ADVIENTO,
UNA LLAMADA A LA ESPERANZA Y A LA CONVERSION
Vamos avanzando en el Tiempo de Adviento y llegamos al II Domingo donde de la mano de Isaías y Juan Bautista se nos llama a la esperanza y a la conversión.
El Tiempo de Adviento nos llama a preparar los caminos al Señor. Y prepararlos con esperanza. El Adviento nos hace ver que hemos de reavivar la esperanza en medio de un mundo donde parece que no se invita a ella y donde en muchas ocasiones las esperanzas que se anuncian son de muy corto alcance y se acaban rápidamente. El Adviento nos ayuda a descubrir y a vivir con la esperanza cierta de que es Dios quien hará que la vida humana, la vida de cada uno de nosotros, sea plena de felicidad y de paz para todos, así nos lo anuncia Isaías: “brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz brotará un vástago”, llenándonos de consuelo y de ánimo, en definitiva de esperanza” (Isaías 11,1)
La esperanza hemos de tenerla en Dios, no en nosotros mismos. El profeta Isaías hoy nos alienta en la esperanza y al escuchar hoy este anuncio Mesiánico debería resonar en nuestro corazón una llamada apremiante a recobrar la confianza en el Señor de la vida y de la historia, a mantener viva la esperanza y la certeza de que el Señor vendrá, recuperando así la situación de armonía y paz universal que reinaba en el principio.
Para vivir en esta esperanza y para preparar los caminos al Señor la Liturgia de este domingo nos presenta también la figura de Juan Bautista ,que aviva las palabras de Isaías; “Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos” (Mateo 3,3) y que nos hace una contundente llamada a la conversión: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos”. ¡Llamada fuerte la que Juan el Bautista nos hace! y sus palabras nos indican que no podemos tomarnos a la ligera la espera del Señor.
Entonces nos preguntamos: ¿Qué es la conversión? Y la conversión es un cambio profundo, que abarca a toda la persona, es una vuelta, una apertura definitiva a Dios y a los hermanos. La conversión que exige el Bautista no es una simple conversión interior, sino una conversión también exterior que llega a las obras. Es aquello del refrán castellano “de lo que rebosa el corazón habla la boca”, lo interior se manifiesta en lo exterior, nuestro volver a Dios se pone de relieve en nuestro obrar con los demás. Pero no es algo que podemos llevar adelante con nuestras solas fuerzas, ni a base de puños. La conversión es un don de Dios que tenemos que pedir abriéndonos a la acción del Espíritu que viene en ayuda de nuestra debilidad y que con su fuerza nos transforma y recrea, nos purifica y fortalece haciéndonos “nuevas criaturas” .
Hermanos y amigos, la llegada de Dios a nuestro mundo, a nuestra vida, bien merece que pongamos de nuestra parte para recibir tan gran Don: cambio y a mejor. Y es que Juan Bautista nos hace esta llamada contundente a la conversión poniendo el grito en que el Señor está cerca, “está cerca el Reino de los cielos” (Mateo 3, 1).
Esta llamada de Juan Bautista hoy nos interpela y nos lleva a preguntarnos cada uno de nosotros: ¿En qué tengo que cambiar para acoger al Señor? ¿Qué obstáculos pongo al Señor, qué hay en mi vida que me impide preparar sus caminos? ¿Qué es lo que necesito para este cambio?, pues preparar el camino al Señor implica mirar cómo está el camino, saber donde fallamos y buscar los medios para acondicionarlo, para ponerlo a punto.
Hermanos y amigos, hagámonos estas preguntas, reconozcamos que necesitamos dar una vuelta al corazón para acoger la Salvación que Dios nos ofrece y preparar así el camino al Señor, hacerle sitio en nuestra vida, en nuestro corazón.
Dejémonos en este Adviento impregnar de nuevo por el inmenso Amor de Dios para con cada uno de nosotros, abrámonos de nuevo a este Amor dejando que su acción sea más fecunda en nuestras vidas, que crezcamos en el conocimiento y el Amor de Dios para que la Salvación se manifieste más plenamente en nosotros.
Pidamos la fuerza del Espíritu para acondicionar nuestro corazón a la venida del Señor, para avanzar en los caminos de la conversión al Señor, para que nada nos impida acoger al Señor que viene. Imploremos que seamos capaces de acoger esta gracia de la conversión en este Adviento que estamos celebrando.
Que el Señor por medio de su Espíritu (“El os bautizará con Espíritu Santo y fuego” Mt 3, 11) abra de par en par nuestro corazón, pues sólo un corazón convertido es capaz de acoger y de asombrarse ante la gracia y el regalo del Dios-con-nosotros.
De nuevo ¡fructuoso Adviento!
Adolfo Álvarez. Sacerdote