Precisamente un día como hoy, pero de hace 481 años, sobre las 9 de la mañana a la edad de 57 años, Tomás Moro caminaba a pie hasta Tower Hill, llevaba puesto su mejor traje, como era de esperar de todo un caballero de su época, en el camino habló con varias personas y al subir al cadalso dijo unas palabras graciosas al jefe de la guardia.
Enseguida rogó al pueblo que orase por él y declaró que moría por la Iglesia Católica y que era “un buen súbdito del rey pero, ante todo, de Dios”. Después recitó el Miserere, besó y animó a su propio verdugo, se vendó los ojos y puso la cabeza en el cadalso; la cabeza del Santo rodó al primer golpe.
Su cabeza estuvo expuesta en el puente de Londres y tras ser reclamada fue enterrada en el sepulcro familiar en la Iglesia de San Dunstano.
Las vidas de los santos han sido conmovedoras y logran profundamente descolocarte, ¿Qué delito cometió este hombre, culto, erudito de su época, de conducta recta, gran sentido común, mayor sentido del humor, honrado, canciller de Enrique VIII? El único delito, ser sincero, fiel a su conciencia y a Dios, aunque las circunstancias fueran en contra.
Vivió el momento en el que Enrique VIII se separó de la Iglesia Católica por el solo hecho de querer casarse de nuevo con Ana Bolena estando casado con Catalina de Aragón, el Papa no anuló el matrimonio anterior y el Monarca decidió que él iba a ser el protector y jefe supremo de la Iglesia en Inglaterra, a lo cual Moro nunca dio su consentimiento.
Como consecuencia de ello perdió todo, su posición, sus bienes, su buen nombre, quedando primeramente en la pobreza, en esta situación reunió a su familia y les expuso con buen humor la situación “Por consiguiente, tal vez nos veremos obligados a reunir todas las bolsas que hay en la casa para ir juntos a pedir limosna, con la esperanza de que algunas buenas gentes se compadezcan de nosotros. O sino para mantenernos unidos y contentos, podremos cantar de puerta en puerta, la Salve Regina.” Y por último fue encarcelado en la Torre de Londres durante quince meses hasta su muerte, allí aprovechó para escribir obras tan preciosas como “Diálogo del consuelo en la tribulación”.
La despedida de Tomás Moro a su hija Margarita, escrita en la cárcel poco antes de su martirio es en sí misma un ejemplo de entrega y amor:
«Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor».