JESUCRISTO, LUZ DEL MUNDO
DEJEMONOS ILUMINAR POR ÉL E IRRADIEMOS SU LUZ
Nos vamos acercando a la Pascua y la luz de Cristo va a vencer la oscuridad, el pecado y la muerte. Y llegamos al domingo IV de Cuaresma.
Los domingos tercero, cuarto y quinto de cuaresma de este año tienen un contenido bautismal: El domingo pasado, domingo tercer de cuaresma contemplábamos, través del texto del encuentro de Jesús con la Samaritana, a Jesucristo como el agua viva; en este domingo, a través del pasaje de la curación del ciego de nacimiento, Jesucristo se presenta como la Luz; el último domingo de cuaresma, a través del pasaje de la resurrección de Lázaro, Jesucristo aparecerá como la Vida.
Se nos invita en estos domingos a ahondar en el significado profundo de nuestro bautismo, pues renovaremos las promesas bautismales, y se nos hace una llamada a vivir este significado en nuestra vida de cada día: El agua, que quita el pecado original; la Luz, que es la presencia de Cristo, y que se llevan los padres: “a vosotros padres y padrinos se os confía acrecentar esta luz” – les dice el sacerdote cuando les da una vela encendida del cirio pascual -; la Vida Nueva que comunica el sacramento: la vida divina, el ser hijos de Dios.
Vivir el sacramento del bautismo es vivir el encuentro transformante con la persona de Jesucristo y dar testimonio de él en todos los momentos y circunstancias de nuestra vida.
Hoy en este camino hacia la cumbre Pascual la liturgia de la Iglesia nos invita a la alegría, en este domingo Laetare. Alegría porque se percibe en el horizonte la Celebración del Misterio más grande de nuestra fe, el Misterio de Luz y de vida desbordante: la Resurrección de Jesucristo.
Ahondando en nuestro bautismo la liturgia de hoy continúa con una segunda gran catequesis bautismal (la primera fue el domingo pasado con el Evangelio de Jesús y la Samaritana), preparación para la Noche Solemne de la Pascua donde los que ya estamos bautizados renovaremos las Promesas bautismales, renovaremos nuestra adhesión a Jesucristo y viviremos experimentándolo en nuestra propia vida la victoria de la luz sobre las tinieblas, cumpliéndoseasí la afirmación rotunda del Señor en el evangelio: “Para un juicio ha venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven se queden ciegos”.
Dos invitaciones se nos hacen a través de la Palabra de Dios en este Domingo:
1) A la alegría, como mencioné al comienzo de esta reflexión. El Señor hoy nos dice: “Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamareis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos”(Antífona de entrada de la Misa de hoy). Y es que el Misterio Pascual que vamos a celebrar nos tiene que transformar la vida, nos tiene que convertir en hombres y mujeres de esperanza, que se sienten iluminados por la Luz de Cristo, en hombres y mujeres que caminamos según esa Luz viviendo la alegría del Evangelio.
2) A cambiar la mirada. Nosotros como cristianos, discípulos y testigos de Cristo, no podemos tener una mirada como los fariseos, llena de prejuicios, acusadora y llena de desprecio. Nuestra mirada tiene que ser como la de Jesús, una mirada que va a lo profundo, que ve lo bueno que hay en el corazón de cada hombre, mostrando así la ternura y la misericordia de Dios para con todos, y hoy especialmente para con todos los que viven en la oscuridad.
El Evangelio de este domingo el ciego nos representa a todos. La humanidad vive en la oscuridad y la búsqueda, cada uno de nosotros vive así. Y Jesús se muestra, se nos muestra, como Don de Dios que ilumina nuestro camino. Él nos revela el Misterio de Dios, Amor y Vida, que nos atrae hacia Él y nos descubre el verdadero sentido de nuestra vida.
Jesús se encuentra con este ciego y se acerca a él para que se manifieste la gran obra del Padre, la creación. Y actúa para poner de manifiesto la nueva creación que Él nos trae. Así Jesús se acerca al hombre viejo, al que representa el ciego de nacimiento y, haciendo barro, que nos evoca la creación del hombre, se lo puso en los ojos. Y así es remodelado y llevado a la luz de Dios. Desde momento que se lava y ve, el que había sido ciego, comenzará un recorrido, con muchas trabas y dificultades, hasta afirmar su fe en el que es la Luz del mundo.
También nosotros nos vemos necesitados de luz, de la luz de Cristo, porque son muchas las situaciones en las que nos domina nuestra ceguera, nuestra obcecación, la cabezonería, la terquedad… En nuestra vida de creyentes muchas veces reducimos la vida de la fe a cumplimiento de normas y leyes, pero no amor, no el amor inmenso de Dios, también transmitimos, y recibimos primero, nuestras tradiciones, pero sin el espíritu que las anima… hasta el punto de que a una buena parte de los denominados cristianos han dejado a un lado la relación personal con Jesús, en la que se modela y perfila la personalidad humana y cristiana; han dejado a un lado los sacramentos, en los que uno se encuentra con la comunidad, con la Iglesia y crece, desde la gracia, en la relación con Dios; han dejado a un lado el compromiso, desde la fe en Cristo, en el que uno expresa y concreta lo que cree y lo que celebra…
Hermanos y Amigos, todos nosotros, en mayor o menor medida, atravesamos situaciones de oscuridad, de falta de luz, de dudas, de búsqueda. ¿Nos damos cuenta de ello? ¿Nos preguntamos: ¿cuáles son mis cegueras? .
La respuesta es Dios, es Cristo Jesús, nuestro Salvador, que disipa nuestras tinieblas y nos conduce a la luz de la Salvación. Pero hay ciegos y ciegos. Hay ciegos que no pueden ver y hay ciegos que no quieren ver y que ni siquiera toleran que otros vean. Y ante todos aparece Jesús como la Luz del mundo. A los primeros, si humildemente se acercan a Él, Jesús les da la vista y la fe; a los segundos los desenmascara. Hemos cada uno de nosotros de preguntarnos: ¿En que grupo de ciegos estamos cada uno de nosotros? ¿Quiero dejarme iluminar por Cristo?
Hermanos y Amigos, todos nosotros hemos tenido, en nuestro bautismo, un primer encuentro transformador con Cristo, Luz del mundo. Aquel día, ÉL se hizo presente en nuestra vida para iluminarnos con su luz, para darnos su fuerza, para regalarnos su Espíritu que nos empuja a dar testimonio. Ahora en este Camino Cuaresmal Cristo nos sale de nuevo al paso para mostrarnos su misericordia, para iluminar con su luz las tinieblas del pecado que van oscureciendo nuestra fe. No cerremos los ojos a esta luz, dejemos que el Señor unte con el barro de su amor y misericordia nuestros ojos e ilumine y transforme nuestro corazón para que esta Pascua deje huella en nuestra vida. Dejemos que el Señor nos pregunte “¿Crees tú en el Hijo del hombre?”. Que podamos decir desde lo más profundo del corazón sintiéndonos iluminados por Cristo, “Creo, Señor”
Y que esta huella de la luz de Cristo, esta confesión “creo, Señor”, nos haga no sólo no ser ciegos, sino nos haga brillar, ser luz del mundo reflejando, manifestando, a los demás en nuestra vida de cada día, la Luz del que nos ha salvado y nos ha destinado a participar de su Luz maravillosa. Tenemos que ser luz para otros con nuestra palabra y nuestra vida, aunque haya ocasiones que tengamos que atravesar dificultades por ello, miremos el ejemplo de los mártires y sintámonos estimulados por ellos.
Hermanos y Amigos, y algo importante: la Pascua está cerca y el Señor, Luz para nuestra vida, quiere comunicarnos toda la alegría de la Resurrección. Jesucristo nos da su medicina, el barro de su Gracia, pero necesita nuestra colaboración: “ve a lavarte”, nos dice Jesús hoy a cada uno de nosotros. Nos invita ahora a lavarnos en las aguas purificadoras del Sacramento de la Penitencia o Reconciliación. Aquí encontraremos la luz y la alegría, y realizaremos la mejor preparación para la Pascua. Preparémonos para celebrar, y celebremos, éste mil veces Bendito Sacramento de la Reconciliación y así experimentar de nuevo a Cristo que nos llena de su Luz, que nos cura y salva. Y así reflejar la luz del que nos salva y nos ha destinado a participar de su Luz maravillosa
Que María, la Estrella de la mañana, la que dio a luz al que es nuestra Luz, nos lleve y nos muestre a Jesús y nos ilumine con la claridad de su presencia para hacernos como Ella, reflejos puros de la Luz de Dios.
Adolfo Álvarez. Sacerdote