EN CAMINO HACIA LA PASCUA, CON CRISTO VENCER LA TENTACION
Con el rito penitencial de la imposición de la ceniza el miércoles pasado, la Iglesia nos puso en camino hacia el encuentro con Cristo en la Pascua, dando muerte al pecado para resucitar místicamente con Él. Toda la Cuaresma es un camino que tiene su momento culminante en la VIGILIA PASCUAL, la celebración más importante de todo el Año Litúrgico. Los cristianos acompañamos a Jesús al desierto, lugar de ayuno y tentación, para fortalecernos y renovar, en la Noche Santa de Pascua, las promesas de nuestro bautismo.
En este domingo se inicia el conocimiento de Jesús con el misterio de las tentaciones a las que el diablo lo sometió para “apártalo del camino de la cruz” como afirmará el Papa Francisco, que es el camino de todo bautizado, el camino de cada uno de nosotros. Así el Señor nos enseña a “sofocar la fuerza del pecado”(prefacio del primer domingo de Cuaresma).
Este primer domingo de Cuaresma nos ofrece las claves cristianas para que todo el itinerario a recorrer durante los cuarenta días de Cuaresma ponga en forma en cada uno de nosotros el “hombre nuevo” en la medida de Cristo resucitado, dejando atrás el pecado y todo el lastre que nos impida vivir en la gracia bautismal, la novedad de hijos de Dios. Por ello hoy la Iglesia suplica en la Oración la Gracia para “progresar en el conocimiento del misterio de Cristo y conseguir sus frutos con una conducta digna”. La tentación no vencida por Adán y Eva en el Jardín del Edén (Génesis 2,7-9; 3,1-7) y la victoria de Cristo sobre el diablo que le tentó en el desierto, “después de ayunar cuarenta días con sus noches” (Mateo 4, 1-11) nos están enseñando que por la obediencia, el ayuno y la oración podremos vencer todo obstáculo que nos impida ser y vivir como verdaderos hijos de Dios.
En este domingo la Liturgia subraya la actitud de Cristo que vive solo de la Palabra de Dios abandonándose completamente en las manos del Padre. ¡Toda una enseñanza para nosotros!
Que la vida, la vida de cada uno de nosotros, está envuelta en pruebas, dificultades, tentaciones lo vemos y si no lo queremos reconocer pobres de nosotros. Todos en mayor o menor medida, todos somos tentados. San Agustín comentando el salmo 60 lo constata diciendo: “Nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones…nadie se conoce a sí mismo si no es tentado , ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones”. Hemos de reconocer nuestra debilidad. La mayoría de los problemas nos vienen por la autosuficiencia, por la soberbia, por creernos dioses.
Las tentaciones de Jesús que hoy contemplamos en el Evangelio son las mismas de todo hombre: las tentaciones del tener, del poder y las de la gloria. Son las tentaciones de la autosuficiencia, las tentaciones de querer manipular a Dios, ya que pretendemos que Dios haga lo que nosotros queremos en lugar de nosotros cumplir la voluntad de Dios. Son las tentaciones de la trivialización, de la superficialidad, del placer, de la falta de espiritualidad, las tentaciones del activismo, de la idolatría. Las tentaciones de Jesús nos resumen las grandes tentaciones del hombre con relación a sí mismo, con relación a los demás y con relación a Dios. Las tres tentaciones intentan apartar a Jesús del plan de Redención. Buscan que se aparte del querer de Dios presentándole salvaciones alternativas1) “Di que estas piedras se conviertan en panes. El Señor te hace una pregunta: ¿Qué necesidades tienes dentro de ti? ¿En qué pones tu confianza?2) “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos “¿Qué relación tienes con Dios? ¿Le buscas y te dejas encontrar por Él o le utilizas? 3) “Todo esto te daré, si te postras y me adoras”¿Cómo es tu relación con los demás y con la creación? ¿Es una relación de dominio o de servicio?.
Hermanos y Amigos, este primer domingo del Itinerario Cuaresmal subraya nuestra condición humana en esta tierra, Desde la batalla victoriosa de Cristo contra las tentaciones se nos llama a tomar conciencia de nuestra fragilidad y se nos invita a pararnos y descubrir o tomar una mayor conciencia, lo que no nos deja ser hijos de Dios, lo que nos impide o torpedea nuestro vivir realmente el ser hijos de Dios. Porque hay veces que las tentaciones son muy sutiles y no las vemos y entonces lo que hacemos y vivimos nos parece perfecto.
Jesús para vencer la tentación pone en el centro la voluntad de Dios. Allí donde Adán puso su propia voluntad, Jesús sitúa la voluntad del Padre. De esta manera Jesús cambia radicalmente la respuesta a la tentación. Jesús pone en centro la voluntad de Dios y así el tiempo de tentación, de desierto, de dificultad, de desánimo, de soledad, se convierte en tiempo de gracia y de Buena noticia. La Iglesia nos invita a contemplar a Jesús que vence al tentador para recordarnos que en Él, unidos a Él podemos también nosotros salir vencedores.
Hermanos y Amigos, nosotros para vencer la tentación somos llamados a la conversión, a dejarnos cambiar el corazón por el Señor con la ayuda de la fuerza del Espíritu Santo, que viene en ayuda de nuestra debilidad. Somos llamados, en definitiva, a que Dios sea el centro de nuestra vida. Para ello contamos con los medios que se nos recordaban el miércoles de ceniza: la Oración, la limosna y el ayuno. Hemos de dedicar más tiempo al Señor, escuchando y meditando más su Palabra, orando más para más conocer al Señor y más estrechar nuestra amistad con Él, hemos de atender en caridad las necesidades del prójimo, hemos de ayunar, liberándonos de todo aquello que nos impide verdaderamente vivir el amor a Dios y al prójimo.
Abrámosle al Señor nuestro corazón y pidámosle con humildad: “No nos dejes caer en la tentación”. Hemos sido creados para Dios y experimentamos la impotencia por nuestra fragilidad, pero Jesús viene en nuestra ayuda y nos ofrece su amor.
¡Que nada nos aparte de Él! ¡Salgamos fortalecidos de las pruebas! Apoyados en la Palabra de Dios y fortalecidos por la Eucaristía, “Pan de vida”, lleguemos renovados a la cumbre de la Pascua y pasemos realmente de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios, la vida nueva de Cristo.
Adolfo Álvarez. Sacerdote