por haber un soldado alojado en casa, lo encontraron ellos dormido media hora más tarde, con dos piernas, reconociendo en la restituida las mismas señales de un grano y unas cicatrices que tenía antes de su amputación.
Tras el milagro , Miguel Juan volvió a viajar a Zaragoza para dar gracias a la Virgen del Pilar, y, a instancias del Ayuntamiento de la ciudad, se incoó en el arzobispado un proceso el 5 de junio de 1640, pronunciando sentencia favorable de curación milagrosa, el Arzobispo D. Pedro Apaolaza, asesorado por nueve teólogos y canonistas, el 27 de abril de 1641. Se conserva íntegro el texto de este proceso con las declaraciones de los 25 testigos que comparecieron.
El milagro se divulgó rápidamente y Pellicer fue recibido en Madrid por el Rey Felipe IV. Posteriormente la noticia corrió como la pólvora por toda Europa llegando a oídos del Papa Urbano VIII que fue informado personalmente por el P. jesuita aragonés F. Franco en 1642.
Los milagros son excepciones de la leyes de la naturaleza, solo la fe los explica, el hombre autosuficiente se queda sin argumentos ante ellos, es precioso recordarlos y no olvidarlos nunca ; el de Calanda es, a su vez único, por eso fue calificado como un «milagro inaudito en todos los tiempos».