DIOS Y EL CESAR. VIVIR EN DISCERNIMIENTO
Seguimos avanzando en la Escuela del Señor a través del Evangelio de San Mateo y después de haber contemplado y meditado las Parábolas del Reino ahora se nos invita a reflexionar y preguntarnos cómo vamos viviendo la fe en Jesucristo en nuestra vida de cada día, en los diversos ámbitos que conforman nuestro vivir.
En la Eucaristía de cada día, de cada domingo de una manera especial, pues celebramos la Pascua semanal, el Señor sale a nuestro encuentro para alimentarnos con el pan de su Palabra y con el pan de su Cuerpo y Sangre. Pertenecemos a un pueblo de elegidos, a quienes se les anunció el Evangelio, refrendado por el Espíritu Santo, como nos recuerda en este domingo el Apóstol San Pablo en su Carta a los Tesalonicenses. En este domingo reflexionamos esta Palabra de Dios celebrando también el día del DOMUND, la Jornada Mundial de las Misiones, que tiene como Lema este año: “Corazones fervientes, pies en camino”
Nos encontramos hoy en el Evangelio con unas palabras del Señor que se han convertido en un tópico tanto en boca de los cristianos como en la de los no cristianos; un tópico mediante el cual se pretende resolver el problema de las relaciones entre la fe cristiana y el orden político: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. lo que es de Dios, a Dios». A menudo se piensa que con esta frase el Señor ha resuelto para siempre el problema y que todo está claro. Y no es así, tenemos siempre que discernir.
La pieza fundamental de la Palabra de Dios de este domingo es la discusión sobre el tributo al César, entre Jesús y sus enemigos, los cuales le tienden una trampa para provocar que cometa un desliz y así, o bien enfrentarlo con la gente (si decía que había que pagar impuesto a Roma), o bien denunciarlo a las autoridades romanas, si lo negaba.
No olvidemos el contexto para entender bien esta página evangélica, pues en tiempos de Jesús, Israel es un territorio ocupado por los romanos, y el tributo que los judíos tenían que pagar a Roma en moneda romana era una forma práctica de sometimiento al César. Los judíos estaban divididos entre los colaboracionistas (los saduceos), los rebeldes (los zelotas), y los que, muy a su pesar, aceptaban la situación de hecho. Pues, al reconocer el curso legal de la moneda romana (el denario), acuñada con la efigie del César (lo cual entraba en contradicción con el férreo monoteísmo judío), y usarla en la vida diaria, es que admitían entrar en el sistema económico y debían aceptar sus consecuencias.
Los enemigos mortales de Jesús (los fariseos y los herodianos) encuentran una ocasión para ponerlo en un aprieto. Se presentan en actitud conciliadora, y, bajo palabras suaves, esconden su maldad. Los enemigos de Jesús intentan conducirlo al terreno peligroso de la vertiente económica de la política, donde se jugaba la lealtad y sumisión al poder imperial.
Pero Jesús los conocía y los desenmascara poniendo de manifiesto su hipocresía, pues, por un lado, pretenden enfrentar al Maestro con el poder de Roma, en el caso de que niegue la legitimidad del impuesto, mientras, por otro, dan curso legal a la moneda del impuesto, que llevaba la efigie del emperador Tiberio, señal de pertenencia al emperador, como símbolo de su poder y autoridad.
Jesús actúa con astucia pidiéndoles que le muestren la moneda del impuesto, que era la que llevaba la efigie del César. Emplea un juego de palabras por medio del cual les hace decir en público lo que en modo alguno hubieran dicho reflexivamente. A la pregunta de Jesús: «¿De quién son esta imagen y esta inscripción?», ellos querían responder que la figura y la inscripción eran del César; pero la pregunta y la respuesta están hechas de tal modo que lo que se entiende de la respuesta es que es la moneda lo que es del César.
Y Jesús, nos dice el Evangelio, comprendió perfectamente qué se llevaban entre manos y sabía que la actitud de los preguntadores no era recta. Por eso, dentro de este contexto, la respuesta del Señor, más que sentar doctrina, es una salida hábil e inteligente, una manera de esquivar la trampa y de no dejarse coger. La respuesta del Señor es la que se merecen unos preguntadores hipócritas y malintencionados. En consecuencia, si queremos saber qué relación debe existir entre la fe cristiana y el orden político, en lugar de acudir a este texto, tenemos que contemplar la vida entera del Señor, sus actitudes, gestos y sentimientos
La interpretación que en muchas, la mayoría, de las ocasiones se hace de este texto y muy especialmente de “Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” es una interpretación incorrecta pues es la que lleva a decir que la Iglesia no debería “meterse en política”, sino solamente ocuparse del culto, y así se afirma que la fe y el orden político y social son dos mudos independientes :la fe se ocuparía de lo celestial, digamos así y el orden político y social de lo terreno; la fe tendría que ver con el hombre en su dimensión privada; el orden político y social con la pública. Serían así dos órdenes cerrados sobre sí mismos y sin apenas conexión.
Esta interpretación es incorrecta, podríamos decir también falsa, porque dar a Dios lo que es Dios es más que el culto, es preocuparse por todo lo que preocupa al hombre, que es hijo de Dios. Es trabajar por la construcción del Reino de Dios aquí y ahora, lo que para el cristiano le conlleva un compromiso de lucha de por la vida, la justicia…
Hemos de dar una interpretación correcta y a la hora de ello no hemos de olvidar que la fe cristiana no se identifica con el orden temporal, pero tampoco puede separarse de él, porque lo que está en juego es el hombre en su dignidad personal como imagen de Dios y redimido por Cristo, con sus derechos inviolables. No podemos, pues, dividir al hombre en dos esferas: la privada (competencia de la fe) y la pública (competencia del orden sociopolítico), pues la fe cristiana implica una actitud a favor del hombre en su integridad; y por eso, en nombre de la fe, se puede y se debe actuar en defensa del hombre, y con ello se entra ya en el terreno de lo temporal. El que una sociedad sea justa o injusta, el que sus leyes respeten o no al hombre; el que las relaciones humanas sean más fraternas, que se fomente la verdad o la mentira, que se trabaje o no por el bien, etc. no nos debe dejar indiferentes como creyentes pues cada vez que se ofende y se desprecia a un hombre se ofende y se desprecia a Dios. Así nos lo enseñó el Señor y así lo vivió Él. Y es tarea nuestra, con ayuda de su gracia, imitarle como creyentes y como Iglesia.
Hemos de superar el falso concepto de que la política es para los políticos, de que nosotros no tenemos nada que ver en este campo. La Doctrina Social de la Iglesia nos pide a los creyentes estar y dar testimonio en los diversos ámbitos de la vida social y aportar la luz del Evangelio ante los diversos problemas existentes en nuestro mundo, trabajando por la dignidad de todos los hombres.
Hermanos y Amigos, por lo dicho, el pretender que la Iglesia, que los creyentes, permanezca en la sacristía, el pretender que la fe sea algo que pertenezca al ámbito privado de la persona, que nos hagamos los sordos, ciegos y mudos ante los problemas morales y humanos de nuestro tiempo es quitar a Dios lo que es de Dios. Y aquí podemos, y conviene, recordemos unas palabras del Papa Benedicto XVI: <<La tolerancia que sólo admite a Dios como opinión privada, pero que le niega el dominio público (…) no es tolerancia, sino hipocresía>>
Nada es más de Dios que la vida de sus hijos. Un autor anónimo escribió: <<La imagen de Dios no está impresa en el oro, sino en el género humano. La moneda del César es oro, la de Dios es la humanidad… El César, en efecto, ha impreso su imagen en cada moneda, pero Dios ha escogido al hombre, que Él ha creado, para reflejar su gloria>>
Hermanos y Amigos, hemos de ser buenos ciudadanos, pues nuestra condición de creyentes nos ha de comprometer aun más si cabe, a implicarnos en nuestra sociedad púes estamos llamados a ser luz y ser sal en medio del mundo y por ello los derechos y deberes que como ciudadanos tenemos hemos de vivirlos con coherencia con los valores del Evangelio, y tener la vivencia como aportación y visibilización del bien común .
Y, Hermanos y Amigos, estamos en el Domingo del DOMUND. La celebración de esta Jornada del Domund nos ayuda a entrar en uno de los espacios más originales y auténticos de la Iglesia, y en una de sus tareas más fundamentales: La tarea misionera. Este es un ámbito donde predomina la dinámica de la entrega. No es posible la misión sin darse, fiándose completamente de Dios. Aquí se pone de manifiesto la identidad del verdadero misionero: “Corazones fervientes, pies en camino” como dice el lema de este año, que antes ya mencioné.
Los misioneros a través de su entrega y testimonio cultivan la esperanza y la ofrecen al mundo. Y entregando la vida por Cristo y el anuncio del Evangelio son para cada Comunidad Cristiana un regalo y estímulo.
Este Día del DOMUND que en este domingo celebramos nos urge a todos a ser misioneros, a anunciar a Jesús en nuestro mundo, a seguir siendo testigos del Resucitado a tiempo y a destiempo.
Comuniquemos con nuestro testimonio la Buena Noticia a todos. Y no olvidemos que Dios es el principio y fundamento de nuestra existencia, El es nuestro único Señor, hacia Él caminamos como peregrinos en este mundo.
¡Feliz Domingo!
Adolfo Álvarez. Sacerdote