TESTIMONIAR A CRISTO,”TU ERES EL MESIAS”, EN LA COMUNION CON LA IGLESIA A TRAVES DEL PAPA
Continuamos avanzando en la Escuela del Señor a través del Evangelista San Mateo y seguimos pidiendo al Espíritu Santo nos ayude a conocer internamente a Cristo para más amarlo y mejor seguirlo.
Este Tiempo Ordinario que estamos celebrando, en el que estamos, es una oportunidad de gracia para este conocimiento experiencial de Cristo, para una profundización vivencial del Misterio de Cristo a fin de que nuestra vida cristiana sea renovada y fortalecida en la fe en Cristo, nuestro Salvador. Este Tiempo Ordinario es un tiempo donde hemos de dejar que el Misterio de Cristo nos vaya calando cada día más de manera que vayamos teniendo los sentimientos y actitudes del Señor en los momentos en nuestro actuar día a día.
Hoy, en este domingo, se nos invita a contemplar y reflexionar sobre: Quién es Jesucristo para mí y sobre la Iglesia, fundada sobre la roca de Pedro.
Se nos habla hoy de Fe y seguimiento. El domingo pasado contemplábamos como la fe de aquella mujer sirofenicia obraba el milagro por parte de Jesús. En este domingo la profesión de fe de Pedro: <<Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo>>, pone en marcha a la Iglesia.
El Evangelista San Mateo expresa la centralidad de Cristo en la llamada y es Cristo quien constituye el Pueblo de la Nueva Alianza, la Iglesia, y es Cristo quien envía.
Conocer a Cristo lo es todo para el discípulo, ha de ser todo para cada uno de nosotros. Solo quien tiene conocimiento de Jesús podrá ser después apóstol suyo, testigo de su presencia en medio del mundo. Sí no le conocemos suficientemente, ¿ cómo le vamos a amar y dar a conocer? De ahí la petición “Conocimiento interno del Señor, para mas amarlo y mejor seguirlo” (Libro de los Ejercicios de San Ignacio).
Jesús, en un momento significativo de su ministerio, al acabar su estancia en Galilea y se dispone a subir a Jerusalén, plantea una doble pregunta a sus discípulos. La primera pregunta es sobre lo que “la gente” opina sobre Él. La respuesta es diversa: Juan el Bautista, Elías, Jeremías o algún otro profeta. Traducido al lenguaje de hoy: para unos un revolucionario, para otros un buen hombre, otros dirían un personaje histórico…
La segunda pregunta es para ellos: “y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16, 15). Sin duda que por las mentes de sus discípulos debieron pasar algunos de los acontecimientos extraordinarios que habían presenciado; como también la imagen del Maestro que predicaba una doctrina nueva, una manera nueva de actuar. Será Pedro quien, sin darse cuenta del alcance de sus palabras, responderá: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16,16). Jesús lo alaba por lo acertado de su respuesta y, al mismo tiempo le revela quién se la ha dictado: ¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16,17). Sin duda alguna que a Pedro le había bastado el amor apasionado por el Maestro para expresárselo con aquellas palabras, aunque sin comprender el hondo misterio que contenía la respuesta que había dado. Tanto él como los demás apóstoles tendrán que esperar a verlo Resucitado y reciban el Espíritu Santo en Pentecostés para darse cuenta del profundo y pleno significado de aquella confesión de Pedro.
Esta pregunta hoy el Señor nos la hace a cada uno de nosotros ¿… y vosotros…? … y tú ¿quién dices que soy yo? Lo importante es la respuesta personal. La respuesta de los otros no quita que soy yo quien ha de responder de verdad. Y es que, hermanos y amigos, corremos el peligro de usar a los demás como excusa para no responder nosotros; por eso a veces decimos “es que la gente…» ,Excusas. Hoy de verdad preguntémonos: para mi, ¿Quién es Jesús?, o mejor dejémonos preguntar por Jesús, ¿Quién soy Yo para ti?
Como los discípulos, tenemos que definirnos y tomar partido. No se trata de responder según los libros o según los conocimientos que tenemos desde pequeños. Claro que todos sabemos muchas cosas sobre Jesús. Pero hay afirmaciones que de tanto repetirlas ya no nos dicen nada. Más allá de formular exactamente nuestras convicciones teológicas, de lo que se trata es de que de que lleguen a influir y configurar nuestra vida, de lo que se trata es de responder al mismo tiempo: en mi vida, ¿qué papel juega Jesús? Mi vida tiene que estar afectada por Jesús.
Efectivamente, Jesús, para nosotros no es una doctrina, sino una Persona que vive y que nos interpela y que da sentido pleno a nuestra vida. Por eso aquí creo que nos viene muy bien recordar unas palabras del Papa Benedicto XVI que recoge también el Papa Francisco y nunca se nos pueden olvidar: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un Acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Benedicto XVI, Carta encíclica Dios es amor)
Por ello podemos hacernos estas dos preguntas: ¿Se puede decir que creemos en Él de tal modo que aceptamos para nuestra vida su estilo y su mentalidad? O ¿venimos a creer en un Jesús a quien hemos “fabricado” a nuestra imagen y semejanza? A este propósito, decía San Agustín a sus fieles cristianos: “Una cosa es creer en la existencia de Cristo y otra bien diferente es creer en Cristo. La existencia de Cristo también la creyeron los demonios, pero éstos no creyeron en Cristo. Por tanto, sólo cree en Cristo quien espera en Cristo y ama a Cristo. Porque, si uno tiene una fe sin esperanza y amor cree que Cristo existe, pero no cree en Cristo. Ahora bien, quien cree en Cristo viene a Él y en cierto modo se une a Él y queda hecho miembro suyo; lo cual no es posible si a la fe no se le junta la esperanza y la caridad” (Sermón 144, 2).
Muchas de las oraciones y plegarias que rezamos en la Liturgia, al celebrar el Misterio de nuestra fe, terminan con la frase: “Por Cristo nuestro Señor”. Pero ¿es realmente Jesús el Señor de mi corazón? ¿Es a Él a quien tengo de verdad como punto de referencia? ¿Son los puntos de vista de Jesús mi referente en mi vida?
Aquí, hoy, podríamos poner encima de la mesa del altar las cartas de la verdad o de la falsedad de nuestro creer. En nuestras conversaciones ¿cuántas veces hablamos de Dios? Con los amigos ¿cuando planteamos seriamente nuestra vida cristiana o el hecho de ser católicos y cristianos? Porque, en definitiva, de lo que abunda en el corazón se expresa en los labios.
Hermanos y Amigos, ser cristiano no es cumplir con un conjunto de normas y preceptos, sino ser testigos del Señor, vivir desde Él, como acabamos de ver en nuestra reflexión y para ello hoy urge que se reavive nuestra experiencia de Jesús, necesitamos un trato directo, personal y de intimidad con Él. Y para ello es necesario la oración, que dirá Santa Teresa: “trato de amistad con Aquel sabemos nos ama”, es necesario escuchar y contemplar su Palabra, es necesario el participar en los Sacramentos, muy especialmente la Eucaristía y la Reconciliación, es necesario vivir y celebrar el Domingo (no olvidemos que pertenece a la identidad cristiana desde los inicios de la Iglesia) Y ello nos ha de llevar la necesidad de vivir el Mandato Nuevo del Amor viviendo la preocupación por los demás, especialmente los más necesitados. Sólo con una amistad, ya sabemos que con luces y sombras porque somos pecadores, que quiere ser intensa podemos hoy ser testigos de Cristo y anunciarlo sin miedo alguno. Y a esto estamos llamados, ¡a la Amistad con Cristo!
Hermanos y Amigos, cuando nos encontramos con Jesús, cuando vivimos desde Él encontramos la roca firme sobre la que ir edificando nuestro itinerario por este mundo. En Cristo encontramos orientación para nuestra existencia. Jesús nos ofrece una identidad nueva y una tarea que realizar entre las personas.
Después de la confesión de fe, así lo hizo con Pedro: “<<Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia>>” A Simón le cambia el nombre y le encomienda la tarea de ser cimiento de la Iglesia, pastor de su rebaño.
Y aquí somos invitados a contemplar la Iglesia, desde la unidad en Pedro, que hoy continua en el Sucesor de Pedro, el Papa. El Concilio Vaticano II nos recuerda que toda la Iglesia es sacramento visible de unidad y de salvación, así aparece en Lumen gentium nº 1. La figura de Pedro, hoy de su Sucesor, garantiza la unidad visible de la Iglesia. La Iglesia nace de Cristo, Cristo le confía su misión. La Iglesia tiene que ser como Cristo quiso y en el querer de Cristo está la figura de su Vicario visible: el Papa.
Hermanos y Amigos, hoy somos invitados a considerar al Papa como un ministerio querido por el mismo Cristo y, por tanto, a mirarlo con los ojos de la fe. El Papa ha recibido el encargo de asegurar el servicio de la fe, de la caridad, de la unidad, de la misión evangelizadora. Vivir la comunión con el Papa, no es simplemente estar de acuerdo con ideas sin más, que unas me gustan otras no me gustan, no, vivir en comunión con el Papa es vivir en Comunión con la Iglesia entera, que tiene en el Sucesor de Pedro a quien ha recibido la misión de confirmar a los hermanos en la fe, la fe en Cristo. Por otra parte, la comunidad cristiana no es del Papa, sino que es de Cristo, como lo deja bien claro la expresión edificaré mi iglesia; y aunque los demás obispos son también sucesores de los Apóstoles, es el Papa quien más explícitamente ha recibido la misión de animar, unir, confirmar a la comunidad de Cristo que, además de una, santa y católica es también apostólica, pero todos nosotros somos sus colaboradores. Veamos, pues, lo lejos que están de ser cristianos quienes se expresan en estos términos: ¡Creo en Cristo, pero no en el Papa ni en la Iglesia!
En la celebración de la Eucaristía nos encontramos siempre con el nombre del Papa y del Obispo de la propia Diócesis; expresamos así nuestra unión con ellos y pedimos al Señor que los “confirme en la fe y en la caridad”. Este recuerdo en el corazón de la Plegaria Eucarística debería traducirse en una actitud de comunión en la vida, en la respuesta a su magisterio y en la visión de fe de su papel en la Iglesia.
Hermanos y Amigos, que el Espíritu Santo nos ayude a conocer más a Cristo, a tener experiencia viva de Él y también nos ayude a vivir la comunión en la Iglesia de la formamos parte bajo el fundamento y la unidad en Pedro y sus Sucesores.
Adolfo Álvarez. Sacerdote