CRISTO, PAN DE VIDA:
EL UNICO QUE TIENE PALABRAS DE VIDA ETERNA
De nuevo somos convocados por Cristo en el Domingo para Celebrar su Resurrección, para participar del principal Alimento para nuestro camino.
En este domingo llegamos a la contemplación y reflexión del final del capítulo 6 de San Juan, conocido como el Discurso del Pan de Vida, que durante estos domingos anteriores venimos meditando. El texto del Evangelio de este domingo XXI del tiempo ordinario es el final del discurso del Pan de Vida. Pone de manifiesto el escándalo de unos y el consiguiente abandono de Jesús y la opción de los Apóstoles.
Jesús no dejó indiferente a nadie: Él habla alto y claro y sin miramientos. Pero resulta duro para algunos. Seguir a Jesús exige cambiar de vida y de valores, exige tener sus sentimientos y actitudes. Ciertamente las palabras de Jesús eran duras, no estaban ni están enseñando una simple doctrina, ni son un conjunto de normas preceptos, sino están invitando a una unión total con Él. El Señor no nos ofrece soluciones puntuales, que son las que muchas veces reclamamos, sino nos ofrece lo que es para siempre. No nos ofrece cosas sino se ofrece a sí mismo, que es la Vida Eterna. Y por eso hay quien se que siente decepcionado porque buscaba cosas, “soluciones fáciles” y entonces se siente decepcionado. Pero el Evangelio nos muestra que hay un grupo que permanece fiel: los Doce. San Pedro reconoce que no hay otro camino más que el Señor y afirma el origen divino de su Maestro: <<Señor, a quien vamos a acudir?… creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios>>
Nos conviene recordar lo que Jesús nos ha dicho, concretamente dos afirmaciones muy importantes que nos tienen que interpelar:
“Yo soy el Pan de Vida”. Con esta afirmación Jesús está queriendo decir que Él es Hijo de Dios, que es el sentido y la razón de la vida del ser humano. Verdad que no podía ser aceptada por la mentalidad judía porque eran monoteístas; los judíos pensaban que Dios era único y no podían concebir “otro ser divino igual a Yahvé” en la persona de Jesucristo. Si nosotros aceptamos que Jesucristo es la razón de nuestras vidas, que Él es la clave de nuestra felicidad, hemos de abandonar comportamientos que expresan que nosotros pensamos que la felicidad está en el poder, en el tener, en la fama o en el gozar.
“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. Supone aceptar la presencia de Jesús en el pan y en el vino de la Eucaristía, lo que no deja de ser un acto grande de fe en la persona de Jesús. Para los judíos era una revolución en su modo de entender el culto con Dios; de algún modo, aceptar la presencia de Jesús en el pan y en el vino, invalidaba las otras formas de relacionarse con Dios que tenía el pueblo de Israel. Quien cree que Jesús está presente en el pan y en el vino de la Eucaristía, aprecia esa presencia y vive de esa presencia.
Amigos y Hermanos, La Palabra de Dios nos convoca este domingo a tomar una decisión trascendental: ¿somos de Cristo o nos desligamos de Él?
Y es que hoy vivimos una situación parecida a la que nos describe el Evangelio y algunos quieren rebajar las exigencias de Jesús, descafeinar el Evangelio, porque resulta duro. Hoy, con más severidad que nunca, estamos viviendo una deserción de la práctica de fe. Parece que lo que se lleva, es decir “no soy practicante” “a mí la Iglesia no me va” “paso de rollos religiosos”. En el fondo, hay un tema más grave: nadie queremos complicaciones. Los compromisos, de por vida, nos asustan. Y a veces, el Evangelio, nos pone contra las cuerdas: ser creyente es más que bautizarse, comulgarse o casarse por la Iglesia. Es fiarnos de Jesús, es complicarse la vida con Cristo, por Cristo y en Cristo. Es impregnarse de Él e identificarse con Él.
Ahora una cosa nos ha quedar clara también que Jesús no hace “rebajas” para que le sigan. Jesús no quita ni una coma de lo que ha dicho. No busca acomodar su discurso a las circunstancias, no presenta la verdad como “apariencia” sin serlo.
Jesús no pretende que comprendamos la Verdad sino que nos abramos a Ella. Se trata de abrazar la Verdad y dejarnos envolver por ella. Y aquí podemos recordar un hecho: en un campamento de verano una niña de 9 años preguntaba: “¿Cómo es posible comprender que, después de la consagración, en el Pan está Jesús? Otra niña le respondía: “¡No se comprende, se cree y basta! Esta es la simplicidad de la fe de quien se adhiere a Cristo lanzándose y sumergiéndose en la experiencia del creer, del fiarnos de Él.
Los discípulos más cercanos, liderados por Pedro, como ya hemos visto y dicho, deciden seguir con Él aunque no entienden del todo el mensaje de Jesús: “¿A quién vamos a ir? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.
Hermanos y Amigos, nosotros debiéramos en este día sentirnos interpelados por Cristo: ¿También vosotros queréis marcharos y dejarme? ¿Tú a pesar de las pruebas, y a pesar del ambiente, crees sinceramente en Mí, en el Evangelio, en la Iglesia, en la Eucaristía?
A través del Evangelio de este domingo se nos enseña, entre otras cosas, que creer en Cristo a veces puede ponernos en crisis y exigirnos tomar decisiones serias. Se pone a prueba nuestra fe y se nos exige dar una respuesta sincera, personal y en fe, en confianza plena en Dios. Se nos plantea lo de Josué de este domingo, ¿quieres servir al Señor o a otros dioses? Pues no vale el “ir tirando” como la ley del mínimo esfuerzo, ni vale “creerse buenos” como si lo que dice el Señor no fuera con nosotros.
Hermanos y Amigos hagamos hoy, en este domingo, un acto de fe como San Pedro: “Señor, nosotros creemos en Ti, porque solo Tú tienes palabras de vida eterna”, porque la paz, la luz que nos das no la encontramos en nada ni en nadie; porque lo que Tú haces con nosotros, nadie lo ha hecho jamás; queremos ser tus discípulos auténticos, nosotros queremos seguirte con la ayuda de tu Espíritu, aunque a veces no entendamos o pasemos por pruebas y oscuridades.
Y que nuestro creer y servir al Señor lo hagamos con valentía, con transparencia y sabedores de que, seguirle, aunque no sea un camino de rosas, merece la pena. A veces, como cristianos, nos puede ocurrir lo mismo que aquel conductor que empeñado en conducir por una gran autopista no hacía caso de las señales de tráfico que le exigían conducir, como mínimo, a 130 kilómetros por hora. Un buen día, la guardia de tráfico, le detuvo y le conminó: “si usted va a ir a esa velocidad,(que era muy poca) mejor que vaya por una carretera comarcal”. Jesús es una autopista con unos mínimos y con unos máximos. Ojala que el conductor de nuestra fe nos ayude a caminar con Él y por Él en la velocidad adecuada
Hermanos y Amigos como un eco de la confesión de San Pedro, cada vez que comulgamos recibiendo a Cristo, Pan de Vida Eterna, tenemos la oportunidad de reconocer que en Jesús encontramos palabras de vida eterna cuando decimos “Amén” Él es el Alimento de Vida Eterna.
Seamos fieles a la opción, la opción de nuestro Bautismo, que hemos hecho, que no es una ideología o una determinada forma de pensar, es una Persona, Cristo Jesús a quien, con Pedro, reconocemos que es “el Santo consagrado por Dios”. Vivamos unidos a Él.
Hermanos y Amigos, que hoy se afiance nuestra fe en Cristo, cada uno le digamos hoy con todo el corazón: Creo, Señor. Aumenta mi fe.
Conocer por Cristo los secretos de Dios Padre (la inmensidad de su Amor y Misericordia) es signo de su amistad con nosotros; que otros conozcan a Cristo por medio nuestro es signo de nuestra fidelidad, de que hemos descubierto que Él “tiene palabras de vida eterna”
El Señor sea el centro de nuestra vida, en El está todo lo que Dios nos quiere dar. Y que le anunciemos a quienes nos rodean, ya que es el único que sacia todas nuestras hambres.
Adolfo Álvarez. Sacerdote