DOMINGO DE RAMOS EN LA PASION DEL SEÑOR
ACOMPAÑEMOS A CRISTO EN SU CAMINO HACIA LA PASCUA
Este domingo de Ramos en la Pasión del Señor es el último domingo del tiempo Cuaresmal y nos introduce en la Semana Santa, en los días más importantes del año para los cristianos en los que conmemoramos y actualizamos el Misterio de nuestra Redención: la Pasión, Muerte, Sepultura y Resurrección de Cristo.
Es este Domingo de Ramos la puerta de entrada a la Semana en la que rememoramos los gestos y palabras de Jesús en su acto definitivo de dar su vida para darnos la Vida. En este día conmemoramos dos hechos de la vida de Jesús: su entrada triunfal en Jerusalén, anticipo de la entrada victoriosa en la gloria de la Resurrección, y los acontecimientos que le llevaron a la muerte de Cruz por la salvación del género humano. La Pasión de San Mateo que hoy escuchamos y oramos nos invita a la contemplación del Señor humillado y crucificado por nuestra Salvación.
Tenemos una semana entera para contemplar a Jesús, para adentrarnos en este Gran Misterio de Amor por nosotros que es su Pasión, Muerte, Sepultura y Resurrección. El jueves lo contemplaremos instituyendo el Sacramento de la Eucaristía, donde Él se queda con nosotros para siempre, y dándonos el Mandato del Amor. El viernes lo contemplaremos muriendo en la Cruz por nosotros. El sábado lo contemplaremos en el sepulcro, en silencio. Y el sábado por la noche, iniciando el Domingo de Pascua, con la Gran Vigilia Pascual, contemplaremos que sale victorioso del sepulcro rompiendo las ataduras de la muerte y viviremos el gran domingo de Pascua en la alegría de que Jesús vive para siempre.
Ha llegado “la hora” tan deseada y temida por Jesús, el momento de las grandes decisiones. En esta hora, Jesús entra en Jerusalén, culminando su larga marcha en la ciudad escogida –santa-, pero que “mata a los profetas”. Ha llegado la hora, sí. Jesús se dispone a entrar en la espesura del dolor, en su pasión amarga; pero también entrará en la espesura del amor, en su exaltación gloriosa.
La Conmemoración de la entrada de Jesús en Jerusalén, con la que hoy hemos comenzado la Celebración es, a la vez, el presagio o la profecía del triunfo real de Cristo y el anuncio de su dolorosa pasión.Con el gesto de portar en nuestras manos los ramos y palmas benditos y aclamar así a Cristo, estamos poniendo de relieve el signo del compromiso adquirido en el bautismo de ser testigos de Cristo siguiendo sus huellas. Aclamamos al Señor con nuestros labios, con nuestros ramos y palmas y hemos de interiormente aclamarle dejándole que reine en nuestros corazones, en nuestras vidas y que esta aclamación se manifieste en nuestro vivir de cada día a través de nuestro obrar poniendo de relieva y dando de testimonio de Cristo como la razón más profunda de nuestra existencia humana y cristiana.
Y en este Domingo contemplamos la Pasión del Señor, no olvidemos la denominación de este día: Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Y en este año contemplamos la Pasión de San Mateo. Esta narración de San Mateo tiene dos características propias: una que el texto tiene una gran fuerza expresiva, nos va narrando con una gran fuerza a manera de representación. Y una segunda característica es que San Mateo presenta la muerte de Jesús como un gran acto de solidaridad. Y en esta narración aparecen cuatro detalles que son exclusivos de esta narración de San Mateo: la muerte de Judas, el gesto de Pilato de lavarse las manos; la preocupación de la mujer de Pilato sobre la inocencia de Jesús; y la presencia de soldados haciendo guardia ante la tumba del Señor sepultado.
La Pasión y la muerte de Jesús nos introducen en la contemplación de un Dios que es amor. Por amor, vino a nuestro encuentro, asumió nuestras limitaciones y fragilidades. Por amor se entrega a la muerte por nosotros. La Pasión es la locura de amor de Dios por el ser humano.
Al ponernos ante la Pasión de Cristo en la cruz hemos de contemplar los sufrimientos de la humanidad y también la causa de esos sufrimientos, que no es otra que el pecado. Nos encontramos ante un drama, drama del amor de Dios por cada uno de nosotros. Aquí nos encontramos ante Cristo que nos revela cómo es su amor por nosotros:
– Es un amor traicionado: Judas le vende por unas monedas, Pedro que tanto le dijo que no separaría de él y le va a negar, y aquellos que habían visto sus milagros y experimentado su misericordia, le gritan “crucifícalo”.
–Es un amor maltratado. San Mateo nos relata que Jesús es abofeteado, escupido, se burlan de Él.
– Es un amor humillado; Jesús ve cómo prefieren antes a un homicida que a Él. El Papa Francisco nos dice: “ La humildad de Cristo se nos muestra con toda claridad en las humillaciones que soportó con absoluta mansedumbre, movido por su amor a nosotros”
– Es un amor hasta el extremo. Se da hasta muerte. Su amor nos habla de entrega, de la verdadera libertad.
La contemplación de la Pasión del Señor nos llenará de fortaleza para crecer en la fe y el testimonio cristiano. Contemplar a Cristo en la Cruz hará que no nos desalentemos ante las derrotas ni nos envanezcamos por las victorias. Busquemos con todo el corazón al Señor, y adentrémonos en tan gran misterio de amor nosotros, y que ello nos lleve a la madurez cristiana. Nuestra madurez cristiana nos ha de animar, sostenidos por la fe, a reproducir en nuestra vida las actitudes de Cristo, especialmente a ser humildes y obedientes a la voluntad del Padre.
Hermanos y amigos, la contemplación de los Misterios de la Pasión y Muerte del Señor nos han de llenar de fortaleza para crecer en la fe y en el testimonio cristiano, hoy tan necesario. La contemplación de Cristo en la cruz hará que no nos desalentemos antes las derrotas y dificultades ni nos envanezcamos por las victorias. La única victoria es la fidelidad a la misión que hemos recibido del Padre, y esa misión es la de ser testigos del amor de Dios para con todos los hombres. Por eso hemos de buscar al Señor con todo el corazón, hemos de pedirle que nos ayude con su Espíritu a tener los sentimientos y las actitudes del Corazón de Cristo y que el Misterio de su Cruz gloriosa se convierta para todos nosotros en el gran don y en el gran signo de la madurez cristiana.
En la Cruz de Cristo están nuestras propias cruces y todas las cruces del mundo, también este momento de dolor y sufrimiento por el que estamos pasando, porque Cristo con su pasión y muerte asume todo el dolor y sufrimiento de la humanidad. Aquí está sin duda la prueba suprema del Amor que Dios tiene a todo ser humano. Por ello las celebraciones de estos días, la contemplación de los Misterios centrales de nuestra fe en cada una de las Celebraciones Litúrgicas de estos días y muy especialmente del Triduo Pascual, nos quieren hacer descubrir, que en medio de tanta oscuridad, de tanto sufrimiento, hay luz.
Hermanos y Amigos La Pasión de Cristo, el Misterio Pascual, que se actualizara para nosotros estos días, ilumina nuestras vidas e ilumina los momentos de nuestra historia, momentos tan convulsos, historia tan llena de pasiones, tan llena de dolores, tan llena de cruz. La Pasión de Cristo nos dice hoy que el dolor, el sufrimiento y la muerte, no van a tener la última palabra. Y por ello Cristo hoy nos pregunta a ti y a mí, a cada uno de nosotros: ¿Crees que he venido y he sufrido para darte vida?.
Hermanos y Amigos, dejemos que la Cruz del Señor penetre en nuestras vidas y nos renueve y nos purifique de todo pecado y nos capacite para amar al estilo de Jesús. Vivamos estos días con autenticidad, y que las Celebraciones Litúrgicas y nuestros momentos de oración personal, nos sirvan para renovar y enraizar nuestra vida en Cristo, teniendo de nuevo una experiencia de encuentro con El que es “el mismo ayer, hoy y siempre” (Carta a los Hebreos) Que contemplando la Pasión de Cristo, adentrándonos en el conocimiento interno del Señor que va la muerte por nosotros, para el perdón de nuestros pecados, podamos legar a la confesión de fe del centurión: “Realmente este hombre era hijo de Dios”.
Hermanos y Amigos, que la Virgen María, nuestra Madre, tan estrechamente unida a la Pasión de su Hijo, nos ayude a vivir este Misterio tan grande del amor de Dios por nosotros. De la mano de la Virgen recorramos el Camino de la Cruz a la Resurrección y por medio de Ella, con la fuerza del Espíritu Santo, Dios nos conceda, la gracia de vivir con hondura estos días santos.
Recemos unos por otros, que tengamos una Semana Santa muy provechosa, una experiencia profunda de fe que nos haga proclamar con un corazón nuevo que Jesús es el Señor, Vida y Resurrección.
Adolfo Álvarez. Sacerdote