SEGUIR AL SEÑOR SIN CONDICIONES, OFRECERLE NUESTRA VIDA
Después de celebrar las Fiestas Pascuales, corazón del Año Litúrgico, y de celebrar, como eco de la Pascua, Las tres Solemnidades donde hemos contemplado el Misterio del Amor de Dios, La Santísima Trinidad, el Corpus y el Sagrado Corazón de Jesús, retomamos el Tiempo Ordinario, adentrándonos en el conocimiento del Misterio de Cristo, y para ello pedimos la fuerza del Espíritu Santo para así conociendo más a Cristo, “mas amarle y mejor seguirle.”
Seguimos teniendo presente que el domingo, Día del Señor, sigue siendo el Día “Memorial del Señor Resucitado”, Día que celebramos el Misterio Pascual, de la Pasión y Muerte del Señor, que ha resucitado y esta a la derecha del Padre intercediendo por nosotros.
Retomamos el Evangelio de San Lucas, que ya nos acompañará hasta final del Año Litúrgico, y con el texto evangélico de hoy iniciamos la lectura de la sección central del evangelio de S. Lucas, conocido como el camino hacia Jerusalén. S. Lucas –sirviéndose de un artificio literario– dedica casi diez capítulos a esta narración, indicándonos de manera gráfica, la importancia de la ciudad de Jerusalén en la Historia de la Salvación. San Lucas narra la enseñanza de Jesús a los Discípulos en este Camino a Jerusalén, donde va a entregar, culminar, su vida por nuestra Salvación.
Por ello comienza hoy el texto diciendo: “Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén (v.51). Es una frase crucial porque nos indica que Jesús inició el camino conscientemente y libremente, porque nos habla de su ascensión a los cielos con la que termina su vida mortal, y porque apunta también que la vida de Jesús no tiene como destino definitivo la muerte, sino la resurrección.
La liturgia de este Día del Señor nos invita a reflexionar seriamente sobre el seguimiento radical del Señor en desprendimiento absoluto, de manera que nuestro corazón no se sienta atado por otras cosas. En este sentido seguir al Señor no es una cuestión de puro voluntarismo sino que requiere una llamada, una respuesta positiva, y un abandono total en sus manos; esto no es posible si no hay una experiencia de encuentro personal con el Señor, pues sólo unidos a Él en amor continuo, podremos dar frutos que siempre permanezcan ( ver oración postcomunión).
Las lecturas primero nos hablan de libertad, nos muestran a Jesús que vive en libertad, Él actúa siempre con una absoluta libertad, y que enseña a los Discípulos a vivir en libertad, los va educando para que le sigan libremente.
Jesús emprende el camino hacia Jerusalén con un rechazo, anticipo y advertencia de lo que le espera. Los vecinos de una aldea samaritana se niegan a darle alojamiento porque iba a Jerusalén. Los discípulos, Santiago y Juan, en venganza, quieren acabar con el pueblo y que caiga fuego sobre la aldea, pero Jesús los reprende y se dirige a otra aldea para seguir predicando, pues también los samaritanos estaban incluidos en el plan divino de salvación. Los samaritanos como nosotros, serán atraídos desde la Cruz.
Ya caminando San Lucas, después, nos presenta el tema del seguimiento de Jesús. A través del encuentro de Jesús con tres que quieren ser sus discípulos, se nos muestra que significa el seguir a Jesús, como quiere Jesús que le sigamos. Jesús no admite un seguimiento condicionado. Seguir a Jesús significa poner la mirada donde Él la tiene, que siempre es el cumplimiento del plan de Dios. Supone entrar en su decisión, aquella por la que se encamina a Jerusalén para obrar la salvación de los hombres.
Los diálogos de Jesús con estos tres que quieren seguirle nos muestran a nosotros pistas para el discernimiento sobre nuestro seguimiento del Señor.
El primero se presenta muy decidido y le dice a Jesús: “te seguiré a donde quiera que vayas”. Jesús le dice: “Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tienen donde reclinar la cabeza.” El joven se ofrece para seguirle adondequiera, pero Jesús le invita a que se lo piense bien. Jesús pone como condición la renuncia. Quien le quiera seguir deberá llevar una vida como la de Jesús: austera, libre de todo tipo de equipaje que le impida el seguimiento. Y no debe de olvidar que la fuerza para el seguimiento la da el mismo Señor. Lección para nosotros, somos llamados a vivir en libertad, a poner toda nuestra confianza en el Señor.
El segundo, recibe la llamada del mismo Jesús, es Jesús mismo quien le pide: “sígueme”. No se niega pero le expone un motivo para dejarlo para más adelante: el deber sagrado de enterrar a su padre. Hay gente que siempre encuentra excusas y motivo para aplazar las decisiones: un día me decidiré por Jesús, pero mientras… Jesús entonces le dice, como nos dice a nosotros, que su llamada tiene un valor absoluto, de manera que todo lo demás es relativo, por muy importante y sagrado que sea, como lo era el deber de enterrar a los muertos. Y sólo se sigue realmente a Jesús si Él es el primero, por encima de cualquiera otra obligación, exigencia o afectos. Solamente así se podemos decir que Jesús es el Señor de nuestra vida. El evangelio no nos invita a romper con nuestros familiares, nos invita a caer en la cuenta de que ellos no son lo decisivo, lo fundamental, sino el Reino y sus valores.
El tercero quiere seguirlo pero quiere despedirse de los de su casa, “te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de mi casa”. Jesús le responde: “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el Reino”. Parece que se trataba de alguien que quería seguirle por momentos, por horas… Seguir a Jesús es seguirle, no tiene marcha atrás y no puede ser por horas o momentos. Y hay que seguirle desde el corazón, desde querer ir teniendo sus sentimientos y actitudes.
El enseñanza que Jesús nos muestra hoy con en estas propuestas para seguirle no se corresponde con la idea que nos suele acompañar en nuestra relación con Dios: frecuentemente acudimos a Dios para pedirle milagros, éxito, que nos toque la lotería y que a ser posible se cumpla siempre nuestra voluntad. El seguimiento no puede ser fruto de sentimentalismos, sino fruto de una seducción, de un estar enamorados de Cristo, dejándonos inundar por el inmenso amor que nos tiene, y de una decisión firme, dispuestos a relativizar todos los valores y a dejar que Él, ocupe el centro de nuestro corazón.
Ser cristiano, ser seguidor de Jesús, ser discípulo de Cristo es oferta de salvación, no imposición. Ser cristiano no es tener fe sino irse haciendo creyente. Con frecuencia, entendemos la vida cristiana de una manera muy estática y ritualista, y no la vivimos como un proceso de crecimiento y seguimiento constante a Jesús. Nadie nacemos cristiano; nos hacemos cristianos. Se es cristiano cuando se está caminando tras las huellas del Maestro. Por eso, quizás deberíamos decir que somos cristianos, pero sobre todo, nos vamos haciendo cristianos en la medida en que nos atrevemos a seguir a Jesús. El Papa Benedicto XVI, en su carta encíclica “Deus caritas est”, nos lo dice con unas palabras que debieran quedarnos grabadas profundamente “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 1)
Hermanos y Amigos hoy se nos hace caer en la cuenta, de nuevo, que seguir a Cristo implica la vida entera, no sólo algunos momentos o algunas franjas de nuestra existencia. El seguimiento de Cristo no es una cuestión de negociar, no caben rebajas. Hoy más que nunca el compromiso apostólico en el mundo secularizado en que vivimos pide que los que nos decimos cristianos, que los que nos decimos creyentes, seamos verdaderos testigos, discípulos reconocibles de Cristo y no creyentes ocasionales que viven la fe como si Dios no existiera, de manera pagana.
Y este seguimiento del Señor conlleva para cada uno de nosotros confianza plena en el Señor, aceptar la pobreza de nuestros defectos y aceptar la realidad de nuestro pecado. De ahí que hemos de alimentar nuestra fe en Cristo a través de la Oración y de los Sacramentos para ir superando los defectos, como por ejemplo la indiferencia, la superficialidad, los propios intereses.
Y este seguimiento del Señor no se queda en un unos mínimos. Para no pocos cristianos hoy, la vida cristiana se reduce más o menos a vivir una moral muy general que consiste sencillamente en “hacer el bien y evitar el mal”. Eso es todo. Pero no han entendido que el seguimiento a Jesús es algo mucho más profundo y vivo, y de exigencias mucho más concretas. Se trata de irnos abriendo dócilmente al Espíritu de Jesús para vivir como él vivió y pasar por donde él pasó. Se trata de ir viviendo el Mandato del Amor como Cristo hizo y nos mostró. Desde aquí el cristiano no se conforma sólo con hacer el bien y evitar el mal sino que lucha contra la injusticia y trabaja por un mundo mejor desde los sentimientos y actitudes de Cristo. Siguiendo de cerca las huellas del Señor.
Hermanos y Amigos, Cristo nos muestra el camino de la verdadera libertad, nos enseña a ser libres, nos libera de toda esclavitud, nos libera de la incapacidad de salir de nosotros mismos, nos libera para que venzamos el pecado. La verdadera libertad está en amar como Dios nos ama, dando la vida por los demás. A esta libertad nos lleva el seguimiento del Señor.
Preguntémonos en este Domingo: ¿en qué se parece nuestra vida cristiana a lo que Jesús pide en el evangelio de hoy?
Hoy el Señor nos sigue llamando a seguirle, a seguirle en libertad y radicalidad; no pongamos excusas, ni tratemos de compaginar la vida anterior con la novedad de vida que supone el Evangelio. Dios nos envía a vivir el don del amor; hagamos del servicio y la lucha por la justicia norma de nuestra vida libre y cristiana.
Que el Espíritu Santo venga en nuestra ayuda para avanzar en el seguimiento, para testimoniar al Señor con gozo y autenticidad.
¡Ánimo! Y ¡Adelante!
Adolfo Álvarez. Sacerdote.