VIVIR EL ADVIENTO: ESTAR DESPIERTOS ANTE EL SEÑOR QUE VIENE
Iniciamos en este Domingo un Nuevo Año Litúrgico. No es una nueva repetición, sino una espiral que nos hace avanzar la plenitud, plenitud en Cristo. No estamos ante un “eterno retorno” sino estamos y avanzamos en un caminar hacia la plenitud en Cristo. Nos adentramos de nuevo en el Misterio de Cristo para conocerlo más interiormente “para más amarlo y mejor seguirlo” (como nos dice San Ignacio en el Libro de los Ejercicios).
En el Año Litúrgico celebramos el Misterio del amor salvador de Dios en Jesucristo. El centro es la Pascua, la maravilla de la obra salvadora de Dios en la muerte y resurrección de su Hijo y Señor nuestro, Jesucristo. El ciclo de Adviento-Navidad-Epifanía que hoy comenzamos celebra el nacimiento de Cristo y anuncia ya la obra salvadora de la Pascua.
Hermanos y Amigos, el nuevo Año Litúrgico que comenzamos con este primer Domingo de Adviento nos recuerda que nuestra existencia fluye y que nuestra vida cristiana ha de renovarse constantemente para no perder la frescura del evangelio. Es tiempo de dejar atrás lo que nos ata, lo que nos impide avanzar, lo que nos hace esclavos del cansancio, de la monotonía o de la tristeza. La novedad de la Celebración de los Misterios del Señor en un nuevo año litúrgico, nos ofrece la oportunidad de deshacernos de lo que no nos deja ser felices: el rencor, la hipocresía, la decepción o el desencanto de lo que somos y de lo que hacemos y abrirnos a la Gracia de la Salvación en Cristo .
Iniciamos con este domingo el tiempo de Adviento, tiempo para prepararnos a recibir a Jesucristo, que viene a nuestra vida. Este tiempo de Adviento nos vuelve a poner ante el núcleo de la fe y de la experiencia cristiana: Dios viene a salvarnos.
El Adviento cristiano –así lo proclamamos en los prefacios de este tiempo– tiene una triple perspectiva: es memoria de quien vino, quien desde la acogida se hace presente cada día, para prepararnos a recibir a quien volverá. El sujeto es la misma persona: Jesucristo. Así pues, el Adviento: — Es celebración, conmemoración viva de Aquel que estuvo ya con nosotros, el que “ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10). — Es actualidad, oportunidad para acoger desde el amor y la fe la venida incesantemente presente de quien nunca se ha marchado, del que estará con nosotros “todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20) — Es llamada urgente a prepararnos al día de su vuelta donde se cumplirá la promesa que hizo a los suyos: “volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros” (Jn 14,3).
Y es que el Adviento celebra una triple venida del Señor: Vino, viene y vendrá.
Vino: La venida histórica. El Hijo de Dios asumió nuestra carne para hacer presente la Buena Noticia de Dios: el inmenso amor de Dios para con cada uno de nosotros.
Viene: La venida que se realiza aquí y ahora. El Señor está viniendo ahora, cada día, a través de la Eucaristía y los demás Sacramentos y a través tantos signos y acontecimientos. Nos lo recuerda el Prefacio III de Adviento: “Dios sale a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento para que lo recibamos en la fe”.
Vendrá. La Venida definitiva, gloriosa, al final de los tiempos. Cuando llegará a su plenitud el Reino de Dios. El Señor vendrá como nuestro Libertador.
Hermanos y Amigos, es este Tiempo de Adviento un tiempo de espera gozosa, de esperanza, de vigilancia, preparándonos para acoger al Dios-con-nosotros, al que viene y ya está. El Adviento nos invita a reorientar nuestra vida hacia Dios.
El Evangelio de este domingo es una invitación a la vigilancia en la que se nos propone una preparación, una espera activa, la cual, reaccionando contra el miedo y la desidia, nos coloque en una actitud de constante alerta: «Levantaos, alzad la cabeza, tened cuidado, estad despiertos». De esta forma la venida del Señor nos garantiza vivir entre los santos, no por nuestro esfuerzo por ser santos, sino por nuestra apertura a su llegada. Esta preparación exige poner en práctica dos actitudes a las que nos invita Jesús en el evangelio: estar en vela y orar.
La vigilancia, nos ayuda a estar preparados para aceptar, creer y vivir el misterio de Dios hecho carne en un niño. El evangelio nos dice: “Estad siempre despiertos… no se os embote la cabeza…”. Esta actitud es una llamada de atención no para vivir intranquilos, con ansiedad, como quien está solo en su casa y no se atreve a ir al servicio por si llaman a la puerta (por poner un ejemplo), sino que es una invitación a estar conscientes de lo que hacemos, de lo que queremos, de lo que somos; a vivir responsablemente; a estar dispuestos a recibir a Dios en cualquier circunstancia de nuestra vida, pues él está esperando cualquier momento para entrar en nuestra vida y ocupar el centro de nuestro corazón.
La oración, abre el alma y el ser a las acciones de Dios en cada uno de nosotros y en la Iglesia. La Oración dispone el corazón para acoger al Señor, para dejarnos interpelar por su Presencia en nuestra vida.
Junto a ellas, la vigilancia y la oración, San Pablo nos propone completar nuestra disposición al encuentro con Cristo con un corazón rebosante de “amor mutuo y amor a todos” ”Que el Señor os haga rebosar de amor mutuo… para que os presentéis irreprochables ante Jesús”. El amor es una dimensión fundamental para encontrarnos con Jesús. La persona que es egoísta se sitúa como el centro de todo y se relaciona con las personas como si fuesen objetos, no como otras personas con sus propias iniciativas, sino como meros instrumentos para conseguir lo queque se proponen. Sólo se puede encontrar uno personalmente con una persona a la que se ama, sin amor no hay encuentro personal. El amor al Señor nos lleva desear su venida a nuestras vidas.
Hermanos y Amigos, la Palabra de Dios en este domingo es un mensaje que nos convoca a todos y cada uno de nosotros para no quedar anquilosados y estériles, satisfechos y dormidos, sino abiertos a Cristo Jesús que siempre viene a nuestras vidas para ofrecernos su fuerza para nuestro camino y para nuestra lucha contra el mal. Es momento de “despertar a la fe”, y en este momento en que nos encontramos en la Iglesia de reflexión ante el Sínodo profundizar para vivir más auténticamente y con más alegría y entusiasmo nuestro ser cristiano y el anuncio de la Buena Noticia de Jesucristo a los demás. . .
Hermanos y Amigos vivamos intensamente este tiempo de Adviento. “Alcemos la cabeza”, como nos invita el Evangelio en este domingo, en medio de las situaciones en que vivimos hoy, estemos atentos, recemos mas y recemos confiadamente. Que preparemos sitio al Señor para que nazca en la próxima Navidad en nuestro corazón y su amor inunde toda nuestra existencia.
Que este Adviento haga crecer en nuestro corazón el deseo de Dios, caminando con gozo nuestro camino cristiano y compartiéndolo con todos los que nos encontramos en nuestra vida de cada día. A ello nos ayude la intercesión de María, nuestra Madre, especial protagonista en este tiempo, y para cuya fiesta de la Inmaculada vamos a comenzar a prepararnos.
¡FELIZ Y FRUCTUOSO ADVIENTO!
Adolfo Álvarez. Sacerdote