LA VIDA CRISTIANA, VIDA EN EL AMOR
Amor a Dios, amor al prójimo
La Celebración Eucarística, muy especialmente la Celebración del Domingo, es “escuela de vida cristiana”. Cada domingo el Señor nos enseña y nos alimenta por medio de su Palabra y con su Cuerpo y Sangre.
Seguimos avanzando en la Escuela del Señor a través del Evangelio de San Mateo y después de haber contemplado y meditado las Parábolas del Reino ahora se nos sigue invitando, ya el domingo pasado lo hemos hecho, a reflexionar y preguntarnos cómo vamos viviendo la fe en Jesucristo en nuestra vida de cada día, en los diversos ámbitos que conforman nuestro vivir.
En este domingo en medio de nuestra vida, con sus actividades, sus alegrías, sus dificultades, problemas y dudas, Dios sale a nuestro encuentro y nos recuerda lo fundamental de la fe, de nuestra confianza en Él: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón con toda tu alma, con todo tu ser, y amarás a tu prójimo como a ti mismo”
La Palabra de Dios nos recuerda que amor y verdad van inseparablemente unidos: hay que amar la verdad y amar de verdad. Todo hombre tiene la obligación moral de buscar la verdad acerca de Dios y de su propia existencia, seguirla con su vida y realizarla con sus actos; esta verdad es el amor que debe impregnar su relación con Dios y con los demás.
Dios has de ser para cada uno de nosotros la razón fundamental de nuestra existencia. San Juan nos dice en una de sus Cartas: <<Dios es amor>> (1Jn 4,8) y nos dice también: <<En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados>> (1 Jn 4,10)
El amor de Dios es lo que sostiene o debe sostener toda la vida y obras de cada uno de nosotros. La primera experiencia fundamental que hemos de tener, que necesitamos tener, es el inmenso amor que Dios nos tiene. Dios nos ha revelado su inmenso amor en la Creación, a lo largo de la Historia de la Salvación y de una manera culminante en su Hijo, Jesucristo. Nos decía el Papa Benedicto XVI en la encíclica “Deus Caritas est” (Dios es amor): <<El amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida y plantea preguntas decisivas sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros>> (n.2)
Es muy importante para toda nuestra vida cristiana esta experiencia del amor de Dios para con cada uno de nosotros. Ya nos decía Juan Pablo II al final del Jubileo del año 2000: <<Si verdaderamente hemos contemplado el rostro de Cristo nuestra programación pastoral se inspirará en el “mandamiento nuevo” que él nos dio: “Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34>>
Y es que en la actualidad podemos ver que se habla mucho del amor, en la calle en nuestras conversaciones, en las revistas del corazón, en programas de televisión; pero podemos observar cómo siendo un tema de mucha importancia para nuestra vida, para la vida de toda persona humana, se trata muchas veces de una forma muy superficial, reduccionista e incluso banal.
Sin embargo el amor, como nos recuerda la Palabra de Dios, es muy importante. ES mucho más que una emoción, que un sentimiento o un estado de ánimo en un momento concreto de la vida. El amor es una experiencia fundamental y fundante, repito de nuevo, y tiene su origen en Dios, en el Creador. El Dios que es Amor, que por amor nos ha creado, a creado al ser humano, que por amor nos ha enviado a su Hijo, Jesucristo, para redimirnos, para la salvación de todos los hombres, ha dejado grabada en todos los hombres, en cada uno de nosotros, tanto la capacidad para amar, como el deseo de ser amado. Y sólo en la medida que descubramos cada uno de nosotros esto experiencialmente, vivencialmente, llegaremos a vivir en la libertad y felicidad auténticas. Porque precisamente, el mandamiento del amor es camino de libertad y felicidad verdaderas.
La experiencia del amor inmenso de Dios por nosotros es la que nos ha de llevar a avanzar por los caminos de la conversión, abandonando los ídolos para volvernos a Dios, para dejar que Dios ocupe el centro de nuestra existencia y toda ella sea una correspondencia a su amor. Vivir el amor a Dios, como hoy nos pide Jesús, no es sino corresponder a su amor para con nosotros. Amar a Dios “con todo el corazón” es ponerle a Él por delante de todo lo demás. Es escuchar su Palabra, encontrarnos con Él en la oración, amar a lo ama Él y a su estilo.
Este amor nos lleva necesariamente a amar al prójimo. Hemos de caer de nuevo en la cuenta que la experiencia de la paternidad de Dios lleva en sí misma la fraternidad de los hombres. La experiencia del amor de Dios nos tiene que llevar a vivir en amor con los demás. El amor a los demás encuentra su fundamento más sólido cuando reconocemos que <<tanto amó Dios al mundo>>que ha dado a su Hijo para que todos podamos tener vida y vida en plenitud. El Misterio de la Encarnación nos ha de llevar a conocer el valor y la dignidad que cada persona tiene para Dios y que por ello tiene que tener para nosotros.
Jesucristo es el Rostro del Amor y de la Misericordia de Dios para con todos los hombres y cada uno de nosotros estamos llamados también a serlo. Podemos aquí recordar a San Agustín que decía “Ama y haz lo que quieras”. Sí si callas, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor. Que en tu corazón haya verdadero amor a aquella persona, pues, si lo hay, hagas lo que hagas, será justo, pues el amor solo hace el bien. Pero este amor no es un amor cualquiera: tiene como modelo a seguir el Amor de Jesucristo: con todo su corazón, con toda su alma, con todo su ser.
San Agustín, también, en una de sus epístolas, habla muy claramente de cómo el amor a Dios va unido al amor al prójimo: “La caridad fraterna es la única que distingue a los hijos de Dios de los hijos del diablo. Pueden todos hacer la señal de la cruz, responder amén, hacerse bautizar, entrar en la iglesia, edificar templos. Pero los hijos de Dios sólo se distinguen de los del diablo por la caridad. Puedes tener todo lo que quieras; si te falta el amor, de nada te vale todo lo demás.”
El amor al prójimo que hoy nos pide Jesús no es algo etéreo, ha de manifestarse en las obras para con los demás, obras que no son un mero acto de solidaridad, sino que nacen del encuentro con el amor transformador de Dios. Obras como las que nos señala en este domingo el Libro del Éxodo: de misericordia y caridad, de respeto a la dignidad de toda persona , obras de generosidad y entrega hacia quien camina a nuestro lado, sobre todo hacia el más necesitado, reconociendo en él, la presencia del mismo Dios.
El amor cristiano auténtico significa acoger y darse, aceptar y entregarse. San Pablo elogia la vida comunitaria de los tesalonicenses porque aquellos cristianos supieron imitar el amor del Señor, acogiendo la Palabra en medio de grandes dificultades (segunda lectura de hoy).
No olvidemos que los primeros cristianos se llamaban sencillamente hermanos. Tenían un solo corazón y una sola alma, nos aseguran los Hechos de los Apóstoles. Hasta los paganos exclamaban: “Mirad, como se aman”. Es el elogio mayor que se puede hacer de una comunidad cristiana. Pero no sé si los paganos de hoy pudieran decir lo mismo de todos los cristianos. Sin embargo, el milagro que necesita nuestro tiempo, el milagro para el cual nuestro mundo está abierto, es el milagro del amor y de la fraternidad de los cristianos.
Hermanos y Amigos, la Celebración litúrgica de la Eucaristía Dominical es la fragua del amor a Dios y al prójimo. Es primeramente “sacramento de la caridad” en cuanto revelación y don del amor infinito de Dios por cada hombre (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis n.1), pero también es donde cada uno de nosotros, al participar en la celebración, recibiendo ese amor de Dios somos capacitados para devolverlo a Dios y repartirlo con nuestros hermanos. En nuestra vida cristiana existe un vínculo, una relación muy estrecha, entre la escucha de la Palabra de Dios, la misión evangelizadora y el amor a los hermanos.
Si el Apóstol San Juan nos dice: “Dios es amor”. El es la fuente del amor, y su ley principal es el amor. El amor en todas las direcciones: el que Dios nos tiene a cada uno de nosotros, el que se ha manifestado en Cristo Jesús, el amor que es el Espíritu, el amor que nosotros le tenemos a Dios y el amor para con los demás. Por eso hoy delante del Señor preguntarme ¿Me siento amado por Dios?, ¿amo?, ¿cómo trato a mi prójimo?
Hermanos y Amigos, el Espíritu venga en nuestra ayuda para gustar de nuevo el fundamento de la verdadera libertad en nuestro vivir el ser hijos de Dios que es el amor a Dios y al prójimo, síntesis de los mandamientos divinos, y que la fuerza de este Espíritu actúe en nosotros para que toda nuestra vida sea un corresponder al amor de Dios amando al prójimo, teniendo los mismos sentimientos y actitudes de Jesús y construyendo así la Civilización del amor según el proyecto de Dios.
Pidamos al Señor, por intercesión de María, la llena de gracia, que derrame su Espíritu para que no caigamos en la tentación de “ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor, porque Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás” (Papa Francisco, EvangeliiGaudium 270).
Adolfo Álvarez. Sacerdote