LLAMADOS A SER TESTIGOS DEL PERDON Y DE LA MISERICORDIA DE DIOS
Seguimos en la Escuela del Señor de la mano del Evangelista San Lucas y hemos de seguir pidiéndole al Espíritu Santo “conocimiento interno del Señor, para másamarle y mejor seguirle”, y también hemos de pedirle al Señor: “haz mi corazón semejante al tuyo”, pues hoy nos llama a vivir el perdón y la misericordia de Dios de una manera que con solo nuestras fuerzas no podemos.
Nuestra vida está llamada a ser reflejo constante de la bondad divina y ello reconociendo por la fe a Dios como Padre, confesando por la esperanza la bondad de Dios que nos ha redimido para una vida eterna y viviendo, por la caridad, el mandato de Cristo de amarnos como Él nos amó. Aquí está la tarea y misión que el Señor nos confió cuando dice: “Vosotros sois la luz del mundo…vosotros sois la sal de la tierra” (Mt. 5).
Después de las Bienaventuranzas del domingo pasado Jesús sigue hoy diciéndonos qué significa vivir estas Bienaventuranzas, en qué se nos tiene que notar. Y lo primero que hoy hemos de hacer es: escuchar. Y es que la propuesta que Jesús nos hace en el Evangelio de este Domingo, dirigida a quienes escuchan sus palabras, dirigida a cada uno de nosotros, hoy, es una llamada a tomarse en serio la vida cristiana y a seguir de verdad a Cristo.
Ser cristiano consiste en vivir en el mismo amor de Dios. Es tener la experiencia profunda del amor inmenso de Cristo, “que me amó y se entregó a la muerte por mi”,en palabras del Apóstol San Pablo. Y este amor de Dios en Cristo Jesús lo puedo experimentar cada día en los sacramentos, en la oración, “trato de amistad con Aquel sabemos nos ama”, que dice Santa Teresa de Jesús, en la Lectura de la Palabra de Dios, en la vida de fe sintiendo vivamente lo que hoy cantamos en el Salmo Responsorial:“El Señor es compasivo y misericordioso”. Esta experiencia de su amor, de su misericordia y de su perdón nos ha de llevar a vivir en el amor hacia los demás, incluso hacia mis enemigos, como lo hizo Cristo, y así ser verdaderamente su discípulo, su testigo.
La generosidad con que David perdonó a su enemigo mortal Saúl, obrando con justicia y lealtad, es una concreción de la compasión y misericordia divinas que proclamamos hoy en el salmo responsorial, el salmo 102, salmo que celebra, canta, la caridad del Señor, que es en su esencia infinito y tierno amor: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas”
Hermanos y Amigos hoy escuchamos y contemplamos una de las palabras más exigentes de Jesús: “Amad a vuestros enemigos, hace el bien a los que os odian,, bendecid a los que os maldigan, orad por los que os calumnian”. Con estas palabras Cristo nos está diciendo hoy a cada uno de nosotros: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”.
Para Jesús el modelo supremo de conducta es el Padre, Dios Padre, que ama y hace el bien a todos los hombres.
Se nos pide hoy vivir más auténticamente nuestro ser cristiano. Se nos recuerda que no podemos estar contentos con la ira, con el renco, con la ira, con tantas formas de desamor que existen en nuestro mundo, que vemos a nuestro alrededor, o que incluso nosotros en ocasiones nos dejamos llevar por ellas. Quienes hemos descubierto el amor inmenso del Dios, que se nos ha revelado en Cristo, que sigue dándosenos hoy en el Corazón de Cristo vivo, presente en la Eucaristía, hemos de vivir el amor a los enemigos, haciendo el bien a todos, sin esperar nada a cambio. Y ello porque llevamos en nosotros, como nos recuerda el Apóstol San Pablo, en este domingo también, la imagen del hombre celestial, pues al participar en la muerte y resurrección de Cristo, participamos de la vida nueva, somos ya hombres nuevos, y esto hermanos y amigos, tiene que notarse.
Y ya sabemos que esto que nos pide el Señor hoy solos, por nuestras solas fuerzas, no podemos conseguirlo, es superior a nuestras fuerzas. Sí lo sabemos. El que este sea un programa de difícil cumplimiento, no significa que haya que descartarlo como imposible. Siempre será una meta y una referencia de aquello a lo que debemos aspirar como discípulos de Jesús. Y en lo que a nosotros nos parece imposible, tendremos que implorar la ayuda de Dios para ir dando pasos posibles y necesarios en esta dirección. Por eso hemos de pedirle al Espíritu Santo constantemente su fuerza, sus dones para ser cada día mejores discípulos del Señor. Hemos de pedirle a Cristo: “Haz mi corazón semejante al tuyo”.
El Corazón de Cristo nos muestra que su amor no tiene límites, no se cansa y nunca se da por vencido. En él vemos su continua entrega sin límite alguno; en él encontramos la fuente del amor dulce y fiel, que deja libre y nos hace libres; en él volvemos cada vez a descubrir que Jesús nos ama “hasta el extremo” (Jn 13,1), sin imponerse nunca; está inclinado hacia nosotros, especialmente hacía el que está lejano; es la ‘debilidad’ de un amor particular, porque desea llegar a todos y no perder a nadie. El amor misericordioso de Dios nos enseña el valor de cada hombre, de todo hombre. El Corazón de Jesús se nos ofrece como fuente de la misericordia, donde podemos curar nuestra afectividad, enderezar nuestra voluntad y encontrar el estímulo para amar a nuestro prójimo, para perdonar, para orar por quienes nos hacen daño.
Hermanos y Amigos, nos es necesario, con frecuencia, pararnos a pensar cómo nos ama Dios y que hemos sido reconciliados con Él a través de Jesucristo, su Hijo. San Agustín llega a afirmar que <<el amor perfecto es el amor al enemigo>>y comentando la petición de perdón que Jesús hizo desde la Cruz, dice: <<Querer que se les perdone es querer que cambien, querer que cambien es que dejen de ser enemigos y se digne hacerlos hermanos>>
San Agustín también explica en qué consiste amar al enemigo con una idea muy sugerente: << Deséale que comparta contigo la vida eterna; anhela que sea hermano tuyo>> De esta manera subraya el Santo de Hipona que ese amor no es mera indiferencia ante quien nos ha hecho daño, no es un simple <no desearle nada malo>. El amor a los enemigos está íntimamente unido a lo que confesamos por la fe pues Dios nos ama inmensamente y nos llama a una vida con Él para siempre y Jesucristo viene a este mundo haciéndonos hermanos suyos.
San Vicente de Paúl, nos viene bien recordarlo en este momento, al final de su vida decía: “Me he convencido de que para ser bueno hay que ser demasiado bueno”. Es una forma de entender el ser misericordiosos como el Padre que nos dice Jesús. Es la mejor manera de ser testigos hoy del Resucitado, manifestando la alegría de la felicidad que nos da el Señor cuando correspondemos a su amor.
En la Eucaristía es el lugar por excelencia donde hemos de empaparnos de este amor inmenso del Señor, pues se actualiza el Sacrificio de Cristo por nosotros, mostrándosenos de nuevo la inmensa misericordia de Dios por nosotros. Y al unirnos a Cristo por la comunióneucarística recibimos la fuerza para actuar después nosotros a su estilo, obrando como Él nos ha mostrado.
Hermanos y Amigos, este es el reto de Jesús: <Sed perfectos como lo es nuestro Padre celestial> Una perfección que consiste y está centrada en nuestro trato con los demás, desde el vivir el Mandato del Amor, y no en esa «autoperfección» en la que tanto esfuerzo gastaban los fariseos. Una perfección que sólo es posible en la medida en que experimentamos en nosotros el amor/misericordia de Dios.
Que hoy le pidamos a Dios cada día que nos enseñe a amar, y así cada uno de nosotros seamos realmente y de verdad constructores de la Nueva Civilización del Amor según el Corazón de Cristo. ¡Ánimo! ¡Adelante!
Adolfo Álvarez. Sacerdote