EN CAMINO A LA GLORIA SIENDO PORTADORES DE ESPERANZA Y TRABAJANDO DESDE EL AMOR
Estamos llegando al final del Año Litúrgico, lo culminaremos el próximo domingo con la Solemnidad de Cristo Rey. Y estamos llegando al final del Evangelio de San Lucas, evangelista que nos ha acompañado en este Año y de cuya mano hemos ido conociendo un poco más los sentimientos y actitudes del Señor para así más amar al Señor y mejor seguirle.
La Solemnidad de Cristo Rey va precedida por este domingo y seguida por el primero de Adviento, en que las lecturas nos ofrecen la consideración de unos temas, relacionados con el más allá, con el fin del mundo, con nuestro fin y cómo hemos de actuar, precisamente, antes de que nos llegue ese día. En todo caso, ello jamás nos debe llevar a vivir apesadumbrados bajo el temor y la tristeza, sino a la confianza de un Cristo Rey que nos ama y está siempre con nosotros.
La Liturgia de este domingo, penúltimo del Año Litúrgico, nos ofrece el considerar, el meditar, sobre la realidad del final de los tiempos, se nos recuerda una enseñanza que profesamos en el Credo: que Jesús ha de volver en gloria para juzgar a vivos y muertos. Ello significa que la Iglesia camina en la historia hace ese encuentro en el que se manifestará plenamente la misericordia de Dios y su victoria sobre el mal.
Celebrar la Eucaristía es también esperar la vuelta del Señor. En toda celebración de la Eucaristía pregustamos y preparamos nuestro encuentro definitivo con el Señor.
Hoy la reflexión sobre el futuro se nos ofrece no sólo en el Evangelio y en la primera lectura, sino también en la segunda, tomada de la Carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses. Para la preparación para el acontecimiento final, en el que nosotros seremos protagonistas, se nos ofrece como primicia, nuestra participación en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, a la que debe acompañar nuestro esfuerzo para construir un mundo más humano y cristiano. Podremos pasar por momentos de desánimo al no ver un resultado positivo e inmediato; reafirmemos nuestra convicción: el esfuerzo no ha sido en balde.
El Apóstol nos invita a vivir nuestra fidelidad a Cristo hasta el final trabajando y ello desde el punto de vista humano contribuyendo al bienestar de nuestras familias y a la santificación de la propia persona; desde lo eclesial, colaborando en la evangelización del mundo, donde estamos llamados a ser testigos de Jesucristo; y desde el punto de vista social contribuyendo a la Nueva civilización del Amor.
En el Evangelio Jesús señala que en la historia no van a faltar momentos de incertidumbre: anuncia desastres naturales, epidemias, guerras, y habla de contradicciones y persecuciones que sufrirán los cristianos. Se nos habla en un lenguaje apocalíptico, pero no hemos de dejarnos llevar de la desesperanza y el desánimo, al contrario todas estas palabras encierran un mensaje de esperanza para toda la humanidad, porque este mundo que ha salido de las manos del Creador y que en palabras del Génesis es bueno, muy bueno, no puede estar abocado a la ruina y al fracaso. De todo ello saldrá algo positivo porque <<servirá de ocasión para dar testimonio>>.
Hermanos y Amigos, la Palabra de Dios hoy es ante todo una palabra que nos anima a vivir con esperanza, a vivir no de brazos cruzados sino colaborando con Dios en su Plan de Salvación. Un cristiano no se conforma simplemente con esperar que pasen los días, los meses… dejando se escape el valioso don de la vida. El cristiano vive de una forma activa, construyendo en colaboración con Dios el cielo que un día esperar alcanzar en plenitud. Y lo hace con esperanza y esa esperanza lleva al creyente a trabajar, no sólo para ganarse el pan de cada día sino a ponerse al servicio del plan de Dios para que este mundo sea un lugar de justicia, de paz, de fraternidad, un mundo en el que haya un lugar para todos y en el que todos cuenten.
Hemos de redescubrir a Dios como fundamento de nuestra vida, porque solo con Él, solo si Él es nuestra Roca sobre la cual construimos podemos afrontar las dificultades e incomprensiones incluso rechazos que tengamos que atravesar, experimentar. Jesús nos invita a no tener miedo, a ser perseverantes en la práctica de la vida cristiana, a tener plena confianza en Dios porque Él está presente entre nosotros. Y nos sostendrá en las dificultades y sufrimientos. Serán tiempos favorables para el testimonio y la perseverancia, tiempos de manifestar nuestra condición de salvados. Pues hemos como creyentes de manifestar nuestra fe en la lucha contra los males de nuestros días y trabajando desde el Mandato Nuevo del Amor.
La Jornada Mundial de los Pobres que celebramos en este domingo nos viene muy bien a recordarnos que no podemos esperar la Salvación de brazos cruzados, sin importarnos lo que sucede a nuestro alrededor, sin dejarnos interpelar por el grito de los más necesitados. Somos invitados y yo diría que urgidos por la Palabra de Dios de este día, a trabajar para que la esperanza vuelva a tantos hermanos que la han perdido a causa de la injusticia, la guerra, el sufrimiento, la soledad o la precariedad de la vida.
Celebramos hoy la VI Jornada Mundial de los Pobres, que, con el lema «Jesucristo se hizo pobre por vosotros»,pretende «ayudarnos a reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre tantas pobrezas del momento presente». Y desde aquí nos dice el Papa Francisco: “El mensaje de Jesús nos muestra el camino y nos hace descubrir que hay una pobreza que humilla y mata, y hay otra pobreza, la suya, que nos libera y nos hace felices”. En esta ocasión el Papa Francisco lanza un llamamiento a la solidaridad en medio de un mundo herido por la violencia y la guerra. Frente a los millones de refugiados de los diferentes conflictos en Oriente Medio, África Central y ahora Ucrania, el Santo Padre invita a “compartir lo poco que tenemos con quienes no tienen nada, para que ninguno sufra”.
El Mensaje de Francisco para esta Jornada nos insiste: «no se trata de tener un comportamiento asistencialista hacia los pobres, sino de hacer un esfuerzo para que a nadie le falte lo necesario». Pero sin olvidar que «no es el activismo lo que salva, sino la atención sincera y generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano».
En un contexto social en el que el espacio para la fe, la caridad y la esperanza queda reducido a lo anecdótico frente a lo que en el día a día acapara cualquier medio de comunicación, el dolor y el sufrimiento humano persisten y ensombrecen el sentido de nuestra vida. La injusta violencia que provocan las guerras, los combates ideológicos, la sobreexplotación de los recursos naturales, que generan aún más pobreza y éxodos masivos por todo el planeta, nos alertan y nos invitan a no quedarnos atrapados por las sombras.
Como miembros de la Comunidad Cristiana y miembros de la sociedad civil necesitamos cultivar y preservar valores como la libertad, la responsabilidad, la fraternidad y la solidaridad. Y como discípulos de Jesús estamos invitados a tejer el fundamento de nuestro ser y de nuestro actuar en la caridad, la fe y la esperanza, y a descubrir que el encuentro personal con las personas más pobres nos brinda una oportunidad de gracia para renovar nuestro seguimiento de Jesús.
Los pobres necesitan de nuestra ayuda, de nuestro amor y en ellos hemos de ver el rostro del Señor que nos dice <<Cada vez que lo hicisteis con uno estos, conmigo lo hicisteis >> (Mt 25,40). Abrámosles el corazón y viviendo en el amor, manifestado en gestos concretos con los que démosles cercanía, ayuda, afecto, y vayamos colaborando con Dios en el cielo nuevo y tierra nueva hacia donde caminamos.
Y, si, hermanos, el vivir la fe en Cristo, el comprometernos por vivir los valores del Evangelio en el trabajo por los más pobres y denunciar las injusticias nos trae problemas y complicaciones, hasta llegar a la persecución, como nos dice Jesús hoy, no tengamos miedo pues Dios no nos dejará, Él estará siempre a nuestro lado y en Él estará nuestra fuerza. Apoyémonos en Él que hoy nos dice: <<Con vuestra perseverancia salvareis vuestras almas>> .
Hermanos y Amigos, Lo importante es «perseverar»:no desviarnos del Evangelio; buscar siempre el Reino de Dios y su justicia, no nuestros pequeños intereses; actuar desde el espíritu de Jesús, no desde nuestro instinto de conservación; buscar el bien de todos y no solo el nuestro.
Hermanos y Amigos, la Eucaristía es el Sacramento de Amor, donde el Señor se entrega por nosotros y nos muestra todo su Amor por cada uno de nosotros y se nos da en Alimento de Vida Eterna para que con su fuerza amemos y nos entreguemos a los demás, especialmente a los más necesitados. Que este Sacramento nos ayude y nos urja hoy a vivir con toda entrega el Mandato del Amor y a empeñarnos con toda pasión en la Nueva Civilización del Amor desde el servicio a los más necesitados.
Adolfo Álvarez, sacerdote