JESUCRISTO EL MESIAS, EL HIJO DE DIOS VIVO.
La Palabra de Dios de cada domingo es un Alimento muy necesario para el Pueblo de Dios, para cada uno de nosotros, y un anuncio de Salvación que se hace actual y presente en medio de nosotros.
En este domingo la Palabra de Dios, el Evangelio, presenta sin rodeos un mensaje directo, que va a la raíz, al núcleo del Evangelio, que es el Misterio Pascual.
Amigos ¡Qué gracia tan singular es creer en Jesús, el Mesías, como el Hijo de Dios vivo! ¡Verdaderamente es una gracia, un Don!
Creer en Jesús es creer en el Hijo de Dios, creador y redentor, que “me amó y se entregó a la muerte por mí”. Creer en Jesús es afirmar que nuestra vida es puro don de su providencia y que nos ha amado hasta el extremo de entregarse a la muerte por nosotros. Creer en Jesús es afirmar que ha resucitado y nos ofrece su Vida nueva por medio de los Sacramentos de su Iglesia. Creer en Jesús es fiarnos de Él, es querer tener sus sentimientos y actitudes en nuestra vida de cada día.
El Evangelio de este Domingo nos invita a hacernos una parada, una parada en la que el Señor nos interpela y nos pregunta “¿Quién dice la gente ?¿ Quién decís que soy yo? La pregunta de Jesús va dirigida hoy a nosotros. Seguramente también responderíamos con lo que hemos oído: un hombre extraordinario por sus ideas y por su comportamiento; un oriental de sabiduría única; un hombre comprometido con la justicia social; un predicador de la fraternidad humana.
Pero, Hermanos y amigos, no es suficiente saber muchas cosas sobre Jesús, es necesario adentrarse en su misterio, aceptar su persona, su mensaje de salvación, su estilo de vida, incluso el sufrimiento y la muerte en cruz.
Hay que dar una respuesta de fe, que no consiste sólo en palabras, sino que abarca la vida entera, el comportamiento, la conducta. Así, si digo que creo que Cristo es el Dios que perdona y ama, y yo no perdono ni amo, mis palabras son mentirosas porque no reflejan lo que creo (así lo pone de relieve hoy Santiago en la 2ª lectura). Esta es la verdadera confesión de fe en el Mesías de Dios. No nos dejemos llevar por falsos sentimentalismos, hemos de confiar en la fuerza del Señor. Por eso le pedimos “que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, quien mueva nuestra vida” (oración postcomunión).
Ser cristiano es un Don, es una Gracia del Señor, desde la experiencia de encuentro con Él. Y aquí conviene recordar las palabras de Benedicto XVI, en “Deus caritas est” “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”Y “vivir como cristiano” se nos puede hacer cuesta arriba, más difícil, pues hemos muchas veces de navegar contra corriente. No olvidemos que tanto los Apóstoles como el pueblo de Israel, esperaban un Mesías liberador de tipo político, en el que sólo se concebía el triunfo y la gloria. Sin embargo, cuando Jesús es reconocido como Mesías por Pedro, Él anuncia sus padecimientos para expresar que no hay gloria sin cruz, ni vida sin muerte, ni salvación sin dolor. Y se hace difícil sobre todo si, vivir como cristianos, implica ir contracorriente, como ya dijimos. Decir al “pan, pan y al vino, vino”, en ocasiones nos trae dificultades y puede resultarnos complicado. Y no digamos cuando implica por ejemplo, no comulgar con ruedas de molino en temas o en problemas que, en la sociedad, presentan como paradigma de progreso o bienestar social, como en el momento presente con temas tan importantes como la eutanasia y el aborto y sobre los que hoy es necesario no encogerse de hombros y defender y trabajar a favor de la Vida, Don de Dios. Y es que, amigos y hermanos tenemos que hoy ir contracorriente y tenemos que implicarnos haciendo realidad el encargo de Jesús, “vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois la sal de la tierra” (Mt 5).
Como a Pedro, también a nosotros, el corazón nos puede traicionar, pues queremos un Jesús amigo, confidente, compañero pero sin demasiadas exigencias. Queremos muchas ocasiones vivir la fe a nuestra manera, a veces hasta en línea paralela con nuestra vida real. Aquí podemos traer a la memoria el viejo adagio “serás mi amigo siempre y cuando no pongas piedras en mi camino”.
Hoy Jesús nos dice a cada uno de nosotros tres cosas: que me niegue a sí mismo, que cargue con mi cruz y le siga y que pierda mi vida por el evangelio.
“Que me niegue a sí mismo.” Para seguir a Jesús hay que negarse a uno mismo. ¡Qué difícil nos parece!¡ Qué difícil nos resulta! Pues estamos acostumbrados a vivir centrados en nosotros mismos: “Yo pienso… yo opino… a mí me parece”. Esta invitación de Jesús se comprende desde lo que vive una persona que vive enamorada: la persona de la que se ha enamorado pasa a ser el centro de su vida: piensa por ella, siente por ella, vive por ella.
Jesús nos dice que quien quiera ser su discípulo debe negarse, renunciar a sí mismo. No sólo a unas horas por el día o a tal descanso sino a todo, las 24 horas de todos los días. Negarse a sí mismo es dejar de vivir para uno mismo. ¿Para quién viviremos entonces, nos tenemos que preguntar? Para los otros, para los demás: la esposa, los hijos, los pobres, la comunidad, la humanidad entera. El auténtico cristiano es libre precisamente porque es libre para darse. No tiene en sí mismo obstáculo alguno que le impida amar.
“Que cargue con su cruz y me siga.” Otra condición es cargar con la cruz. No es una invitación a resignarse, como solemos entender. Hay cruces que son evitables y hay que evitarlas; pero hay otras que tenemos que asumir, aceptar y cargar con ellas. Todos huimos de la cruz. Nos espanta la cruz. Pero hay que asumirla. La cruz se nos puede presentar de innumerables formas: una soledad, una enfermedad, una muerte, una incomprensión, una difamación… Cargar con la cruz y seguir a Jesús para poder llevar la cruz con las mismas actitudes que la llevó Jesús: con confianza en Dios, con misericordia hacia el prójimo.
El discípulo de Jesús arriesga todo por su ideal. Si Cristo lo libera interiormente, justo es que por esa libertad lo arriesgue todo, hasta la misma vida.
“Perder la vida por el Evangelio.” Puede parecer una cosa extraordinaria de personas excepcionales. Sin embargo todos tenemos, en nuestro estado y en nuestras profesiones, innumerables formas de perder la vida por el evangelio, de gastar la vida por los demás. Nuestra fe se tiene que traducir en obras, en actitudes que tenemos que manifestar en nuestra vida. En testimoniar con nuestra propia vida, nuestras obras y palabras, los valores del Evangelio, valores permanentes.
Amigos y hermanos seguir a Jesús no es obligatorio. Es una decisión libre de cada uno, pero hemos de responder al Señor tomando en serio su Persona, tomando en serio su seguimiento. Por esto creo que necesitamos enamorarnos de nuevo de Jesucristo, dejarnos enamorar por Él, queriendo tener sus sentimientos y sus actitudes en nuestra vida de cada día, cada uno en las circunstancias concretas en las que toca vivir.
Aceptar la persona de Jesús lleva consigo aceptar su destino y las paradojas que conlleva su Evangelio. Hoy se nos invita de una manera muy especial a vivir nuestro sufrimiento acompañados de Jesús.
Hermanos y Amigos, Cristo ilumina el misterio del sufrimiento. Dios está en el sufrimiento y enseña a los que sufren a escuchar. Cristo es el Hijo de Dios que muere en la cruz para salvar a los hombres. Y resucita para comunicar la vida de Dios. Cristo es la Luz, que nos hace ver cómo ve Dios. Es la Verdad que refleja la fuerza del amor y elimina toda esclavitud. Es el Camino que señala al hombre su destino.
Cuando los textos bíblicos hablan del sufrimiento procuramos pasar página inmediatamente porque cuesta comprender el sentido del dolor y más el de la cruz. El dolor de la cruz es un misterio. El cristiano, que está al servicio del Reino de Dios, debe reconocer el valor del sufrimiento y de la cruz. Jesús no sigue el plan de los hombres, sigue el plan de su Padre, Dios. Y este pasa por la cruz y la resurrección, pasa por asumir el sufrimiento para llegar a la gloria. Y es te es el camino también que hemos de seguir quienes creemos en Él.
Que cada uno de nosotros, en este domingo, renueve su adhesión al Señor, que abramos nuestro corazón al Señor, que con la fuerza del Espíritu vayamos teniendo sus sentimientos y actitudes, para vivir cada día con mayor autenticidad nuestra fe en Jesucristo y poder así anunciarlo a los demás. Que no nos ocurra como aquel alpinista necio, que después de ascender y descender de una gran montaña le preguntaron: ¿Qué horizonte se ve desde allá arriba? ¿Qué has visto cuando subías? Y, el montañero, les contestó: “la verdad es que como iba tan pendiente de subir no me he percatado de lo que había a mi alrededor”.
Que nuestra fe en Jesucristo se vea reflejada en nuestras obras, como nos urge hoy la lectura de la Carta de Santiago. Porque las obras, las acciones, el estilo de vida son el medio para dar testimonio de Cristo hoy, de que creemos, confiamos en Él. Es verdad que esto cuesta y somos frágiles, por eso necesitamos apoyarnos en El mediante la Oración frecuente, la participación en los Sacramentos, especialmente la Penitencia y la Eucaristía.
Ánimo y revisémonos de nuestra experiencia de Jesucristo y, dejándonos inundar de nuevo por su Amor, confesemos hoy delante de los hombres a Cristo como nuestro Salvador. Hoy es muy necesario en nuestro mundo.
Adolfo Álvarez. Sacerdote