En el Evangelio del Domingo pasado, San Lucas nos cuenta cómo Jesús narró a sus discípulos tres parábolas de las cuales dijo el sacerdote que nos predicó la Eucaristía que si se perdieran todos los textos evangélicos y solo se conservase el Capítulo XV de San Lucas, esas tres parábolas, serían suficientes para llegar a conocer el Corazón Misericordioso del Padre Eterno.
Las parábolas son la de la Oveja Perdida, la Moneda perdida y el Hijo pródigo, todas las conocemos sobradamente desde siempre porque si algo tienen las parábolas es que se nos quedan en la mente y en el corazón , también el lunes pasado en la oración meditamos sobre ellas.
Las tres tienen en común a un Padre Misericordioso que no se queda quieto, sale en busca de su tesoro, en la primera el pastor deja a 99 ovejas en el desierto para ir a buscar a una que se fue, en la parábola de la moneda, la mujer revuelve y busca por toda la casa la moneda que se le perdió, y en la parábola del Hijo Pródigo , ese padre abandonado por su hijo sale cada día a esperar que su hijo regrese.
Nuestro Padre Celestial no se queda quieto esperando que nosotros escojamos el camino correcto, sale a nuestro encuentro, nos busca incansable, nos quiere, a cada uno, a pesar de nuestros pecados y limitaciones y siempre ¡siempre! espera nuestro retorno a su lado.
Todas las parábolas tienen asimismo en común la alegría del que encuentra aquello que había perdido, ¡¡alegría desmedida!! ¡¡desbordante!!, el Pastor dice “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”, la mujer celebra una fiesta y convida a sus amigas para festejar que encontró la moneda y les dice “Alégrense conmigo porque encontré la moneda que había perdido”, el padre los reúne a todos para celebrar una fiesta y matar el mejor ternero porque su alegría es desbordante y ante la réplica del hijo mayor , expone “ Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida”.
No existe imagen más preciosa que describa la belleza y misericordia de nuestro Padre Celestial, porque esa oveja , esa moneda y ese hijo pródigo, o ese hijo envidioso, somos cada uno de nosotros y el Padre del Cielo nos quiere de manera individual y perfecta a cada uno , de forma única y nos busca incansablemente para que volvamos a su lado que es el mejor lugar en el que podemos estar pues Él sabe lo que necesitamos y lo que nos conviene y cuando volvemos heridos, perdidos, cansados, humillados , no nos acusa bruscamente, nos acoge misericordiosamente y nos abraza y muestra a todos la alegría de habernos recuperado, porque como bien aclaran los Evangelios “Hay más alegría en el Cielo por un pecador que se convierte que por cien justos que no necesitan conversión.”