VIVIR LA MISION: AMAR AL ESTILO DEL SEÑOR
Seguimos en la Escuela del Señor a través del Evangelio de San Lucas. El domingo pasado el Señor nos decía: “poneos en camino, mirad que os mando…”Y en este domingo el Señor nos dice cómo hemos de hacerlo, nos muestra su estilo, la manera cómo hemos de ir caminando.
Jesucristo es el centro de nuestra vida, no lo podemos olvidar, y tenemos que estar en continua conversión para que así sea. Cristo es el Dios hecho hombre, el Rostro de la misericordia de Dios para con todos los hombres. Y en Él hemos sido reconciliados con Dios, como nos recuerda el Apóstol San Pablo en la Carta a los Colosenses que hoy comenzamos a leer.
En La primera lectura de este domingo, del Deuteronomio, último libro del Pentateuco; Deuteronomio significa “segunda ley”, y en él Moisés invita a su pueblo a cumplir la Alianza que habían pactado con Dios al comienzo de la travesía del desierto, tras haber salido de Egipto. El pasaje nos recuerda que la ley antigua, promulgada por Moisés y cuyo compendio son los diez mandamientos, no sólo continuaba vigente, sino que Jesús la completa y perfecciona, como se nos presenta en el evangelio. Dios, a través de Moisés había dado a pueblo unas normas de vida, una “ley”, de la que se afirma que está muy cercana, “en tu corazón y en tu boca”. Sólo hace falta una cosa: “cumplirla”. Pero este“cumplirla” no es un mero cumplimiento, sino que se nos quiere decir que la Ley del A.T. es hoy para nosotros Jesucristo, y hemos de vivir según sus actitudes y sentimientos, según su Nuevo Mandato que el Mandato del Amor.
Sólo ante Jesucristo tomamos conciencia de la exigencia del amor, porque en Él se nos hace presente toda su grandeza.
¿”Quién es mi prójimo”? le pregunta el letrado a Jesús. Él quiere una receta, una especie de lista de las personas a las que hay que considerar como prójimo. Pero Jesús le da la vuelta a la pregunta. Le indica como él mismo puede y debe ser el prójimo de los demás. Jesús quiere mostrarnos que el centro no es el yo, sino todo el que se encuentra en mi camino y tiene necesidad de ayuda, de comprensión, de amor. El problema fundamental del cristiano no es el de saber quién es su prójimo. Su problema esencial consiste en “hacerse prójimo”, desplazando el centro de interés del yo a los demás.
Es el buen samaritano el que Cristo propone como prójimo. Es decir, cada uno de nosotros debemos ser los prójimos, los que se acercan, aproximan y atienden a sus hermanos. Es un paso importantísimo y fundamental en el Mandato del amor. Porque ayudar al prójimo lo convertimos muchas veces en un acto de superioridad por nuestra parte al pobre indigente al que atendemos. Lo que realmente nos exige el Señor es aproximarnos, identificarnos, encarnarnos de forma igual y total con el hermano. Nosotros debemos ser el prójimo, el próximo al hermano.No es un amor que se nos exija según una medida. Se trata de un amor desbordante y generoso, que se alegra haciendo el bien porque antes se ha compadecido del dolor ajeno y lo ha hecho propio
Nuestra historia es Historia de Salvación, porque ha sido visitada por Dios, de manera espléndida y definitiva, sobre todo desde la Encarnación del Hijo de Dios. En Jesús de Nazaret, hemos comprobado el amor que Dios nos tiene, hemos experimentado este “hacerse prójimo» de Dios para con nosotros.
Toda la vida de Jesús manifiesta su amor, que se despierta en los continuos movimientos de compasión que recoge el Evangelio y llega a la consumación en el don total de sí mismo.
Pensemos cada uno de nosotros que hemos percibido el latido de su corazón. Hemos experimentado el calor de su perdón. Hemos recogido el aliento de sus palabras. Hemos estrenado la alegría de la fraternidad. Hemos escuchado la invitación al seguimiento. Hemos apreciado el valor de la entrega. Hemos vislumbrado la posibilidad de futuro. Hemos aprendido a levantarnos confiadamente. Hemos saboreado la paternidad de Dios. Hemos descubierto el valor de la pobreza. Hemos confirmado la fuerza de la humildad… Y todo esto, porque nos sabemos amados por Dios en Cristo. Ese es el mundo que se nos ha regalado. Y ese es el mundo que nosotros queremos continuar.
Encerrarse uno en sí mismo de manera egoísta es proclamar que no se ha descubierto el Dios amor. Desvivirse por los demás de manera solidaria y radical es confesar que el amor recibido de Dios nos empuja con toda naturalidad a actuar de la misma manera. Él, el Señor nos mueve a amar más, a darnos más y abrirnos más a los otros
Hermanos y Amigos, Cristo es la Fuente del Amor, a Él debemos estar muy unidos, de Él hemos de Alimentarnos en la Eucaristía para amar auténticamente a su estilo, a su manera. Por ello debemos abrirnos a su Amor, sintiéndonos profundamente amados por Él.
Hermanos y Amigos, hemos de seguir el estilo del Señor. Para evangelizar es necesario vivir en el amor al estilo de Cristo. Sin el amor al prójimo no hay verdadero amor a Dios, como también sin dejarnos amar por Dios y experimentar su misericordia y compasión no podemos amar de verdad al prójimo.
La parábola menciona dos monedas, “dos denarios”, se refieren a las del amor a Dios y al prójimo, que misteriosamente no se gastan ni desgastan por mucho que paguemos con ellas, pero para ello hemos, cada uno de nosotros, de descubrir y redescubrir el amor incondicional del Señor hacia nosotros y dejar que por medio de su Espíritu encienda nuestro corazón para amar a los demás, como Él nos ha amado.
De esta manera no caeremos en el peligro, que siempre nos acecha, de convertir el doble precepto de la caridad, amor a Dios y amor al prójimo, en una cuestión abstracta, ni caeremos en la tentación de querer justificarnos, porque trataremos siempre de tener en verdad entrañas de misericordia ante toda miseria humana “para confortar a los que están cansados y agobiados, y servirlos con sinceridad, siguiendo el ejemplo y el mandato de Cristo” (Plegaria Eucarística D4).
Hermanos y Amigos, Una vez más, y como siempre, el Señor se nos adelanta. El bálsamo de su Palabra, el pan y el vino de su Eucaristía son atención generosa y exquisita del Señor que se acerca a nosotros, expresión máxima de su entrega por nosotros. Cristo es en verdad el buen samaritano.
Por ello. Hoy, le pedimos al Señor: “Señor ensancha nuestro corazón y llénanos de tu amor. Ayúdanos, Señor, a imitar tu compasión y tu misericordia, para que, portándonos como prójimos de todos los hombres y mujeres con los que nos vamos encontrando en el camino de la vida, que nos entreguemos a la apasionante tarea de amar a los hermanos y así, Señor,hacer presente en medio de este mundo el amor de Dios que nos has revelado y mostrado. Amén”
Adolfo Álvarez. Sacerdote