Adquiere un relieve especial en este Año Jubilar de la Misericordia la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz y hemos de celebrarla en este marco con una especial solemnidad. La Obra por excelencia de la Misericordia de Dios para con todos y cada uno de nosotros es la Muerte y Resurrección de Cristo. Mirando con mirada de fe y contemplando a Jesús en la Cruz vemos y experimentamos el amor de Dios por la humanidad, el amor de Dios por cada uno de nosotros, que podemos decir con el Apóstol: “me amó y se entregó a la muerte por mí”.
Como discípulos del Señor somos invitados a mirar, y debemos de hacerlo “mirar al que atravesaron (Jn 19,37). Contemplando la Cruz del Señor, podemos decir con palabras de San Juan: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
El Prefacio de la Misa de hoy, de esta Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, proclamará que Dios “puso la salvación del género humano en el árbol de la cruz, para que donde tuvo su origen la muerte, de allí resurgiera la vida, y el que venció en un árbol fuera en un árbol vencido”.
Para el cristiano, el Árbol de la Cruz ha sido injertado del árbol de justicia y paz, que es Cristo mismo, árbol de vida, tálamo, trono, altar de la Nueva Alianza.. De Cristo, nuevo Adán dormido en la Cruz, ha brotado el admirable sacramento de toda la Iglesia. La Cruz es el signo del señorío de Cristo sobre los que en el Bautismo son configurados con Él en la muerte y en la gloria.
El patíbulo de la Cruz es un impresionante misterio de amor y misericordia solo comprensible desde la fe.
Al contemplar a Cristo “Único Salvador, el mismo ayer, hoy y siempre” (Carta a los Hebreros) nos hemos de sentir interpelados por El a seguir su camino, a vivir según su programa de vida condensado en las Bienaventuranzas, camino de plenitud. Jesús nos enseña desde la Cruz a vivir nuestra vida dándole sentido desde el amor.
El cristiano, cada uno de nosotros, estamos llamados a ser portadores del Señor, mensajeros de su Palabra, para los demás, dejándonos, primero cada uno de nosotros, interpelar por esa Palabra. Ello nos ha de llevar a seguir las huellas de Cristo, cargar con su cruz y saber perder la vida para ganarla.
Alabemos hoy la Santa Cruz donde Cristo nos redimió y salvó con las palabras de la Liturgia de las Horas:
Brille la cruz del Verbo luminosa// brille como la carne sacratísima// de aquel Jesús nacido de la Virgen// que en la gloria del Padre vive y brilla.
Cristo muerto y resucitado es una Vida, nuestro Camino nuestra Verdad. ¡Vivamos en Él!¡ Anunciémosle a Él!.
Adolfo Álvarez. Sacerdote