EL SEÑOR NOS LLAMA A DESCUBRIR Y SEMBRAR EL BIEN
Y A LUCHAR CONTRA EL MAL
La Sagrada Escritura siempre va a lo más profundo de nuestra existencia. Da de lleno en lo más íntimo de nuestro ser y a veces en lo más oscuro de nuestras relaciones con los demás y con frecuencia nos pone ante nuestra mediocridad personal.
Jesús sigue en Cafarnaúm, donde estaba ya el domingo pasado, con sus discípulos. Les llamó la atención por aquella discusión buscando los primeros puestos y los instruyó sobre el servicio y la humildad. Y continúa, así lo contemplamos hoy, en este domingo, enseñándoles, diciéndoles que en su Reino no hay lugares reservados, que toda persona que, en su nombre, haga las obras que Él hace, es contado entre sus discípulos.
Hermanos y Amigos, la clave de la Palabra de Dios de este Domingo es que no se puede excluir a nadie que sirve en nombre de Dios. Dios reparte dones y carismas, pero nadie tiene la exclusividad.
La Palabra de Dios en este Domingo nos invita a abrir de par en par las puertas de nuestra vida al Espíritu del Señor que es quien nos enseña a reconocer la acción salvífica de Dios a lo largo de la Historia de la Salvación y en nuestra propia vida, la de cada uno de nosotros. La actuación de Dios en el mundo no está encadenada a la actuación del hombre, Él que nos ha hecho libres, al mismo tiempo que Él es libre de actuar donde quiere, cuando quiere y con quien quiere.
El Evangelio de hoy es tremendamente consolador en su exigencia. Dios quiere que el bien se difunda. Y si entramos en el corazón de Dios cada día, si dejamos a Dios entrar en nuestro corazón, encontramos múltiples motivos de alegría no sólo por el bien que se realiza dentro de la Iglesia, a lo largo y ancho del mundo, sino también por cualquier obra buena que alguien hace en alguna parte del mundo.
Cuando el Señor nos dice hoy: “Quien no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9, 40) nos quiere convencer de que Él actúa asimismo fuera de la Iglesia visible en los hombres de buena voluntad que no le conocen. Estos “cristianos anónimos” muestran con sus obras la fe de la que no tienen conciencia clara. Pues todo don perfecto, todo bien tiene su fuente en Dios, y Dios actúa como quiere y cuando quiere, no podemos tenerlo controlado.
Hemos de reconocer el bien y reconocer el bien, venga de donde venga y hágalo quien lo haga, pues no podemos caer en la trampa de recelos o de exclusivismos a la hora de descubrir y agradecer el bien. ¡Cuántos recelos existen a veces entre los diferentes grupos o movimientos eclesiales! ¡Cuántos recelos entre los que formamos los diferentes grupos en una parroquia! Todos esos recelos el Señor nos llama hoy a superarlos y a que lo que nos tiene que preocupar es a hacer el bien y a difundir el bien. Debiéramos de interrogarnos el por qué no hay muchísima más gente dispuesta a hacer el bien; a pregonar y defender la vida, desde su concepción en el seno materno hasta su muerte natural, a trabajar por la justicia y la paz; a calmar los ánimos de un mundo que se debate y se desangra en guerras ideológicas y económicas.
Y el criterio para discernir el bien del mal es la misma persona de Jesucristo. Jesús es el Criterio. Por eso tenemos que preguntarnos ¿cómo actuamos? ¿Lo hacemos en nombre del Señor? O ¿nos buscamos a nosotros mismos?
Según la enseñanza del Evangelio de hoy los discípulos en el seguimiento del Señor debemos estar dispuestos a luchar de manera decidida contra el mal, a evitar todo escándalo, a aceptar las renuncias y el sacrificio personales.
Y en este luchar contra el mal el Señor nos advierte para que luchemos contra el pecado de escándalo, escándalo que son nuestras incoherencias, nuestros malos ejemplos, nuestros malos consejos y por ello hemos de apartarnos de hacer acciones malvadas (nuestra mano) de recorrer un camino que no es el de Dios (nuestro pie) y de desear lo que nos lleva a la ruina moral (nuestro ojo).
Hermanos y Amigos, a través de esta expresión tan dura de Jesús, “Si tu mano te hace caer… si tu pie te hace caer… si tu ojo te hace caer…” (Mc 9,43 ss) hoy se nos quiere decir: Si tu manera de actuar (mano) te pone en peligro –te hace vivir desde y para la ambición-, cámbiala. Si vas por un camino equivocado (pie), que no lleva a la entrega y al servicio, modifica el rumbo. Si tus deseos (ojo) no van en esa misma línea de mirada de amor verdadero, de amor servicial, de entrega a todos, hay que transformarlos.
Jesús nos habla en metáfora, ciertamente, cuando nos dice que hay que estar dispuesto a prescindir de estos órganos: “Si tu mano te hace caer, córtatela…” (Mc 9, 43 ss); se refiere a dejar las malas acciones que representan; pero el Señor quiso mostrar así la exigencia y el dramatismo que entraña su seguimiento. Ceder en estos terrenos lleva a la situación desastrosa que denuncia el apóstol Santiago en la segunda lectura con palabras igualmente duras: cuando los ricos abusan de los débiles es como si volviesen a condenar a Jesús, el Justo (Santiago 5, 6).
Hoy Jesús con estas palabras duras quiere sacarnos de nuestro aletargamiento, quiere espabilarnos, ponernos en acción. Hay que luchar, y luchar a brazo partido, contra todo aquello que nos separa del Señor y de vivir sus sentimientos y actitudes y vivir y enseñar y testimoniar aquellos caminos que conducen a la autentica felicidad, al amor y la alegría que produce el encuentro personal con Cristo, que nos lleva a un auténtico amor a los demás.
Hermanos y amigos este programa es superior a nuestras fuerzas pero merece la pena y por eso necesitamos de la gracia del Señor, de la fuerza de su Espíritu, que “viene en ayuda de nuestra debilidad”. Y el Señor siempre nos da y dará su Gracia, la fuerza de su Espíritu.
Hemos de renovar el compromiso de ofrecer al Señor nuestras manos, nuestros pies y nuestros ojos, es decir, toda nuestra persona, para que no sean obstáculos sino que disponga de ellos para la construcción de su Reino.
Y el Señor nos da siempre su fuerza, pongamos toda nuestra confianza en Él. Que iluminados por su Palabra y con la fuerza de la Eucaristía trabajemos siempre por el bien, y que nos alegremos cada vez que el amor de Dios se manifieste en el mundo y que luchemos contra el mal.
¡Ánimo! ¡Manos a la obra!
Adolfo Álvarez. Sacerdote.