CREER EN JESUCRISTO, PAN DE VIDA QUE NOS TRANSFORMA
Celebramos de nuevo el domingo, llamado el Octavo Día, el inicio de una Nueva Creación, la que viene del Resucitado, que todo lo hace nuevo.
Por el pecado se difumina la imagen de Dios que está impresa en cada uno de nosotros, pero la Celebración del Domingo, Pascua semanal, memorial de la Resurrección del Señor, nos da la oportunidad de comenzar de nuevo, de reavivar el Don del Espíritu que recibimos en el Bautismo y que hace posible que vivamos la vida nueva de hijos de Dios.
Contemplamos hoy, y los próximos domingos, el capítulo 6 de San Juan, donde se encuentra el conocido Discurso del pan de vida. Este capítulo comienza con el acontecimiento de la multiplicación de los panes, que hemos contemplado el pasado domingo. Todo este capítulo 6 hay que entenderlo todo él en clave eucarística.
El centro del texto que contemplamos este Domingo es la afirmación de Jesús: << Yo soy el pan de vida. El que viene mí no tendrá hambre, y el que cree en mi no tendrá sed jamás>>
Después de la multiplicación de los panes y ya en la otra orilla del lago Jesús pronuncia lo que se llamó el “Discurso del Pan de Vida. Comentando este Evangelio dice San Agustín: <<Tras el sacramento del milagro, él añade un sermón para, si es posible, alimentar a quienes ya han sido alimentados>>
“Ámame por lo que soy y no por lo que tengo.” Así de conciso, el refranero castellano, nos puede resumir a la perfección el mensaje evangélico de este domingo. Acostumbrados a fiarnos sólo de lo que vemos, nuestra fe nos exige algo más: ir al fondo y no quedarnos en lo externo. Las personas, por lo que sea, nos dejamos seducir rápidamente por los sucesos extraordinarios. ¿Qué tiene el espectáculo que tanto nos atrae? Pues eso: espectacularidad, morbo. Nos deslumbra todo aquello que, aparentemente, está fuera de lo común. Por ello Jesús ante aquella multitud que le buscan les deja claro, nos deja claro hoy a nosotros, tres cosas o aspectos:
1) Que no busquen y vayan detrás de Él solo por los bienes materiales.
2) Que para obtener un alimento que da vida acepten el verdadero camino que es la fe
3) Que no esperen del Mesías una simple repetición del antiguo maná, sino que acojan el Pan de Dios que baja del cielo para dar vida al mundo.
Por esto es conveniente que nosotros, cada uno de nosotros se pregunte ¿busco a Jesús? Y ¿por qué le busco?
Muchas veces buscamos a Jesús pensando solo en nosotros mismos y por motivos materialistas: rezamos o vamos a la Santa Misa pensando en conseguir algo de Dios, queriendo que nos conceda lo que pedimos y que muchas veces no es precisamente para nuestro bien espiritual. De aquí que tengamos hoy que escuchar las palabras de Jesús: “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando la vida eterna” Para Jesús no solo es necesario el pan diario, sino también el pan que da la vida eterna. Jesús alimenta a los que tienen hambre cuando dice: Yo soy el pan de vida (Jn 6, 35). Él es el alimento. No habían entendido que la multiplicación de los panes en realidad es un signo que les está indicando quién es realmente Él: el verdadero alimento del mundo: Yo soy el pan de vida (Jn 6, 35). Quieren otro milagro, pero Jesús no se lo da, porque lo que le interesa, lo que quiere, es que profundicen en lo que han vivido y comprendan que Él es realmente el gran regalo de Dios.
La Iglesia, que ha de llevar adelante la misma misión de Cristo, en estos momentos, también tiene el mismo problema que sufrió Jesús en propias carnes. Hay muchos que, lejos de verla como un signo de la presencia de Dios en el mundo, la toleran porque hace el bien. Porque soluciona problemas. Porque llega a los lugares más recónditos del mundo levantando hospitales, construyendo orfanatos o cuidando a los enfermos de Sida, porque asiste a través de Caritas a los más necesitados. Pero, la Iglesia, no desea que sea apreciada por su labor social o humana. Su fuerza, su orgullo y su poder no está en esas obras apostólicas (que están bien y son necesarias para calmar tantas situaciones de miseria, de necesidad o injusticias). El alma de nuestra Iglesia, de nuestro ser cristiano es Jesús. Un Jesús que tan sólo nos pide creer en Él como fuente de vida eterna. Como salvación de los hombres y de todo el mundo.
A Jesús, primero, le pedían pan. Luego le exigían más y, al final, solicitaban de Cristo, todo, menos lo esencial: su Palabra, su Reino, la razón de su llegada al mundo. Al final por pedir pidieron hasta su cuerpo en cruz.
Jesús hoy nos pide que creamos en El. Y ¿qué significa creer en Jesús? Significa tener experiencia de encuentro con Jesucristo que da un horizonte nuevo a nuestra vida. Significa aprender a vivir un estilo de vida que nace de la relación viva y confiada en Jesús, el Enviado del Padre. Nos vamos haciendo cristianos en la medida que aprendemos a pensar, sentir, amar, trabajar, sufrir, vivir como Jesús. Tenemos que tener una unión vital con Jesús.
Creer en Jesús es configurar nuestra vida desde Él, convencidos de que su vida es nuestro tesoro, y es una vida que conduce a la vida eterna. El centro de nuestra existencia, lo que da sentido y firme esperanza al camino de la vida, a menudo difícil y complicado, es la fe en Jesús.
Hoy Jesús nos dice: “Yo soy el pan de vida”. Nos está anunciando la Eucaristía, donde el Señor se nos da como alimento para vivir la vida nueva de hijos de Dios. Es la vida que nos ha sido infundida en el Bautismo por la comunicación del Espíritu Santo por medio del agua; la vida que el Hijo ha recibido del Padre y que es la luz de los hombres (Jn 1,4). Es como un tesoro que llevamos en el vaso frágil de nuestra naturaleza de criaturas y que hemos de cuidar y alimentar, y precisamente el alimento necesario es el pan de vida, el mismo Hijo, que se nos da en la Eucaristía. De ahí que no podemos vivir sin Eucaristía. Necesitamos celebrar y participar del Banquete del Señor, comer su Cuerpo y su Sangre como alimento de vida eterna. La Eucaristía ha de centrar nuestra vida, de modo que sea el alimento que nos sostiene y que nos da la Vida Eterna.
También nos enseña Jesús a pedir: “Señor, danos siempre de este pan”. Hagamos esta suplica y ello queriendo que se cumpla en nuestra vida la voluntad de Dios, queriendo ofrecernos a Él para construir un mundo más según el proyecto de Dios.
Este pan de vida que recibimos no es solo para nosotros, sino que estamos llamados a ser “pan de vida”para otros. Al alimentarnos de este Pan vivo la vida divina se apodera de nosotros y nos revestimos del Señor, de sus sentimientos más profundos y ello nos tiene que hacer ser ayuda y alimento para los hermanos, para los demás. El hombre Nuevo que Cristo resucitado ha inaugurado, al que hacíamos referencia anteriormente vive, ha de vivir, desde la conciencia de saberse don, don de Dios para los demás, para el mundo. La Eucaristía nos lleva a vivir la caridad con el prójimo.
Hermanos y Amigos, hemos de celebrar la Eucaristía, participar de este Sacramento convencidos del amor de Dios y del poder de su gracia. En una Oración litúrgica de poscomunión rezamos: <<la acción de este sacramento, Señor, penetre en nuestro cuerpo y nuestro espíritu, para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, el que mueva nuestra vida>>
Hermanos y Amigos, Jesús hoy nos dice “Yo soy el pan de vida”, hemos de preguntarnos cada uno de nosotros: ¿realmente lo creo? ¿Me acerco a comulgar, a recibir su pan, como necesidad para vivir mi fe? ¿Pongo a la Eucaristía en el centro de mí vivir cristiano? Debemos preguntarnos, también, si nuestra fe es un adorno para ciertos momentos o ciertas fiestas o es una forma de vivir cada momento de nuestra vida. Según respondamos, podremos entender que la Eucaristía, la Misa dominical no podemos entenderla como una obligación semanal –ninguna ley obliga a comer-, sino que es el Sacrificio del Señor por nosotros, el Banquete Pascual en el que Jesús nos alimenta y fortalece con su vida y que no podemos dejar de participar, pues es imprescindible para vivir en cristiano.
Hermanos y Amigos, la amistad con Jesús es el mejor presente, regalo, que podemos ofrecer a cualquier persona con la que nos encontremos, <<El que viene a mí no tendrá más hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás>>
Que sigamos viviendo nuestra fe con la seguridad de que, Jesús, es el Pan de la vida. Que sin Él no podemos nada. No podemos vivir la fe sin la Eucaristía. Y, sobre todo, que amemos al Señor cada día más, confesándole en medio de los hombres, en medio de nuestro mundo con nuestras palabras y nuestro amor a los demás, como el Hijo de Dios, Verdadero Pan de Vida.
Adolfo Álvarez. Sacerdote