EL SEÑOR NOS LLAMA A LA INTERIORIDAD Y A LA COHERENCIA EN NUESTRA VIDA
Seguimos en la Escuela del Señor de la mano del Evangelista San Lucas y en este domingo VIII del Tiempo Ordinario, último de esta primera parte del Tiempo Ordinario, pues el próximo miércoles comenzaremos la Cuaresma, hemos, de nuevo de tener un corazón abierto para acoger y tener los sentimientos y las actitudes del Señor que hoy pone el acento en la mirada del corazón, a vivir desde la interioridad, en la llamada a la coherencia de vida, a dar buenos frutos.
Seguimos ahondando en el Mensaje de las Bienaventuranzas y después que el Señor nos ha llamado al perdón y al amor a los enemigos y a vivir la misericordia, nos llama al discernimiento y al acompañamiento sincero.
Hoy el Señor nos invita a hacer una reflexión sobre lo que decimos y lo que somos. Nos invita a interrogarnos “¿acaso puede un ciego guiar a otro ciego?. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?” y así, en definitiva nos invita a la autenticidad de vida. A que nuestro exterior concuerde con nuestro interior, pues nuestra palabra, la palabra humana, puede servir para revelar y mostrar nuestro interior, pero también puede servir para velarlo y expresar todo lo contrario de lo que pensamos, sentimos y somos en realidad. Y entonces caemos en la hipocresía, lo cual detesta el Señor.
Es importante este mensaje en una sociedad en la que se vive desde la imagen externa. En este vivir desde lo exterior, uno de los peligros que podemos tener es dedicarnos a arreglar las cosas, a los demás y olvidarnos de nosotros mismos, u ocultarnos nuestros propios fallos. Por eso la indicación de las lecturas: “No elogies a nadie antes de oírlo hablar” (en sentido positivo, nos podemos pasar porque nos dejemos llevar por lo externo); “¿Por qué te fijas en la mota de tu hermano y no te fijas en la viga que tú llevas en el ojo?” ( nos da la clave: los cambios hay que empezarlos por uno mismo. Si quieres arreglar el mundo, el primero que tienes que cambiar eres tú mismo).
Hoy vivimos a un ritmo muy acelerado y nos hemos acostumbrado demasiado a la improvisación y también hemos relegado el cuidado del corazón (el cuidado de nuestra interioridad) y no podemos olvidar el refrán castellano, a este respecto, “de lo que rebosa el corazón habla la boca” y que son palabas que hoy Jesús nos dice en el Evangelio. Creo que por ello hoy hemos de preguntarnos: ¿A quién seguimos? ¿Quién es nuestro Maestro? ¿De qué rebosa nuestro corazón? ¿Cómo está nuestro corazón?.
Cuando decimos que estamos en la Escuela del Señor estamos queriendo ser Discípulos. Un cristiano es un Discípulo, con ello reconocemos al Señor como nuestro modelo, nuestro guía, nuestra luz. Y este Discipulado no termina hasta el fin de nuestros días, hasta que lleguemos a ser transformados por Él en su imagen de una forma plena.
En la Escuela del Señor Cristo, por medio de su Evangelio, nos muestra que es la santidad interior la que nos hace auténticos ante el Padre, y verdaderos creyentes en medio de los hombres. La hipocresía del fariseísmo nada tiene que ver con Cristo y como discípulos del Señor nosotros contra ella tendremos que luchar.
El Señor hoy nos invita a conocernos a nosotros mismos, y a conocernos desde Él, desde su amor inmenso para con nosotros. Jesucristo es para nosotros el Rostro del inmenso Amor y Misericordia de Dios. Y aquí podemos recordar la petición que invita San Ignacio a hacer en el Libro de los Ejercicios: “Que te conozca a ti, Señor, y que me conozca a mi”. Y es que el hombre auténtico se construye desde dentro. Por ello nos es necesario abrir el corazón al Señor con total sinceridad para que Él lo vaya modelando según sus sentimientos y actitudes. No podemos ser testigos del Amor del Señor si primero no lo experimentamos nosotros, no podemos corregir a los demás, si primero no conocemos y somos conscientes de nuestros fallos y pecados y nos dejamos corregir por el Señor.
Quizá un posible modo de resumir el mensaje evangélico de este domingo, teniendo en cuenta lo ya comentado, es un refrán castellano que dice: “Del dicho al hecho hay mucho trecho”; es decir, una cosa es lo que decimos y otra lo que hacemos, y podríamos decir más: y otra cosa es la que sentimos interiormente. La invitación de las lecturas de este domingo son dos llamadas: a la interioridad, y a la coherencia de vida.
Hermanos y Amigos, una mayor experiencia de Cristo, que renueva todo nuestro corazón, redimensiona toda nuestra vida, y nos hará que experimentemos el gozo de vernos transformados por su amor, de sentir y experimentar que desde Él se nos quitan “nuestras vigas” y entonces nuestra mirada sobre el prójimo cambiará y es, entonces, cuando podemos salir en ayuda de nuestros hermanos para quitarles “las motas”. Porque es Cristo quien nos quita las vigas, solos no podemos, y desde esta experiencia profunda el mismo Cristo nos hace instrumentos de su misericordia para ayudar a nuestros hermanos con sus motas.
Si nuestro corazón rebosa de este amor profundo de Cristo, de sentir que Él sana las heridas de nuestro corazón, que Él nos inunda con su perdón, entonces nuestra boca comunicará esta experiencia a los demás y les ayudará que ellos también lo experimenten.
También nos dice Jesús en el Evangelio de hoy: “Cada árbol se conoce por su fruto”. Es que además de las palabras, tenemos otro vehículo para expresarnos: los hechos, las obras.
Los árboles, es decir, las personas, cada uno de nosotros damos el fruto que corresponde a nuestro cultivo, a nuestra vida interior. Si cultivamos bien, daremos buenos frutos; si descuidamos el campo, nuestro interior, la semilla no germinará, y no daremos fruto.
Después o al mismo tiempo de recordarnos hoy el Señor que el ser humano tiene una interioridad, que es la que le manifiesta cómo es, más que lo externo y que tiene que cuidar esta interioridad, nos recuerda que las palabras y las obras ponen de manifiesto esa vida interior. Y por ello, el Señor nos hace una segunda llamada: Sé coherente, que no haya distancia entre lo que vives interiormente y lo que manifiesta tu vida.
Jesús nos recuerda que obrar bien es consecuencia de un corazón bueno. Nos está diciendo que los frutos de nuestra vida son la imagen de lo que vivimos por dentro. De ahí que tengamos que preguntarnos de nuevo: ¿Dónde ponemos nuestro corazón? ¿En Dios y las personas? ¿O en las cosas?. Por ello hemos de pedirle al Señor con insistencia: “Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”.
Sólo el Señor con nuestra colaboración puede sanar y transformar nuestro corazón, como decíamos antes al referirnos a la interioridad, para dar frutos buenos.
Podemos aquí reflexionar, unas palabas de San Beda el Venerable que nos dice: “El tesoro del corazón es lo mismo que la raíz del árbol. La persona que tiene un tesoro de paciencia y de perfecta caridad en su corazón produce excelentes frutos: ama a su prójimo y reúne otras cualidades que enseña Jesús… Pero la persona que tiene en su corazón un tesoro de maldad hace exactamente lo contrario: odia a sus amigos, habla mal de quien le quiere, y todas las demás cosas condenadas por el Señor”.
Hermanos y Amigos, vamos el próximo miércoles a comenzar la Cuaresma, un “tiempo de gracia y salvación”, es un buen momento para, bajo la acción del Espíritu Santo, revisarnos del corazón y revisar cómo son los frutos que cada uno de nosotros estamos dando. Sintámonos animados, en este proceso de revisión y de conversión, por el ejemplo de los Santos que han sido transformados por Cristo para dejarnos nosotros, también, transformar por Cristo que mediante su Muerte y Resurrección nos abre a la vida nueva.
Adolfo Álvarez. Sacerdote