CRISTO, NUESTRA RIQUEZA
Seguimos tras los pasos de Jesús de la mano del Evangelista San Marcos. Y seguimos teniendo que pedir en nuestra súplica “conocimiento interno del Señor para más amarlo y mejor seguirlo”.
La Palabra de Dios tiene en la vida de la Iglesia y de cada cristiano una transcendencia fundamental, es “viva y eficaz”, penetra en cada uno de nosotros orientando, purificando, interrogando, dando vida. Y también la Palabra de Dios nos comunica sabiduría y prudencia e ilumina el camino de nuestra vida. En este domingo la Palabra de Dios nos ilumina y nos interroga desde los requisitos que implica pertenecer al Reino de los cielos, vivir según Cristo.
Esta Palabra de Dios hemos de escucharla y dejarnos interpelar por ella y así podremos avanzar en el seguimiento de Cristo, que hoy nos invita a seguirle dejando atrás las seguridades que nos hemos creado, así como tantas tentaciones y seducciones del mundo.
Y, así, hoy contemplamos esta escena que el Evangelio nos presenta y que conocemos como “el joven rico”. Jesús está en el camino de Jerusalén y le sale al encuentro “uno” que le pregunta sobre cómo conseguir la vida eterna, y le llama “Maestro bueno”.
Cada uno de nosotros somos este “uno”, este “joven rico”, tenemos que meternos en la escena evangélica y contemplar que cada uno de nosotros le hacemos la pregunta a Jesús: “Maestro bueno. ¿Qué haré para heredar la vida eterna? “
Jesús le hace pensar lo que ha dicho: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno más que Dios”. Y Jesús enseguida recuerda “Sólo Dios es bueno”. Él es quien nos hace buenos. Por ello hemos de caer en la cuenta que más que hacer nosotros para heredar la Vida Eterna, es decir ser santos, tenemos que dejar que Dios haga en nosotros, en nuestros corazones, tenemos que dejar que Él vaya transformándonos, teniendo los sentimientos y las actitudes de Jesús.
Lo primero que tiene que ocurrir en nuestra vida es gustar y sentir el inmenso amor de Dios para con cada uno de nosotros. Es esta experiencia del Señor la que después nos ayudara a que el Señor ocupe el centro de nuestro corazón.
Ante la respuesta de Jesús recordándole los Mandamientos el joven responde que los ha cumplido ya desde muy joven. Los ha cumplido, podemos nosotros también cumplir, pero estar lejos del Señor, pues nos quedamos sólo en lo externo, como un mero cumplimiento de normas y preceptos, pero que no bajan al corazón y nos mueven a la conversión a Jesucristo, el Señor. Hemos de vivir los Mandamientos del Señor con un corazón sincero. Y hemos de caer en la cuenta que se lleva una vida mas humana viviendo los Mandamientos que viviendo al margen o en contra de ellos.
El joven se marchó triste porque era rico. Amigos y hermanos, el joven se marchó triste porque Dios no estaba en el centro de su corazón. El Señor no quiere que seamos pobres materialmente hablando. No. Y debemos luchar contra la pobreza. El Señor quiere que “seamos pobres evangélicamente”, es decir que no estemos apegados a las riquezas, que usemos de las cosas pero como medios y que nada ocupe el centro de nuestro corazón.
En esta escena, que es conmovedora, Jesús lo que le pide a este joven es que lo que ha hecho hasta este momento para él (velar por su salvación, por alcanzar la vida eterna) lo haga también por los demás (<<dáselo a los pobres>>). Y ello porque en la vida cristiana el seguimiento de Jesús no puede separarse del amor al prójimo.
Jesús “le miró con amor”, el Señor nos mira con amor. Tenemos que dejarnos mirar por Cristo. Él con su mirada amorosa nos ilumina, nos ayuda a descubrir y reconocer nuestras ataduras, nuestras miserias. Con su Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad a fin de que expulsemos esos “dioses” con minúscula que quieren ocupar el centro de nuestro corazón y el centro lo ocupe sólo el Señor.
Jesús con su mirada de cariño le invita a este joven, y nos invita a nosotros hoy a seguirle en desprendimiento y generosidad, y en esa llamada de Jesús queda al descubierto su gran atadura, nuestra gran atadura: el estar apegado, estar apegados, a seguridades, que en el fondo no le dejan ser libre y no nos dejan a nosotros, tampoco, ser libres.
En la segunda lectura de hoy, de la Carta a los Hebreos.4, 12-13:se nos recuerda que La Palabra de Dios discierne nuestro corazón, penetra hasta lo profundo como espada de doble filo, llega a los deseos y las intenciones del corazón humano, llega a los deseos y las intenciones más profundas de nuestro corazón. De tú corazón y el mío. ¡Qué importante! Tenemos que descubrir la necesidad de confrontar nuestra vida con la Palabra de Dios, ella nos puede hacer aclarar nuestra vida, discernir nuestras intenciones, ayudarnos a crecer como creyentes.
Cuando la tristeza nos invade es porque algo está desajustado en nuestro corazón que nos distancia de Dios y de los demás y que es necesario descubrir y dejar que el Señor nos cure, nos sane.
El Señor nos llama, nos llama para enviarnos y hoy como al joven nos dice a cada uno: “Ve, vende, da, ven, sígueme, acepta la cruz” Y hemos de responder, pues el Señor nos llama todos a tenerle en el centro de nuestro corazón, nos llama a todos para enviarnos a allí donde estamos a ser testigos del Amor de Dios. Nos llama a ser testigos, portadores con nuestras obras y palabras de lo felices que somos cuando dejamos a Dios ocupar el centro de nuestro ser.
Hermanos y Amigos, debemos ser sabios como Salomón (primera lectura) para elegir lo fundamental del seguimiento de la Palabra de Dios que nos juzga y divide como una espada (segunda lectura) y así salvarnos. Hoy nos hemos encontrado con Jesús y le hemos hecho la pregunta fundamental sobre la salvación.
Hermanos y Amigos, dejémonos mirar por Cristo, mirémosle. Que nos cautive el Señor, que nos enamore y así el Señor sea nuestra riqueza, la riqueza que ofrezcamos a los demás para que también vivan la felicidad auténtica que sólo Dios da.
Adolfo Álvarez. Sacerdote