CRISTO NUESTRA VID, VIVIR UNIDOS A ÉL Y DAR FRUTO
Seguimos celebrando la Pascua, el corazón del Misterio Cristiano. La Resurrección de Cristo es el centro de nuestra fe. Los Domingos Pascuales son los domingos centrales de todo el Año Litúrgico.
Porque Cristo resucitó verdaderamente, estamos totalmente seguros de que nuestra fe es verdadera, de que estamos salvados y de que la genuina alegría cristiana tiene como fundamento último el triunfo de Cristo sobre el poder del demonio, del pecado y de la muerte. El cristiano auténtico ha de impregnar toda su vida de la alegría esplendorosa de Pascua. El verdadero cristiano está llamado a no vivir nunca al margen de la alegría, aunque haya dificultades y problemas, aunque haya días que se sienten clavadas las cuatro aristas de la cruz. Los mayores sufrimientos y las mejores alegrías pueden coexistir íntimamente unidos en el lecho de una misma vida. Podría decirse que, después de morir verdaderamente en la cruz, el Resucitado introduce e instala a sus seguidores en la alegría y los entrega a esa alegría pascual.
Celebrar la Pascua es vivir en Cristo y como Cristo. A ello se nos invita en este V Domingo de Pascua. El Domingo pasado contemplábamos a Cristo, Buen Pastor, hoy lo contemplamos como la Vid verdadera.
Pastor-ovejas, Cabeza-miembros, Vid-sarmientos: son expresiones distintas de una misma realidad, que se traducen en la transmisión y posesión de una misma vida. Una vida en común, una íntima unión, una esencial dependencia; esto debe ser la vida del creyente cristiano respecto de Cristo. Ésta su aspiración suprema: vivir su misma vida. Nos lo recuerda el Papa Francisco: todos, absolutamente todos, sea cual sea nuestro estado u ocupación, estamos llamados a ser santos. Si es que esto ya lo había dicho el Señor: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5,48).
La liturgia, en este Domingo V, nos presenta a Cristo como la verdadera vid, una imagen utilizada en el Antiguo Testamento para representar la especial relación de Dios que cuida amorosamente a su pueblo Israel (la viña), a pesar de su infecundidad. Con la alegoría de la vid, el Evangelio de hoy nos expresa de una manera muy plástica que los creyentes hemos de permanecer firmemente unidos a Cristo si no queremos que nuestra fe se debilite o se quebrante. Ciertamente nuestra vida de fe, ha de estar profundamente anclada en Jesucristo, por quien nos viene la savia nueva, el alimento que nos nutre, la fortaleza suficiente para no quedar expuestos a merced del mundo.
Cristo Resucitado es la vid verdadera y nosotros sus sarmientos, injertados en Él por el Sacramento del Bautismo.
Cristo con su Misterio Pascual ha inaugurado un tiempo nuevo marcado por el amor, así nos lo recuerda hoy el Apóstol San Juan, recordándonos que vivir en el amor a Dios y al prójimo es seña de identidad de los creyentes. Ciertamente estamos llamados a permanecer unidos a quien es fundamento de nuestra existencia, de lo contrario nuestra vida se puede convertir en estéril e infecunda. Sólo desde la permanencia en el Señor de la vida, desde esta íntima comunión vital con Él, podremos tener vida en abundancia. Cuantos proyectos, ilusiones y anhelos se han derrumbado por no estar apoyados en Cristo, por no tener en cuenta el principio del amor.
Hermanos y Amigos, al releer el evangelio de este domingo de Pascua, caemos en la cuenta que –tal vez- muchas de las alteraciones que se dan en nuestro mundo son consecuencia de querer ser sarmientos sin Vid; agua sin fuente; vida sin más límites que los que uno se marca. ¿Es bueno? Por supuesto que no.
Toda casa necesita de unos cimientos y, toda persona, también requiere de unos principios o de unos valores que sean modelo, guía irrenunciable para entender la vida y para defender la de los demás. Y estos cimientos, estos valores son la misma persona del Señor, Jesucristo, “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14)
El Señor en este día nos llama a – Estar unidos a Él. El sarmiento tiene que estar constantemente unido a la vid, si no quiere secarse. Y un sarmiento seco no sirve para nada, solo para quemarlo. Estar unido a la vida es recibir su savia y su vida. Estar unido a Cristo es vivir en comunión con Él, es dejarse alentar por Él; y esta unión con Cristo se realiza a través de la escucha de la Palabra de Dios, la oración, la celebración de los Sacramentos, especialmente los de Penitencia y el de Eucaristía.
– Ser podados. El Padre labrador cuidándonos nos poda. La poda no siempre es fácil de entender; nos cuesta el corte y desapego; pero es necesaria la poda de todo aquello que nos impide o debilita el vivir unidos a Cristo. Quitando de la vid el follaje y las malas ramas, la savia puede concentrarse y conseguir el fruto deseado. Esta poda nos ayuda a crecer, nos ayuda a vivir plenamente en Cristo, a dar frutos.
– Dar fruto abundante. Dar los frutos del Espíritu. Y los frutos del Espíritu, los frutos que Dios quiere de nosotros son el derecho, la justicia, el respeto, el servicio, el amor… Son frutos de verdad y amor.
Hermanos y Amigos, La unión con Cristo es una unión sacramental o no es tal unión. Es una relación real que no depende del sentimiento que yo tengo de esa relación. Estoy injertado a Cristo por el sacramento del Bautismo, acogido por Dios en el sacramento de la Penitencia, comulgo su presencia real en comunidad en el sacramento de la Eucaristía, el Espíritu está en mí por el sacramento de la Confirmación… Si no acepto esta relación con Dios sacramental es como despreciar al Cristo Encarnado y toda su obra y preferir la imagen que yo me he hecho de Dios. Esto es muy serio y hoy está muy extendido. Ser cristiano no es tener un sentimiento religioso. Prueba de que no se puede ser cristiano por libre es el ejemplo de Pablo, cuando se convirtió al cristianismo va a la comunidad de Jerusalén, a los apóstoles, y les cuenta cómo había visto al Señor por el camino.
Esta unión nos llevará a vivir la exigencia del amor pues hemos de mostrarlo con obras concretas en el servicio y la preocupación por los demás, “No amemos de palabra ni de boca, si no con las obras y según verdad”, nos recordaba el apóstol San Juan. Una fe sin obras es una fe muerta. Por lo tanto la gracia para amar al estilo del Señor nos es necesaria, es necesaria nuestra unión con Cristo.
Hermanos y Amigos, ésta es la lección de este Domingo Pascual. Si estamos unidos a Cristo como el sarmiento a la vid, podremos decir como Pablo: “ya no soy yo, es Cristo quién vive en mí… mi vivir es Cristo”; y la vida de Jesús producirá en nosotros el fruto abundante de las buenas obras. Queriendo hacer un resumen: podremos vivir como Él vivió; podremos amar como Él amó (no de palabra sino con obras y verdad);
Para vivir unidos a Cristo y dar frutos de vida eterna hemos de alimentarnos de la Eucaristía, Sacramento que alimenta nuestra vida con el pan de la Palabra y el Pan Eucarístico, Alimento de Vida Eterna. Y con este Alimento hemos de dar fruto, el que Dios espera de nosotros.
Que nada nos separe de la Vida, que es Cristo. Él sea siempre nuestra única Vid. A ello nos ayude la intercesión de María a la que vamos a contemplar e invocar de manera especial en el ya cercano mes de mayo, y con Ella esperaremos un nuevo Pentecostés.
Que nuestra personal permanencia en Cristo y su Iglesia nos ayuden a todos y cada uno de nosotros a ser verdaderos testigos del Resucitado en medio de nuestro mundo.
Adolfo Álvarez Sánchez. Sacerdote